Somos el reflejo impávido de la cultura cruel en la que no se gritan las injusticias ni las derrotas, en la que cargamos el peso del porvenir y el miedo a ser machacados por aquello que lo machaca todo.
Somos la consagración de la virtud y la desolación de esta sociedad que poco a poco nos transforma y nos quita todo, hasta lo que no sabemos que debemos tener, nos corroe, nos aplasta, nos estruja, sin que podamos hacer nada más que atormentarnos y obedecer; hay días que no tenemos nada y otros en los que tocamos la gloria, una gloria efímera, viscosa e intransitable, manchada de angustia sobre el porvenir incierto y quedada en las olas memorables de la intranquilidad.