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Odile Killer.

—¡El hijo de Alexian no aparece y ya pasó una semana! —gritó mi papá.

Me encantaría decir que eso me importaba, pero la verdad era que no. Claro, a menos que Alexian quisiera cobrar venganza matando a todos mis hermanos y a mí y no precisamente a mi papá.

Años atrás, mi papá había hecho un trato con su mejor amigo, el sicario más buscado de Francia; que en realidad fue más una promesa. Trato en el que mi papá debía mantener vigilado a su hijo, ya que él estaba muy ocupado escapando y no podía llevarlo de niño con él, también porque siempre quiso que su hijo llevara una vida diferente a la suya.

Sí, mi papá también había deseado que todos sus hijos fueran diferentes a él. Pero miren, ocho en total y no había uno que no tuviera un trastorno mental, no había uno que no tuviera las manos sucias, no había uno que no hubiera matado a alguien, no había uno que no mintiera, ocultara cosas y también que manipulara.

Miento, solo hubo una excepción, pero esa excepción siempre terminaba siendo peor que el resto.

Pero atrás mis opiniones respecto a eso.

Estaba reunido solo con mi papá, porque el supuesto chico que él tenía que vigilar (hijo de Alexian, quien es su mejor amigo) desapareció misteriosamente.

Bien, ya no sabía si Alexian iba a matar a mi papá por perder al chico o si haríamos algo para encontrarlo.

Obviamente, la segunda opción, porque yo tenía argumentos, informaciones y bases para encontrarlo, pero solo lo haría si mi papá me lo pedía encarecidamente. Y él no suele pedirle favores a nadie.

—¡Darla y Zoe lo perdieron! —volvió a bramar él, golpeando la mesa con el puño.

—¿No y que muy agente infiltrado? —le pregunté, con mucha diversión. Él siempre hacía todo perfecto, pero era la primera vez que nada salía como quería —. Yo te dije que Darla y Zoe no servían para esto, eran muy jóvenes y ellas no son como nosotros.

—No podía enviarte a ti, Odile, cállate.

—¿Qué vamos a hacer? Obviamente aquí nadie quiere morir, así que hay que buscarlo. Pero dime, papá, ¿Cómo vamos a encontrar en Rumania a un chico que actualmente debe de tener como dieciocho años? Nunca en mi vida lo he visto.

—Nadie lo ha visto —puntualizó—, ese es el problema. No sé por qué mierda esas estúpidas no me avisaron desde antes, estuvieron guardándoselo durante años. Pero ahora sí que se desesperaron, eh, cuando no hay rastros de él.

—Intenta calmarte.

—¿Y cómo, Odile? Tú eres más psicópata que yo. ¿Tienes algo que aportar?

Sonreí, porque eso yo lo conocía como: pedir ayuda. Mi papá odiaba obtener información importante de vida o muerte de alguien que no fuese él mismo. Es decir, odiaba no encontrarla por sí mismo.

Él suspiró con cansancio y repudio cuando sonreí, porque él conocía perfectamente esa sonrisa. Sabía que necesitaba de mí y que yo estaba dispuesto a ayudarlo.

—Bien —empecé—. La última vez que se vio a Caddie Cóndor, fue en Rumania, en la ciudad Arad. Arad no es muy grande para alguien con tres cerebros como yo y las personas que tengo ahí, y no hay registros en el aeropuerto de Arad sobre Caddie.

—O sea, que no ha salido de la ciudad.

—Exacto —lo señalé, haciendo un círculo rojo en un mapa de Rumania que tenía enganchado en una cartelera con otras posibles informaciones sobre Rumania y Caddie (el chico perdido). Hice el círculo exactamente sobre la ciudad Arad—. Caddie aún tiene dieciocho años, y en las escuelas de Arad se estudia hasta los veinte. Brian me ayudó un poco con los papeles de cada escuela cuando estuvo allá, pero no está el nombre de Caddie en ningún lado. Encontramos treinta y tres personas con el apellido Cóndor situadas en Arad; mayores de treinta y menores de ocho. Hubieron dos excepciones: Vera Cóndor, y no puede ser porque es mujer. Y H Cóndor, de dieciocho años. Si no es él, no es nadie.

—¿Dónde está? —preguntó con desespero, frunciendo el ceño.

—En el pueblo de Beliu. Incluso estudia ahí.

—Me impresionas, Odile, de verdad —murmuró con ironía—. Encontraste toda esta información en una semana.

—En menos de tres días —le corregí—. Pero ya sabes, mis bienes están de por medio.

—Tú solo querías que yo te pidiera ayuda. Te conozco como conozco los ojos de tu padre.

Que asco, de verdad, ese amor que la gente cree que existe.

En ese caso, tenía dos padres, porque eran homosexuales.

—Nah, papá, estoy seguro que lo conoces más a él.

—Puede ser —encogió los hombros—. Muchas gracias por esto, supongo que ahora me debes dos.

Mierda, era cierto. Maldita sea.

—¿Se te había olvidado, eh? —enarcó una ceja, sonriendo—, que me debes el trabajo que hiciste mal en Provincias y el desastre que dejaste en Alemania. Tranquilo, hijo, pronto te deberé algo yo. Quizás más allá del infierno, porque dudo que no me necesites ahí abajo.

Sonreí, negando lentamente con la cabeza.

—¿Y ahora? —inquirí—. ¿Cuál es el plan?

—Mudarnos de Francia a Rumania, recuperar a Caddie y regresar aquí.

—¿Y Kiler? —le recordé a mi hermana menor, la cual él tenía como prisionera para que no le pasara algo malo. Era esa que no sabía lo que era bueno y lo que era malo.

Ojalá supiera la manada de monstruos poderosos que tenía como familia.

—Nos la llevamos. Ve a dar la noticia a tus hermanos y a tus demás padres, que voy a comprar los boletos, no quiero rentar un avión privado por lo que pasó la última vez con Melley.

—Bien, papá, lo que tú digas.

Y luego se fue, dejándome solo en mi habitación.

Que cansado, estaba terminando de trabajar para tener días libres y ahora teníamos que mudarnos a Rumania con ese insignificante objetivo que nos llevaría a la tumba a todos si no lo lográbamos:

Encontrar a Caddie Cóndor, un chico que no sabía que era hijo de un sicario, más específicamente: un monstruo que nadie quería despertar.

Misterios Familiares©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora