Parte 1

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Aquella mañana de junio era fría y nublada, con la apariencia de que en cualquier momento la lluvia llegaría. Para Maite, el clima era perfecto para disfrutar el trayecto al trabajo. La gente caminaba estresada y apresurada por llegar a tiempo a su lugar de trabajo, mientras los árboles bailaban junto con el frío viento. El sonido de las ramas al moverse tenía el poder de calmar el cuerpo; sin embargo, no todos tenían la fortuna de gozar de dicho efecto. No podían disfrutar de aquella maravillosa sensación. Para algunos, la rutina diaria no les permitía notar los pequeños detalles que la naturaleza ofrece.

Se dice que algunos tienen suerte cuando les suceden eventos improbables, pero en realidad, solo se necesita prestar atención a los detalles. Así, estos sucesos pueden ser capaces de ocurrirle a todos. Esa mañana, Maite se dirigía a su trabajo. A diferencia de las demás personas, trataba de tomarse unos segundos para contemplar todo aquello que parecía vano. Se tomó unos minutos, tomó asiento en una banca que se encontraba cerca, a tan solo unas cuadras de su lugar de trabajo. Ella era de gustos y placeres sencillos, pues solo quería sentir el aire frío rozando su rostro, percibiendo ciertos olores que las flores dejaban a su paso con el viento. Esos segundos eran como si el tiempo se detuviera, como si las personas a su alrededor desaparecieran. Cada suceso en su vida decidía vivirlo como si fuera la última vez.

Cerró los ojos y, haciendo una respiración profunda, pudo experimentar su cuerpo liviano; su piel se erizaba. Al abrir los ojos, mientras exhalaba con lentitud, observó a las personas que caminaban apresuradas, algunas con el teléfono en mano, otras en su propio mundo con la música siendo la protagonista del mismo, otras corriendo, ya sea porque llegaban tarde o por otros motivos. Entonces se levantó y continuó su camino.

Maite trabajaba en una cafetería como barista. Su hora de entrada coincidía con el momento en que los clientes se acumulaban. Al llegar, observó que ese día había más gente que de costumbre. "Será un día muy activo", pensó. Al llegar a la puerta, tomó la manija y tiró de ella. Al mismo tiempo que intentaba entrar, un hombre salió del lugar y sus cuerpos se encontraron, provocando un ligero accidente que ocasionó que los lentes de Maite cayeran al suelo. Ella volteó de inmediato para disculparse y se agachó para recogerlos, pero aquel hombre, aún con ambas manos ocupadas por las bebidas que había adquirido del lugar, se puso en cuclillas junto con ella. Dejó uno de los vasos en el suelo y tomó los lentes.

—¡Lo siento mucho! —exclamó apenada.

—No hay nada de qué disculparse, no te preocupes — respondió él, extendiéndole la mano para entregarle sus lentes.

—Gracias —contestó ella, al tiempo que los tomaba y él tomaba su café del suelo.

Ambos se levantaron y, mientras se acomodaba los lentes, levantó la vista, lo que la llevó a observarlo con atención. Era más alto en comparación con ella. La postura en la que estaba le permitía tener una perspectiva que le concedía apreciar aquellos ojos grandes, tan bellos que brillaban cual esmeraldas, con un cabello castaño, ligeramente rizado, y su piel, aquella piel que con la luz del sol se apreciaba tan blanca como la nieve. Y qué decir de aquel aroma tan dulce; era como admirar todo aquello que veía en la naturaleza, pero en una persona. Quedó atónita al observar su aspecto. Su corazón se aceleró y, por unos instantes, su hablar se suprimió. No podía apartarle la vista.

—De verdad... lo siento —dijo con un ligero tartamudeo.

—De verdad, no te preocupes. Los accidentes pasan. Que tengas un buen día —dijo él con una pequeña sonrisa y se retiró del lugar.

Su corazón palpitó unos segundos más. La sonrisa de aquel hombre se quedaría marcada en su memoria por el resto del día.

Entró en la cafetería, tomó su uniforme y comenzó a trabajar.

Allí ya estaban Leonardo y Sofía, grandes amigos suyos.

—¡No puedo creerlo! —exclamó mientras se acercaba a ellos— . Al entrar en la cafetería, choqué con un tipo alto, de ojos verdes. Nunca lo había visto —dijo, cerrando los ojos unos segundos para poder recordar su rostro.

