Foco de luz

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El pequeño y mugriento foco iluminaba vagamente el resto de la habitación. Era un foco antiguo, cubierto de polvo, semejante a las moscas que apenas eran visibles cuando cruzaban el escaso círculo de luz. Al salir de esa zona iluminada, parecían desaparecer en la oscuridad, en la nada. Observé la mesa frente a mí, siguiendo con la mirada una mosca que se posó sobre el cadáver. La tenue luz amarillenta le confería un aspecto rojizo a la carne abierta ante mí.

Dejé mi cuchillo sobre la mesa y me adentré en la penumbra, como las moscas. Necesitaba tomar un descanso. En la oscuridad, me quité la mascarilla para respirar un poco de aire fresco mientras tanteaba en busca de la puerta para salir del cuarto. Tenía que hacerlo rápido; el cadáver emitía un olor nauseabundo, penetrante, insoportable.

La habitación era pequeña, pero después de caminar unos pasos, no encontré la puerta. Fue extraño. Volví la mirada hacia la parte iluminada de la habitación, ese pequeño círculo de luz proyectado por el foco. Decidí caminar en línea recta hasta toparme con una pared para luego buscar la puerta.

Comencé a caminar, y caminar, y caminar. ¿Qué pasa? Parecía un espacio infinito de oscuridad. Volví a mirar hacia la parte iluminada... Estaba tan lejos, se veía tan pequeña a la distancia... ¿Qué está pasando?

Miré para todos lados, angustiado, hasta que entre la oscuridad mi mirada regresó a esa parte de luz a lo lejos, y vi una silueta, una silueta de un cuerpo, parado junto a la mesa...

El pánico me invadió y me eché a correr. La oscuridad era un vasto océano, y cada vez que apartaba la mirada, aquella figura espectral se acercaba más. Decidí correr de espaldas, sin perderla de vista. Sin embargo, pronto me encontré tan lejos que la luz se desvaneció y, con ella, la silueta desapareció en la oscuridad.

Seguí corriendo, el sudor resbalaba por mi frente, mezclándose con el hedor pútrido que impregnaba el aire. Mis pies tropezaron con una sustancia viscosa en el suelo y caí de rodillas. Nunca supe que era. El líquido era espeso, con un olor nauseabundo que invadió mis sentidos. Apoyé mis manos en el suelo y sentí los fríos azulejos bajo ellas. "Mi piso es de madera", pensé, el pánico afilando cada nervio. "¿Dónde estoy?"

Me levanté rápidamente, tratando de sacudir la sensación de pesadilla que me envolvía. "Esto debe ser un sueño", repetía para mí mismo, "Esto debe ser un sueño..."

La oscuridad era absoluta, incapaz de ver mi propio cuerpo ni el suelo bajo mis pies. El silencio era profundo y abrumador, roto solo por el frenético latido de mi corazón que retumbaba en mis oídos. La desesperación me embargaba, incapaz de discernir si alguna vez encontraría el camino de regreso a la luz.

Entonces sentí unas manos frías tapar mi boca.

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