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⚠️Trigger warning ⚠️

Lenguaje inapropiado y obsceno, violencia, temas sensible, leer bajo su propia responsabilidad.
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No podía ver más que la más profunda oscuridad, sus ojos se sentían pesados y su cuerpo parecía haber sido poseído por una fuerza invisible, que lo inmovilizada dulcemente.
 

Lo primero que sintió fue, inesperadamente la lengua, el ardor refrescante del agua al bajar cuidadosamente por su garganta.
La sensación asfixiante lo obligó a abrir los ojos, al principio lo único que surcó su vista fueron imagenes sin forma. Luego de unos segundos fue luz segadora que cortaba una figuro borrosa. Sus pensamientos llegaban entumecidos, sin ser capaz de evocar una frase o cualquier palabra que tuviera coherencia alguna, lo invadían recuerdos difusos. Una mano enguantada, la melodía lejana de una voz, ojos bañados del color del fruto prohibido. Piel, calor, tanto calor.
   Damien.
   -Damie...-
   -No- su voz, la misma voz -Calla, no te esfuerces de más.-
   Trató de decir algo, cualquier cosa, pero parecía tener la garganta en carne viva, un calor punzante subía desde su esternón directamente hasta sus cuerdas vocales.
  -Tienes que hidratarte, bebe-
  No lo había notado, la mano que sostenía delicadamente, la parte posterior de su cabeza, la dulzura con la que acercaba el recipiente hacia sus labios. Obedeció sin protestar, bebió lentamente mientras el dolor se arremolinaba en su estómago, quería gritar, sollozar, pedir clemencia y retorcerse hasta que su cuerpo se rompiera. Pero a penas y puedo mover unos centímetros la cabeza, el agua se escurrió por su mentón y le enfrió el pecho. Estaba temblando.
  Escuchó el crujir de un cristal al apoyarse sobre lo que imaginó era una mesa de té. Y entonces sintió piel sobre su frente descubierta, piel cálida y suave sobre la aspereza del dolor.
   -No tienes fiebre. De hecho, estás helado.-
   Las palabras llegaron lentas y apesadumbradas a su mente, sin poder responder solo asintió levemente.
  Sintió como las manos de Damien apoyaban cuidadosamente su cabeza en una superficie suave antes de desaparecer de su rango de visión.
  Quiso levantarse, pero su adolorido cuerpo lo obligó a permanecer inmóvil. No lo compendia, su cerebro no lograba procesar nada de lo que sucedía a su alrededor. Y lo peor de todo, lo que sería el comienzo de una jaqueca insoportable latía punzante dentro de las paredes de su cráneo.
  -Damien-
  No reconoció su propia voz, quebrada y ronca, como si no hubiera emitido ni un solo sonido en años. Fue cuestión de segundos hasta que una tos ronca sacudiera su cuerpo, retorciéndose violentamente con cada nuevo espasmo.
  Todo pasó demasiado rápido a la vez, Damien ya estaba a su lado, manipulando su cuerpo como si fuera tan solo un trozo de tela. Y de repente estaba sentado, encorvado sobre sí mismo como una rama a punto de quebrarse, su pecho se comprimía a espera de otra feroz sacudida. Sus mejillas comenzaron a humedecerse con lágrimas saladas junto a hipidos horribles que se ahogaban en sus labios. Con una mano temblorosa sobre el pecho tomaba bruscas bocanadas de aires luchando por respirar, con una amargura intensa que le subía desde el esófago hasta la punta de la lengua. Súbitamente, la tos se convirtió en fuertes arcadas, todo el líquido dentro de sus viseras amenazaba con vestirse sobre su regazo.
   -Tranquilo, suéltalo todo-
    Escuchó a Damien como un eco lejano, sintió su delicado tacto acariciándole con vehemencia la espalda, tratando de consolarlo a la vez que impedía que la inercia lo empujará hacia atrás.
  Con el pasar de los minutos el mal que lo acechaba pareció apaciguarse. Respiraba hondamente, tratando de llenar nuevamente sus pulmones enfermos. El pecho le ardía, como si le hubieran remplazado el corazón por brazas de carbón al rojo vivo y ahora no pudiera hacer más que escupir cenizas y restos de coágulos carbonizados.
   Estuvo así un largo rato, abrazándose a sí mismo, encorvado sobre la imponente figura de Damien. Temía que si hacía un solo movimiento se rompería, que sus huesos se quebrarían y le perforarían las piernas, los brazos y cada uno de los órganos. Todo se sentía tan irreal. Era una clase de sufrimiento y horror que no había experimentado nunca antes en su vida. Estaba tan asustado. Y estaba solo. Solo con Damien.
   Los recuerdos volvían en forma de puntadas en su cráneo, el terror más absoluto junto a visiones sanguinarias de barrancos y el sonido de sus rodillas al desgarrarse. La tela corroída y esos ojos.
   La oscuridad y el pavor, la muerte y la soledad que parecían querer arrastrarlo a sus fauces. No lo comprendía, como su vida se había tornado en un agujero negro, del que no podía escapar por mucho que se arrastrara, por mucho que suplicara y rogara. Nadie venía a salvarlo. Y ahora estaba aquí. Con Damien Thorn. La única persona que sinceramente lo había odiado a primera vista y que no se lo había negado jamás, y eso era lo menos miserable que le había pasado en la vida por mucho que lo detestara.
   -Por que...-
   Las lágrimas amargas le quemaron los ojos mientras comenzaban a brotar sin control. Sentía que quería morir. O al menos no quería vivir esta vida. No aquí, no ahora que su madre se estaba pudriendo en la humedad de la tierra bajo el peso de una tumba fría. No desde que los gritos se habían convertido en golpes aserríos en su carne, no desde que las pesadillas habían empezado a infectar cada una de las noches.
   -Por qué?-
   Damien se había puesto de pie, no supo desde hacía cuento tiempo, pero estaba justo frente a él, mirándolo fijamente con esos profundos ojos negros.
   -Por qué estoy aquí? Por qué?-
   Las frases le salían temblorosas y quebradas, no quería mirarlo. No quería que lo viera de esa forma. No él.
  No hubo repuesta, lo único que lo acompañaba era el tenso sonido de los grillos y las chicharras escondidos entre los pastizales de la mansión. Sentía la presencia de Damien como el filo agudo de una cuchilla, era impredecible, y sobre todo era cruel. Pero también lo había salvado, y no sabía exactamente qué debería pensar ahora. Estaba confundido, no entendía cuáles habían sido las razones que lo orillaron a ayudarlo, por que no lo había dejado morir en el fondo de esa zanja, desangrado y herido como a un animal moribundo.
   -Damie...-
   -Callate.- la frialdad con la que pronuncio esas palabras hizo que se detuviera al instante -No necesito que tu, específicamente tu cuestiones mis desiciones. Me rogaste, me pediste que te salvara, eso estoy haciendo.-
   -Yo no--
   -Suficiente. Deja de malgastar fuerzas en preguntas estúpidas. Tengo que cerrar esas heridas.-
  Un destello de enojo empezaba a quemarle el pecho, era imposible hablar con él. Incluso en esta situación tan injusta se creía con el derecho de reprimirlo, de humillarlo, justo como todos los demás. La amargura empezaba a bullir como sangre sobre su lengua, él también quería lastimarlo. Ahora lo entendía, lo había salvado tan solo para poder seguir torturándolo, denigrándolo y hacíendolo sentir como un idiota. Y de hecho aquel descubrimiento lo estaba haciendo sentir como un verdadero idiota.
   Te detesto, eres un imbécil. Yo no te rogué nada. Hubiera preferido morir antes que denigrarme ante un cerdo como tú.-
    Los ojos de Demian se clavaron en los suyos, gélidos y filosos, como si se estuviera preparando para arrancarle la lengua.
   -Callate. Callate de una puta vez, no tengo porque escuchar los lamentos de un mocoso estúpido.-
  -No voy a callarme, no te debo una mierda. Estoy así por tu culpa, por ti y por la horrible abominación que te atreves a llamar perro. -
  Notó como la sangre había empezado a subir hasta agolparse en su rostro, el odio que sentía había comenzado a envenenar sus palabras, sus pensamientos, quería herirlo, quería hacerle daño. Él buscaba lastimarlo constante, deliberadamente lo trataba como basura, habia atacado otra vez su orgullo, y aquello lo embargaba con una mezcla de asco y aborrecimiento. Hacia él, y hacia sí mismo por haberlo permitido. Apretaba los puños con tanta fuerza que podía sentir como sus uñas se clavaban en su carne, si hubiera podido moverse le habría dado un puñetazo sin pensarlo dos veces.

