Capítulo 22

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22

Christian


No esperaba que Kass quisiera hablar conmigo luego de que termináramos el trabajo del programa.

Menos que quisiera encontrase conmigo en privado.

En mi puta casa y en la noche.

Pero aquí estábamos.

Estaba bastante nervioso, quería saber qué era aquello tan importante que quería hablar conmigo.

Yo tenía muchas cosas que decirle. Había mil cosas que quería gritarle.

El cómo me hacía sentir cuando estaba conmigo, lo mucho que amaba su risa, lo mucho que amaba abrazarla, lo bien que me sentía con ella. Su presencia me hacía sentir alguien diferente, alguien que podría tener derecho a tener una vida llena de recuerdos dulces y felices, incluso si en su comienzo no fue la mejor de las vidas. Su llegada le estaba devolviendo el color totalmente.

Y yo no quería perder eso.

No quería perderla a ella.

Aunque desde el principio nunca haya sido mía.

La quería cerca, incluso si no era de la forma que yo quería.

Preferiría tenerla cerca, incluso si eso implicaba que tal vez algún día tuviera sentimientos de índole romántica por alguien más. A pesar de que eso me devastaría, me desmembraría los huesos, me quemaría vivo, prefería tenerla cerca, aunque no fuese conmigo.

Eso me rompería.

Me dejaría tan roto que no sabría por dónde empezar a reconstruir mi alma ya previamente astillada.

Me arreglé un poco. Iba a verla y eso era motivo suficiente para hacerlo.

Traté de no atormentarme la cabeza con la infinidad de posibilidades y solo esperar a escuchar las palabras que tenía para mí.

Unos diez minutos después, el timbre de casa sonó, miré el reloj y supe que era ella.

Tan puntual como siempre.

Fui hasta la puerta y, antes de abrirla, di una exhalación para liberar la visible tensión en mis hombros.

Unos ojos verdes enmarcados por pestañas oscuras y rodeados por pecas almendra saludaron a los míos mucho más oscuros.

Estaba usando un delicado vestido de tirantes de color amarillo pastel y su cabello en hermosas ondas caía por su espalda.

La visión estaba haciendo chispear electricidad en cada una de las frenéticas terminaciones de mi cuerpo.

—Hola, Sirenita.

—Hola, Chispita, pasa—extendí la mano para invitarla a entrar.

Ella se adentró tímidamente mientras miraba todo a su alrededor.

—¿Quieres algo de tomar? —indagué para romper un poco el hielo.

—Agua está bien—respondió mientras seguía escaneando todos los alrededores.

—Sígueme—dije mientras nos guiaba a la cocina.

Noté que se detuvo un poco mirando por la puerta entreabierta de una de las habitaciones del pasillo.

La habitación donde estaba mi piano, o bueno, el piano de mi madre.

Llegamos a la cocina y sostuve un vaso de cristal, lo llené con agua fresca y se lo extendí—Aquí.

La Melodía de tu Voz (YA DISPONIBLE EN FÍSICO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora