Capítulo 3 - Lilifay

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En un claro del bosque, iluminado por los rayos de la luna filtrándose entre las hojas, Gecko y Lilifay se encuentran en un encuentro lleno de pasión y misterio. Gecko, con su piel escamosa brillando a la luz del día, observa a Lilifay con admiración y deseo en sus profundos ojos. Luz de luna y luz de velas

Lilifay, con su cabello rubio como el sol y una aura de encanto innegable, responde a la mirada intensa de Gecko con una sonrisa traviesa y prometedora. La química entre ellos es palpable, una energía eléctrica que los envuelve en un torbellino de atracción irresistible.

Entre la maleza del bosque y el susurro del viento en las ramas de los árboles, Gecko y Lilifay se acercan el uno al otro con un anhelo que arde en sus corazones. Sus cuerpos se atraen como imanes, buscando el contacto y la cercanía que solo el otro puede proporcionar en este momento de intimidad y deseo compartido.

Las caricias de Gecko en la piel suave de Lilifay despiertan sensaciones nuevas y emociones intensas, mientras Lilifay responde con susurros de placer y gemidos ahogados que llenan el aire con una melodía de pasión. En este rincón secreto del bosque, Gecko y Lilifay exploran la profundidad de su conexión, entregándose el uno al otro en un baile de "amor" y éxtasis que los transporta a un reino de placer y serenidad.

Cómo acabo Lilifay en esta situación siendo tan linda, amable e inocente.
También que saque se rumoreaba una atracción por Ice- Cub.

Bueno los lindos e inocentes son engañosos a veces pueden ser fieraz en la cama. Sin duda te harán sentir maravillas.

Lilifay conoció por primera vez la hombría de un hombre dentro de ella, algo que, aunque suene mal, jamás lo sentiría con Ice-Cub.

Gecko por otra le encantó sentir lo apretado de su compañera aprovecho cada segundo que pasaron

–Es muy grande, Gecko –gimoteó Lilifay en alusión al vibrador. –¿Y si no me cabe? –musitó con un candor impropio a su actual imagen, desnuda, dentelleada por pinzas y con el recto taponado por el aguzado botón.

Quizás, en un arranque desmedido, el rio. La blancura helada de sus dientes cabalgó sobre la rosácea sierra de las encías y finas líneas de expresión le horadaron las esquinas de los verdosos ojos.

–¿Muy grande? –vocalizó a trompicones, sacudiendo la cabeza regada de un corto cabello rubio, largo. –Oh, Lili, qué mala memoria tienes –soltó, frotando la barba contra el moflete de esta. Rescató la diestra de las marismas del vientre de Lilifay y decidió bucear entre sus húmedos pliegues. Tanteó la estrecha raja y empujó al interior solo media yema del dedo índice.

Lilifay, tras la risa de este, tiritó de puro gozo. Su (buen) amigo le daba una de cal y otra de arena, y sabía, cómo nadie, echarle sal a la herida y, a continuación, lamerla para aliviar el escozor. Vivía enamorada de un Judas que no se vendería por treinta piezas, eso sentía ella

–Deja de protestar y… –De nuevo, convocó el silencio, impelió los dedos dentro y fuera del cremoso sexo, disfrutando de la lujuriosa musicalidad. Se reclinó, meciéndose en la inestable respiración de la sumisa, y prosiguió, al menos durante unos minutos, follándosela con los dedos. De bote pronto, extrajo el par de expertos del dilatado recoveco. Puentes de flujo los conectaban, irrigándole a él los nudillos, condujo dicha mano al semblante de Lilifay y, agarrándola por la mandíbula, dentelleó: –Siéntate.

Para ser la primera vez lo gozo de manera increíble, ahora Gecko usaba juguetes sexuales para mejorar la experiencia de sus presas. Pero el sabor dulce de Lilifay jamás lo olvidaría

Lilifay sopló muy suave y la llama de la vela más cercana solo osciló, pitorreándose…  El sudor que le sazonaba la piel se le escurrió por las sienes y floreció en el arco de Cupido. Bufó, una, dos y treces veces, hasta que logró apagar la primera llamita.

Gecko la contempló, refocilándose en la exquisita visión temblorosa que ella encarnaba. Los rotundos y lechosos pechos de Lilifay se sacudían, coronados por enrojecidas cerezas, y el oleaje de su vientre arribaba a los torneados muslos como una incipiente marea. –Bravo –la felicitó al matar la luz de la vela. Apartó el mando sobre la mesa y aplaudió tan afanosa gesta. –Solo te quedan otras treinta.

Juraría ante quien fuera que lo intentaba, lo hacía con toda su alma, sin embargo… Lilifay aprovechó que su amigo suspendió la vibración, sopló y apagó tres velas en lugar de una sola

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–Ni se te ocurra correrte –dictó Gecko entre dientes. El olor la delataba, estaba al borde del clímax y él no se lo iba a consentir. Si, por el contrario, Lilifay sucumbía y lo desobedecía, no la castigaría sometiéndola a la castidad, emplearía otros métodos mucho más certeros. –Concéntrate y apaga las velas –persistió, enrollando buena parte de la femenina pelambrera en su diestra y ejerciendo presión.

Y así continuaron por un buen tiempo.

Continuará...

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