Prólogo

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En un lejano pueblo, donde habitaban las cenizas de los muros y donde no salía nunca el sol, llegó una huérfana que acababan de exiliar de su pueblo por infringir la ley, por cometer un delito. Sí, me exiliaron por colarme en el palacio Real.

Solo tenía diecinueve años cuando llegué a Ninshorok. La reina Emery Lestrassa mandó a decapitar a mis padres enfrente de todo el pueblo, incluida yo, que los veía a los dos mientras dos guardias me inmovilizaban para no correr hasta la reina y estrangularla con mis propias manos. Ella disfrutaba todo ese "espectáculo" sentada en su trono, con sus tres hijos, los dos príncipes y la princesa, que se escondía detrás de la falda de una de las sirvientas que la acogía en silencio, intentando aguantar las lágrimas.

Esa misma noche me colé en el palacio de Ztirvaned, en el que se habitaban todos los miembros de la Familia Real. La seguridad no era muy buena que digamos, o puede ser que yo era muy buena para ella. Llevaba ropa negra, porque mi ropa no tenía porqué resaltar cuando las velas ya se habían apagado. Utilicé un pasamontañas para así, si me pillaban, no me reconocerían, aunque lo primero que hubiesen hecho hubiese sido quitármelo y llevarme al calabozo, pero por lo menos tendría algo de tiempo para correr. Tuve que dar muchas vueltas para llegar hasta los aposentos reales, donde se encontraba mi destino.

Abrí la puerta, silenciosamente, y me encontré a la reina tumbada en la cama, roncando. "Parece que no haya dormido en días" pensé "o puede que esté muy cansada por estar matando gente de su pueblo", al final opté por la segunda posibilidad. No había nadie a su lado, el rey Henri murió hace muchos años, por una enfermedad que le impidió seguir con vida. Unos dicen que fue la reina quien lo envenenó, otros dicen que fue él quien decidió quitarse la vida por ser un pobre desgraciado al que le tocó casarse con una cruel y déspota mujer. Entré con cuidado y me fijé en todos los detalles. La habitación era muy amplia, tenía muebles de alta calidad, sillas cómodas y un escritorio enfrente, pero no veía lo que buscaba hasta que di un giro a la izquierda y casi me choqué con el enorme vestidor que estaba frente a mí. Lo abrí de par en par intentando no hacer ruido, saqué las tijeras de mi bolsillo y agarré un vestido de seda que cosió mi madre, el favorito de la reina. Empecé a cortarlo de arriba a bajo, entero. El suelo se llenó con hilos desbordados y lazos azules. Cogí otra prenda e hice lo mismo, no paré hasta acabar con todo el armario.

 La rabia y la ira se apoderaron de mí y, no hasta más tarde, me di cuenta de que ya estaba amaneciendo. Devolví las tijeras en mi bolsillo y di media vuelta para así poder marcharme de una vez. Me asqueaba ese palacio, esa gente hipócrita hizo que me sintiera así.

Corrí hasta llegar a las puertas del palacio, tenía que salir lo antes posible si no quería que me pillasen.

-¿A dónde cree que va, señorita?- me dijo uno de los príncipes. Su voz grave e imponente me obligó a dar media vuelta para encontrarme con él. 

-Esto... yo...

-Espere, ¿no es usted la hija de la pareja de señores que mataron ayer por la mañana?

"Como si mataran diez parejas al día"

-Esa misma- respondí, inquieta.

-¿Piensa responder a mi pregunta, o cómo va la cosa?- frunció el ceño por cada paso hacia atrás que daba yo.

No lo pensé dos veces y salí corriendo. Abrí la puerta pero me encontré con dos guardias vestidos de armaduras, cada uno con una espada. "Mierda, tenía que haber ido por el otro lado", pensé. Los guardias se percataron de que las puertas se estaban abriendo y giraron rápidamente la cabeza para verme. Abrieron los ojos como platos, aunque no dejaron escapar ni un segundo más para atraparme. Me adentraron de nuevo en el palacio, pero a una habitación diferente de la que fui antes. Me sorprendió ver a la reina sentada con una revista en la mano y una taza de café en la otra.

-Su majestad- se inclinaron, y con ellos yo también tuve que hacerlo-, encontramos a esta mujer saliendo por las puertas del palacio.- Los guardias se levantaron, pero a mí me sujetaron por cada brazo y uno de ellos me obligó a levantar la cabeza para ver quién se mostraba frente a mí.

-¿Tú no eres la hija de los señores a los que matamos ayer por la mañana?- Aquí descubrí el verdadero significado de la frase: "De tal palo, tal astilla".

-Sí, soy esa, su alteza- me obligué a hablar con respeto porque sabía que una sola falta y me cortaban la cabeza.

-¿Y se puede saber qué haces aquí?- Su voz era como un grillo chirriante, me daban ganas de arrancarme las orejas.

No respondí, si le decía que fui a cortarle sus prendas me iban a descuartizar viva. No me sorprendió que no se hubiese dado cuenta, ese armario lo usa para guardar las prendas y vestidos que usa para ocasiones especiales. Lo sé porque una de las sirvientas era amiga de mi madre y mientras ellas dos hablaban, yo escuchaba detrás de la puerta.

En resumen, la reina quiso decapitarme por entrar sin un permiso especial al palacio y también por no hablar cuando ella me lo ordenaba. No sé que le hizo cambiar de opinión, pero el único castigo que recibí fue el del exilio.

Llegué a lo que hoy día es, mi reino. Reconstruí todo lo que estaba en el olvido y familias vinieron a él. Han pasado nueve años desde que llegué a este sitio. Ahora soy una de las monarcas más importantes que pueden existir. 

A pesar de todo lo que he conseguido hasta ahora, nunca voy a dejar de lado mi sed de venganza, y esta vez, no solo cortaré las prendas de la reina, sino su cabeza.

Los Reyes Del NuncaWhere stories live. Discover now