El aburrimiento era un sentimiento que Fina conocía muy bien desde que comenzó a trabajar en la pequeña cafetería de sus padres. El establecimiento llevaba abierto alrededor de veinticuatro años, casi tantos como los que llevaba en el mundo. Sus padres creían que, cuando su única hija fuera lo suficientemente mayor y, en caso de que no encontrara otra cosa, tendría un oficio con el que subsistir. Para su desgracia, eso fue lo que le ocurrió.
Se consideraba una persona optimista, pero al ver que todos sus compañeros de carrera ya contaban con un empleo mientras ella se quedaba atrás, su ánimo fue decayendo progresivamente, viéndose obligada a seguir los planes que sus progenitores tenían para ella. En momentos como estos se preguntaba si eran adivinos, o simplemente sabían que su hija sería una desafortunada.
Los minutos se le antojaban horas, todo el día, todos los días de la semana. Sin embargo, sabía que ella no tenía culpa de la poca clientela, pues vivía en un pueblo a las afueras de Toledo que apenas llegaba a los trescientos habitantes, y la mayoría eran personas mayores.
Esto no siempre fue así, pero el envejecimiento de los vecinos, el fallecimiento de muchos y la mudanza de otros hacia las ciudades, provocaron que los clientes disminuyeran considerablemente. Con suerte recibía a siete de forma regular, excepto en época de vacaciones, cuando la gente decidía desconectar y pasar esas fechas en ambientes rurales. Agradecía enormemente esas épocas, ya que sin ellas, tendría serios problemas para liquidar los costes en productos y del propio local.
Mentiría si dijera que no se había planteado en más de una ocasión decirle a sus padres que iba a echar el cierre, irse a la capital e intentar empezar de cero allí, a sabiendas de que nada estaba asegurado. Es por eso que le estaba dando una última oportunidad a la cafetería, porque sabía que al tomar la decisión, no habría vuelta atrás.
Asimismo, le tenía un gran valor sentimental. Allí había merendado infinidad de veces, jugado con sus amigos, reído, había aprendido a cocinar con la ayuda de su padre, se había manchado haciéndolo... Incluso había dado su primer beso en el almacén.
Quería que resurgiera de sus cenizas, ese era su mayor deseo.
Esa tarde de sábado, se encontraba revisando el inventario mientras "Abc" de Guitarricadelafuente se reproducía en sus auriculares, relajándola y aumentando su concentración. De lo contrario, se dormiría ahí mismo.
Algunos minutos más tarde, la campanilla de la puerta sonó, indicando que alguien había llegado. En seguida, tiró la carpeta que llevaba en las manos sobre el escritorio de su despacho y se alisó el uniforme antes de abandonar la habitación.
No le sorprendió ver a doña Pilar sentada en su mesa de siempre, pues era una de las pocas clientas habituales. Gracias a ello habían desarrollado una amistad en donde la señora habituaba a desahogarse, hablarle de la vida o simplemente preguntarle lo que había hecho en el tiempo que no la había visitado. Fina la apreciaba mucho.
La saludó, le preguntó cómo estaba, y a continuación, lo que deseaba tomar, sugiriendo también algunas recomendaciones. La morena sabía que solía acompañar su té con alguno de los dulces que hacía por las mañanas, y no fue diferente esa vez. Se dirigió a la cocina, preparó el pedido, regresó a la mesa y se sentó frente a la mujer, que la miraba expectante.
—¿Qué tal el día, cariño? —ella le dedicó una de sus sonrisas reconfortantes después de darle un sorbo a su bebida.
—Bien, no me puedo quejar —Fina intentó sonreírle de vuelta, pero sin éxito, en su lugar hizo una mueca extraña. La mujer de enfrente lo había notado, así que, inconscientemente, se rascó el cuello, un pequeño tic que tenía cuando se ponía nerviosa.
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Café solo, sin azúcar
Romance2024 Fina se encarga de una cafetería familiar que ama y odia a partes iguales. No le está yendo muy bien y se está planteando cerrarla para siempre si las cosas no van a mejor. Marta es una escritora con problemas de inspiración que un día decide s...