—¿Hablas de uno con cabello quebrado y tez clara? —preguntó Leonardo.

—¡Sí, él! ¿Lo conoces? —respondió emocionada.

—Viene muy temprano siempre. Pide un moka y un capuchino —dijo Leonardo con tranquilidad mientras preparaba algunas bebidas—. Por lo general, siempre lo atiendo yo o, si no, Sofi, que llegamos temprano.

Mientras platicaban, más clientes se acercaban a ellos.

—¡Buenos días! ¿En qué le puedo ayudar? —decía Maite al llegar un cliente.

—Buenos días, señorita. ¿Podría darme dos cafés de vaso grande, por favor?

—Claro que sí. ¿Normales o le gustaría agregar leche?

—Ambos normales, señorita, por favor.

—Claro, le cobran del otro lado. Enseguida se los preparo — respondía mientras atendía al cliente y continuaba—. Bueno, Leo, el caso es que choqué con él. Se me cayeron los lentes y, cuando lo vi... Fue como si el tiempo se hubiera detenido. Y luego su sonrisa... —dijo, tomando una pausa al preparar las bebidas y soltando un gran suspiro—. ¡Qué bonita sonrisa!

Sofía, que la alcanzaba a ver desde la caja, lograba escuchar lo que platicaban y soltó una pequeña risa.

—Amiga, ¿me vas a decir ahora que te gusta? Estás de acuerdo en que no te puede gustar cualquier hombre con el que tropieces.

—Tienes razón, Sofi, pero esta vez, créeme, fue diferente — dijo emocionada—. Sí, lo admito, me gustó. No sé si él sintió algo o si le gusté, pero al menos a mí me pareció increíblemente atractivo.

—Bueno, amiga, solo te digo que no te emociones. El chico pide dos bebidas y, de vez en cuando, viene acompañado de una chica. Hacen bonita pareja, por cierto, así que...

—Lo sé, Sofi, lo sé. No pretendo nada, de verdad. Solo me gustó, me pareció muy atractivo y punto.

—Espero que la próxima vez que lo veas no actúes como tonta —dijo Leonardo.

—Apuestas. Será como si nunca lo hubiera visto —contestó segura de sí misma.

—Ja, eso tengo que verlo —agregó Sofía con voz burlona.

El día pasó tan rápido que, aunque se pensaba que el trabajo sería pesado, terminó siendo de lo más apacible y ligero. Su turno en el trabajo llegó a su fin, y su mirada, aún perdida en sus pensamientos, no dejaba de pensar en aquel momento. Su amiga tal vez había acertado: "No te hagas ilusiones", se repetía a sí misma. "Es más, ¿por qué debería hacerme ilusiones con alguien que ni siquiera conozco y puede que ni vuelva a ver?". Los pensamientos no paraban.

Saliendo del trabajo, de regreso a casa, trataba de despejarse de esos pensamientos. Como en la mañana, tomó asiento en la banca, cerró los ojos unos segundos y respiró profundamente. Al abrirlos y observar su alrededor, retomó su postura y los pensamientos abrumadores cesaron. Se puso de pie y se dirigió a casa.

Cuando por fin llegó, entró y dejó su mochila en una silla junto a la puerta.

—¿Cómo te fue? ¿Qué tal tu día? —se escuchó la voz de su madre que venía de la cocina.

—Lo normal, todo tranquilo —respondió mientras se sentaba en el sofá—. Bueno... realmente no. Pasó algo en la mañana. Choqué con un chico al entrar en la cafetería. Para no hacer el cuento largo, el chico me gustó, mamá, fue como ver al chico de mis sueños, pero obvio no lo volveré a ver.

—Realmente no lo sabes, hija. Las cosas pasan cuando menos piensas. Los tropiezos en la vida no siempre son casualidad. A tu padre lo conocí cuando en mi cabeza no había ninguna idea de una relación. Muchas veces necesitas un ligero empujón para que pasen algunas cosas. Aunque —continuó con una mirada y voz juguetona— pueda que tal vez solo pasó y ya.

—¡Ay, mamá!

—¿Qué?

—Primero me haces crear alguna ilusión y luego solo la rompes.

—Bueno, realmente no sabemos —continuó su mamá—. Procura llegar mañana a la misma hora que hoy y veremos qué pasa.

—Ok, lo intentaré.

La época en la que te conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora