I.

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Cuanto más al norte se adentraba, más frío hacía. Trueno, su pegaso, hacía lo posible por mantenerse en las corrientes que los impulsaban con más fuerza, aunque eso implicara que Micah estuviera a punto de sufrir un ataque de hipotermia.

—Quizá debí haber aceptado la chamarra extra que Sherman me estaba ofreciendo —murmuró, sujetando las riendas con fuerza—. ¿Estás bien, Trueno? Podríamos descender un poco, si el viento es demasiado...

Un relincho proveniente del pegaso le hizo entender a Micah que su amigo estaba perfectamente y el único quejica era él. No hablaba con los animales, pero llevaba un par de años conociendo a la criatura como para saber cómo se sentía.

Ya se encontraban sobre Maine, cuando Micah recordó las palabras de Quirón antes de salir del campamento. ¿Una misión peligrosa? Sólo debían rescatar a dos semidioses, ¿acaso Percy, Annabeth, Thalia y Grover no eran suficientes para realizar la tarea? ¿Por qué rayos también tenía que ir él? Había estado bastante cómodo bebiendo chocolate caliente en el porche de la cabaña de Ares junto a Sherman, ¿por qué simplemente no podía seguir así y tener un día de descanso? Según Quirón, debía impedir que algo sucediera pero, ¿a qué se refería? ¿Muerte? ¿El secuestro de alguien? ¿Qué era lo que debía impedir?

—Eres un héroe —se dijo a sí mismo—. Los héroes no descansan.

Se estaba preguntando cuánto tiempo tendría que pasar antes de poder encontrar a sus amigos, hasta que de pronto algo lo alertó. Era el sonido de voces pidiendo auxilio. Ninguna le era familiar, pero súbitamente, de entre la neblina, una cara conocida apareció. Percy, junto con dos personas desconocidas se mantenían firmes frente a... lo que sea que fuera el monstruo que los tenía retenidos. Todos se encontraban en un acantilado que se encaramaba en el mar, un mar que para esa fecha debería estar más que frío.

No sólo vio aquello, también presenció la manera en la que Annabeth, Grover y Thalia habían entrado en combate de pronto. Su hermana, blandiendo su lanza y la égida, escudo que la había salvado de una y mil batallas.

Pese a que todos luchaban compenetrándose muy bien, el monstruo era tan rápido que, en muy poco tiempo, logró derribar a todos incluyendo a su hermana. Micah estaba a punto de lanzarse al ataque, cuando una luz cegadora surgió ante sus ojos. Pensó que se trataba de un monstruo, o tal vez el sol que ya estaba saliendo, pero no, en realidad era un helicóptero. Era un vehículo militar negro y lustroso, con dispositivos laterales que parecían cohetes guiados por láser. A Sherman le habría encantado, sin duda.

Trueno subió inconscientemente para evitar ser avistado por el enemigo, pero entonces del bosque salió otro sonido, casi igual o más aterrador que el de las hélices del helicóptero enemigo. Era un sonido que Micah conocía muy bien, y que hizo que entendiera por qué motivo lo había enviado Quirón.

El cuerno de caza se hizo más nítido y entonces ellas salieron de entre los árboles como sombras asesinas dispuestas a acabar con cualquier cosa que pasara frente a sus narices.

Las cazadoras de Artemisa, aproximadamente una docena de chicas con arcos tensados, se preparaban para atacar. Desde su posición notó la mirada que Annabeth y Thalia les dirigieron, y fue entonces que decidió que era momento de entrar en acción. No iba a dejar que la diosa se saliera con la suya.

A pesar de estar incluso más arriba que el helicóptero, Micah se arrojó de Trueno en picada. El aire rozaba su rostro, y producía un pitido agudo en sus oídos, pero siguió cayendo hasta que le pareció prudente controlar su velocidad. Se concentró en las corrientes de aire a su alrededor y las manipuló para que le ayudaran a caer frente al monstruo sin terminar como un tomate aplastado contra el suelo. La cola afilada de la criatura trató de azotarlo, pero él rodó velozmente en el suelo para evitarlo y, cuando se recompuso de la caída, sacó su daga y la arrojó hacia el rostro del enemigo.

Al mismo tiempo escuchó a sus amigos gritar su nombre. Percy sonrió feliz al verlo, mientras que Thalia soltó un sonido de sorpresa. De pronto, el sonido de arcos tensándose se hizo presente.

Arrugó el ceño y miró directamente a Percy, sus ojos verdes se veían incluso más brillosos que antes.

—Sácalos de aquí, Jackson —ordenó Micah, invocando a la electricidad que encendió sus ojos de color azul eléctrico, y sus manos se cubrieron de pequeños rayos que le pusieron todo el vello de punta—. Yo me encargo del monstruo.

—Zoë, permiso concedido —escuchó decir a una chica bajita.

Micah miró sobre su hombro y vio como las flechas de todas las cazadoras eran disparadas al mismo tiempo. Él soltó un quejido molesto, antes de lanzar un rayo que atravesó cada uno de los proyectiles, pulverizándolos al instante. Las chicas soltaron exclamaciones de sorpresa, pero se prepararon para lanzar otro ataque rápidamente.

Micah no las esperó, y se arrojó sobre el lomo del monstruo. Tomó su daga que estaba incrustada entre la melena de la bestia y la volvió a hendir con fuerza.

Las cazadoras lanzaron un nuevo ataque, y Micah escuchó a Percy gritar:

—¡No!

Pero ellas dispararon sin dudar. Varias flechas se clavaron en el pecho y cuello de la mantícora, que emitió un rugido agónico. El chico se preparó para arrancar la daga y saltar a salvo al suelo, pero antes de poder moverse, un destello plateado lo cegó momentáneamente, y al segundo siguiente, sintió el dolor.

Era como si un mosquito gigante le hubiera enterrado su aguijón en el hombro, aunque este aguijón era más bien una flecha. Tras un segundo de desorientación, Micah pudo sumar dos y dos y darse cuenta de lo que había ocurrido.

Las cazadoras le habían disparado.

—¡MICAH! —gritó Percy, pero él no soltó su daga, aún enterrada en la dura piel del monstruo. Apretó los dientes, sintiendo cómo el hombro y todo el brazo le ardía al mismo tiempo que lo sentía frío, congelado. Empezó a marearse y a perder la noción de donde se encontraba, solo sabía que tenía que seguir presionando con su daga para que el monstruo muriera.

—¡Esto no es el fin, cazadoras! ¡Lo pagarán caro! —amenazó el monstruo, tambaleándose hacia el precipicio a su espalda.

En lo profundo de su mente, Micah sabía que estaba en peligro y que caerían al mar, pero su cuerpo se sentía adormecido, paralizado, y apenas podía mantener sus ojos abiertos. Oía voces gritar, una de ellas repetía su nombre una y otra vez, pero no pudo juntar dos pensamientos ni reaccionar.

Con un último rugido, la manticora se precipitó por el acantilado, con el hijo de Zeus todavía en su lomo.

Renegade // PERCY JACKSONDonde viven las historias. Descúbrelo ahora