Borja

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Ah... supongo que tengo que comenzar desde el comienzo. Pero no desde mi comienzo, que ya quedó muy atrás allá en el milenio pasado, y que no vale la pena recordar ahora. No quiero contarte mi vida pasada, que es basura y no vale la pena ni que yo la recuerde. Te contaré desde el comienzo de él.

A decir verdad... los únicos recuerdos que vienen en mi mente, en estos últimos minutos de mi vida, son desde que lo vi por primera vez en adelante. Me alegro que así sea, es una buena forma de irse. No es que le tenga miedo a la muerte, pero esperar a morir me está resultando más desagradable de lo que alguna vez imaginé. Recordar su historia me hace olvidarme que estoy en esta cama de hospital, a punto de dejar este mundo loco.

Supongo que no es raro que su historia comience en una noche triste, con un acontecimiento triste; sería raro que no fuese así.

Jamás había visto un auto arder de esa forma. Menos bajo una lluvia torrencial como la de esa noche. Encontrarme con esa escena en medio de la ruta no había estado en mis planes; solo volvía a mi finca después del trabajo. Al principio creí que todos adentro habían muerto. Admito sin vergüenza que en ese momento pensé en seguir de largo con mi auto y alejarme por la solitaria carretera, con mi radio FM favorita y mi programa nocturno favorito haciéndome compañía. Pero al poner primera, esa pequeña figura se asomó a un lado del auto en llamas. Su sombra se proyectó tan inmensa y atemorizante en el suelo, embravecida por el chapotear de las gotas, que hizo que este tonto árabe se asustara. Tardé unos sengundos en darme cuenta que era solo un niño pequeño.

Esa fue la primera vez que lo vi. Mojado, con su ropita pegada a lo poco que tenía de carne. Me miró fijo. No me pidió ayuda, no lloró. Solo me miró.

Ah, esa mirada. Dicen que, a veces, las miradas de las personas nunca cambian, y déjame decirte que es cierto.

Al llegar la policía, las ambulancias, y servicios sociales, me pidieron mis datos personales por ser el que alertó del hecho. Mientras una policía y yo nos mojábamos de forma innecesaria, parados al lado de mi auto mientras ella intentaba llenar sus papeles con mi información, no pude sacar mi vista de ese niño. Ni el sacó su vista de la mía. Sentado en la ambulancia, tapado con una mantita de ositos que no hacía juego con su cara enojada y seria, me vio fijamente con esos ojos negros tan oscuros como esa noche. "Servicios sociales se encargarán de él" me contestó la oficial ante mi pregunta acerca del futuro de ese niño. Nunca supe que me llevó a preguntarle eso, ni mucho menos supe qué fue lo que me llevó a hacer lo que hice después.

Caminé hacía la ambulancia, entre los policías que tomaban fotos y pruebas alrededor del auto todavía ardiendo

-Hola, ¿Cómo te llamas?- le pregunté con una voz infantil, intentando sonar amigable.

Al oírme sentí vergüenza de mi mismo, y en ese momento me di cuenta que no le había hablado a un niño hace como 25 años. La cara de asco del niño me hizo sentir aun más tonto. Desde ese entonces nunca más le volví a hablar de esa manera.

-Borja Herczog- me dijo con su voz de pito y con un cantito involuntario que me hizo pensar que se había memorizado el cómo decir su nombre correctamente, y que no lo podría decir de otra manera.

Le pregunté a los paramédicos por la cicatriz que se extendía desde la mejilla izquierda del infante, pasando por su ojo (sin dañarlo) y subiendo hasta un poco más arriba de la ceja. No me tranquilizó que me respondieran que no era producto del accidente.

Según ellos, él niño la tenía hace aproximadamente tres meses; y no había perdido el ojo de milagro. Dijeron que el nene se negaba a decir que le había pasado, pero que era normal que los niños pequeños al principio sean tan herméticos con extraños.

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