11 Un año atras

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1 año antes

El día siguiente a aquel horrible momento, me desperté con una sensación de vacío que me consumía desde dentro. Era como si un pedazo de mí se hubiera quedado atrapado en la oscuridad de la noche anterior, incapaz de regresar. Me sentía perdida, vulnerable, como si el mundo hubiera cambiado y yo fuera una extraña en él.

Las imágenes de lo que había pasado se repetían sin cesar en mi mente, como una película de terror que no podía apagar. Cada vez que cerraba los ojos, revivía el miedo, la impotencia, la humillación. Me sentía sucia, avergonzada, y una parte de mí deseaba desaparecer, desvanecerme en el aire para no tener que enfrentar lo que había sucedido.

En la escuela, todo parecía diferente. Los rostros familiares de mis compañeros ahora me parecían ajenos, distantes. Sus risas, sus conversaciones, todo sonaba hueco, sin sentido. Me sentía aislada, como si una barrera invisible me separara del resto del mundo. Cada sonrisa me parecía sospechosa, cada mirada, un juicio. ¿Acaso sabían? ¿Podían ver el horror que llevaba dentro?

El miedo se había instalado en mi pecho, un peso constante que me impedía respirar con normalidad. Cada pequeño ruido, cada movimiento repentino, hacía que mi corazón se acelerara, recordándome lo frágil que era mi seguridad. Ya no confiaba en nadie, ni siquiera en mí misma. La confianza, esa sensación de que el mundo era un lugar relativamente seguro, se había desvanecido por completo.

Pero, más que nada, me sentía terriblemente sola. Quería hablar, quería gritar, pero no sabía cómo expresar lo que sentía. Nadie podía entender el dolor que me consumía, la sensación de estar rota por dentro. Me dolía fingir que todo estaba bien, sonreír cuando lo único que quería era llorar. Me dolía ver la preocupación en los ojos de mis padres, la impotencia en los rostros de mis amigos.

Cada día se sentía como una batalla. Una lucha constante por mantenerme en pie, por no dejar que el miedo y el dolor me consumieran por completo. Me aferraba a pequeños momentos de normalidad, a la esperanza de que, algún día, esta oscuridad se disiparía y yo podría volver a sentirme segura, completa. Pero en ese momento, la esperanza se sentía distante, casi inalcanzable, y yo solo podía intentar sobrevivir un día más.

Aquel día, cada segundo se sentía como una eternidad. El peso de la noche del sábado seguía aplastándome y, aunque trataba de mantenerme en pie, cada paso era un esfuerzo monumental. En el pasillo de la escuela, todo parecía más ruidoso, más hostil. Quería ser invisible, pasar desapercibida, pero la vida no me daba tregua.

Entonces, justo cuando pensaba que no podía soportar más, ahí estaba él, Marc, con su sonrisa arrogante y sus comentarios mordaces.

- ¿Qué pasa, Sophie? ¿Te has olvidado de cómo caminar recto? -dijo, burlándose de mí por algo tan insignificante como tropezar con mi propio pie. Era una tontería, una de esas bromas que antes podía haber ignorado, pero ese día, esa simple burla fue la gota que colmó el vaso

Sentí las lágrimas arder en mis ojos, pero me negué a dejarlas salir. No frente a él. No frente a todos los demás que siempre parecían disfrutar de nuestras disputas. Marc no tenía idea de lo que había pasado, no sabía que sus palabras eran como cuchillos en una herida abierta. Pero eso no importaba. Todo lo que importaba era que, en ese instante, me sentí más sola y vulnerable que nunca.

Intenté esbozar una sonrisa, una mueca más que una verdadera expresión de alegría, y respondí con la mejor réplica que pude encontrar.

- Prefiero tropezar yo misma que tener que aguantar tu egocentrismo, Marc -Pero incluso mientras lo decía, mi voz temblaba y el nudo en mi garganta crecía.

- Oh, vamos, era solo una broma. No tienes que ponerte tan sensible -dijo él riendo

- No todo el mundo encuentra tus bromas graciosas, ¿sabes? -dije tratando de retener las lágrimas

Corazones en Llamas - Marc guiu Donde viven las historias. Descúbrelo ahora