prólogo

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Jacaerys había tomado una decisión: en la fiesta, le confesaría a Cregan Stark lo que sentía por él. Cregan era un alfa rubio, alto y guapo, y llevaba en la misma clase que Jacaerys un año. Desde que se conocieron, siempre lo invitaba a salir, y prácticamente se veían a diario. Cregan siempre lo había tratado bien, sin coqueteos incómodos ni actitudes invasivas, algo que Jacaerys apreciaba. Eran buenos amigos, y aunque tenía miedo de arruinar esa amistad, Lucerys le había dicho que debía arriesgarse o se arrepentiría después. Lo curioso era que Lucerys, el más temeroso de los dos, le daba ese consejo.

Jacaerys se miró al espejo. Había escogido una sudadera mostaza y pantalones negros. Peinó sus rizos, al igual que Lucerys, que llevaba los suyos un poco más alborotados. Lucerys lo abrazó, colgándose de su cuello. Justo en ese momento, entró su hermano pequeño, Joffrey, en pijama y con un teléfono tan grande en la mano que parecía que se le iba a caer. Al igual que ellos, Joffrey también era omega, como su madre Rhaenyra.

—Mamá dice que no se tarden, que el chófer Harwin necesita descansar —dijo Joffrey, cruzándose de brazos.

—Ya vamos, Joffrey —respondió Lucerys, mientras se ponía su gran chaqueta.

—Mamá siempre le da prioridad a Harwin —comentó Jacaerys riendo. Los hermanos salieron de la habitación y se dirigieron a la sala, que era lujosa y espaciosa, con muebles de terciopelo, candelabros brillantes, y enormes ventanales que dejaban entrar la luz de la luna.

Allí estaba su abuela, Aemma, de pie con un elegante vestido azul marino de mangas largas, adornado con zafiros. Su cabello estaba recogido y se veía hermosa, conservando un porte admirable para su edad.

—Mis niños, qué bellos están —dijo Aemma mientras abrazaba a Jacaerys y Lucerys.

—Gracias, abuela. Tú también estás hermosa —respondió Jacaerys, y luego preguntó—: ¿Ya se irán pronto?

Aemma asintió, acomodándose un rizo.

Además de ser una mujer muy activa, Aemma era financiera en un gran hospital y le encantaba asistir a eventos.

—Más que hermosa —añadió Lucerys con una sonrisa.

—Por favor, cuídense. Si fuera por mí, no los dejaría ir a esa fiesta —dijo Aemma con preocupación—. Son omegas, y el mundo ahí afuera es peligroso.

—Pero estaré bien, mamá —intervino Rhaenyra, bajando las escaleras con elegancia. Jacaerys y Lucerys la miraron asombrados; llevaba un vestido rojo y elegante, con una coleta que resaltaba su cabello rubio y sus ojos azules brillaban al ver a sus hijos.

—Mi madre es la más bella —dijo Joffrey con orgullo, corriendo hacia ella.

—Pero tú debes ir a dormir, Joffrey. La niñera no tardará en llegar —Rhaenyra acarició el cabello de su hijo menor y se acercó a sus hijos mayores, en especial a Jacaerys—. Eres el mayor. Cuida de Lucerys y cuídate tú.

—Lo haré, madre —contestó Jacaerys, mirando luego a su abuela Aemma. Sabía que ella preferiría que se quedara en casa, pero respetaba la decisión de su hija, Rhaenyra.

—Ya vayan. Su abuelo está dando indicaciones a Harwin —dijo Rhaenyra, besando a Jacaerys y Lucerys, quienes también besaron a Aemma antes de irse.

Al salir, el frío nocturno les golpeó el rostro. El jardín de la mansión, amplio y perfectamente cuidado, los recibió con su esplendor, destacando una gran fuente con una figura de ángel en el centro. La familia era una de las más ricas de la ciudad, y su madre, Rhaenyra, al casarse con Laenor Velaryon, otra familia acaudalada, había elevado aún más su fortuna. Los hermanos habían crecido en medio de lujos y, tras el divorcio de su madre, su abuelo Viserys insistió en que vivieran con él, pues Rhaenyra era su única hija, y quería estar cerca de sus nietos.

En el Laberinto de los Secretos[Jacegon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora