Es tan emocionante y escalofriante el primer día de clases en un nuevo colegio. Sientes como tus manos y piernas tiemblan, tu estómago burbujea y tu frente se humedece con ganas de desatar inmensas gotas de sudor. Sucumbes a la ansiedad y al temor de que las cosas posiblemente no salgan bien y que terminarán peor de como empezaron.
Así se sentía nuestro amigo, Frederick Thomas Fazbear. Un chico de aproximadamente quince años de edad, altura abismal, ojos color del cielo, un físico flacuchento y cabello castaño con bonitos rulos prolijos. Una apariencia de niño bueno y que no mataría ni a una mosca.
—Recuerda Frederick, si tienes algún inconveniente no dudes en llamarme a mí o a tu mamá —pidió con seriedad el progenitor del ojicielo, sin quitarle la mirada a través del retrovisor.
Sin embargo, Freddy no dejaba de observar la institución y la multitud de alumnos que permanecía en la entrada. Todos se veían tan geniales y extraordinarios... ¿Podría decir lo mismo de él?
—Frederick... —.
—¿Sí? —y como si hubiera despertado, abrió un poco más sus ojos para visualizar a su padre. Su voz era sumamente amigable y suave, un aspecto que sacó de su madre.
—¿Escuchaste lo que dije? —cuestionó el adulto, levantando levemente su ceja derecha.
—N-no... —respondió algo avergonzado. —Estaba mirando afuera... —se excusó.
El mayor dejó salir un suspiro, acomodando sus lentes mientras destrababa las puertas del auto. —Ya es hora de que vayas, no quiero que te pongan media falta —.
Confundido, el ojicielo tomó su teléfono, viendo que en realidad. —¡Son apenas las seis y media, pa! —era muy temprano para ingresar.
—Tendrás tiempo de hacer amigos —expuso una ventaja. —Y de tomar el mejor asiento... —y otra. Pero más bien parecían excusas, se lo notaba algo apurado al Señor Fazbear.
—Bueno, creo que s- —.
—¡Perfecto! —interrumpió, y con un solo apretar un botón, abrió la puerta del lado izquierdo donde se encontraba su hijo. —¡Presta atención en tus clases! —y se despidió, esperando a que el castaño bajara del auto.
Freddy se lo quedó mirando, esperando aunque sea un "buena suerte" del mayor. Pero no pasó.
—Si... ¡Nos vemos, papá! —saludó con su mano, tomando su mochila y bajando del vehículo con cuidado de no darse la cabeza con el borde. Fuera de éste cerró la puerta y cruzó la calle algo rápido.
Pisando el pasto, otra vez divisó el edificio, de paso leyó bien su nombre: “Secundaria Cawthon N°87”. La secundaria más "prestigiosa" de la ciudad.
Volteó a ver a su padre... Éste se había ido.
Inhaló y exhaló. Volteando otra vez al frente. —Muy bien Fazbear... Nuevo año, nuevo comienzo... ¡Todo saldrá bien! —se automotivó, queriendo recobrar su positivismo de siempre. —¡Nada malo va a pasar! ¡Harás amigos! ¡Y-y te sacarás todo excelente! —continuó, cerrando sus ojos mientras todavia recitaba sus más grandes deseos y anhelos. Esperanzado de que se volvieran realidad.
Podría quedarse ahí mucho tiempo, más bien lo suficiente para que se sintiera preparado.
No como... Otros.
•••
En la otra punta de su localización, madre e hijo tenían una linda charla.
—¡Y MÁS TE VALE QUE ME CONTESTES CUANDO TE LLAME O TE MANDE UN MENSAJE JOVENCITO! —.
—¡Sí, sí, ya te entendí, mamá! —renegó el joven de mechas rojizas, abandonando el auto de su madrecita con mala gana. Ésto no le gustó para nada a la-