  -No eres más que un maldito resentido, te metes conmigo porque tu mismo eres un infeliz. Pero adivina que, no es mi culpa que te hayan dejado tirado aquí en este pueblo olvidado por Dios tan solo para poder deshacerte de ti. Eres un miserable Damien Thorn, tanto que hasta tus padres buscaron la forma de alejarse de ti--
   La frase inconclusa se apagó en su garganta, no fue capaz de seguir, las manos fuertes de Damien lo habían levantado de su lugar, ahorcándolo con el cuello desgastado de su propia camisa.
  -Escúchame desgraciado hijo de puta. Callate, juro que si vuelvo a escuchar tu voz de nuevo voy a abrirte la garganta en canal- estaba tan amenazantemente cerca de su rostro que Phillip apenas y se atrevía a respirar. -Estoy enfermo de tus lloriqueos, puedes seguir lamentándote como un maricón, pero adivina que, eso no cambiará nunca el hecho de que tu madre ya esta muerta, y que a nadie más en la faz de la tierra le importa un carajo de ti. Haz lo que se te de la gana, me importa una mierda si luego de esto vas a y te metes un tiro, pero a mi no vas a arrastrar contigo. Me escuchaste?-
  La mano derecha de Damien sostuvo con fuerza su mandíbula, obligando a que lo mirara, podía escuchar como el hueso cedía ante la firmeza del agarre, lo estaba desgarrando por dentro. Un sollozo lastimero se escapó traicionero de sus labios magullados.
   -Ahora, escúchame atentamente, podemos hacer esto por las buenas o por las malas, lo que prefieras. Pero vas a salir caminando de esta casa, y si luego quieres matarte, hazlo, pero a mi nos vas a mancharme con tu sangre sucia Y si tengo que obligarte a la fuerza así será. Entendiste?-
   Phillip no pudo hacer más que responder con un gemido de dolor. Sus dos manos estaban posadas sobre el brazo de Damien, tratando de liberarse desesperadamente.
   -Me estás lastimando-
    Esto solo hizo que su agarre se apretara aún más, un sonido hueco hizo que los lamentos de Phillip se hicieran más audibles.
   -Damien...-
    Un dolor asfixiante había empezado a extenderse de su mandíbula hasta cada una de sus vértebras.
   -Piensalo bien antes de volver a hablarme de esa manera.-
   Y entonces lo soltó, dejandolo caer sin aliento sobre la dureza del sofá.
   -Te odio.-
   A penas y pudo pronunciarlo Phillip, sosteniendo su mandíbula lastimada. Juraba que había estado a segundos de quebrarse.
  -Mira lo que me importa.-
  Entonces se alejó.
  Dejándolo solo y asustado, con los nervios a flor de piel mientras temblaba iracundo e impotente.
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Dramita

Esta profecía (Damien x Pip)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora