Capitulo I: Una mejor paga

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Una buena historia siempre comienza de forma rápida. Si no me creen, pregúntenle a Sergio, que ya se le había hecho costumbre despertar corriendo.

—¡Rápido Pato! Ven, vámonos. —Sergio ya iba tarde a su trabajo. Apenas había dormido unas horas y tenía que llevar a su hijo, Patricio a la guardería.

El pequeño de apenas dos años se colgaba del cuello de su padre que corría con la pañalera colgada al brazo y las botas aún sin atar.

—Carlos, te veo más tarde. Si pudieras pasar por Pato estaría perfecto. —Dijo al moreno que solo lo observaba correr por el pequeño departamento.

—Vamos tío, que te ves como un loco. —Carlos soltó una pequeña risa al ver a su amigo corriendo totalmente desaliñado. —Dame al niño, yo lo llevo a la guardería.

Sergio se paró en seco mientras echaba a la pañalera un biberón. —¿De verdad?

—Claro. Dámelo y vete, que ya vas tarde al trabajo.

—¡Gracias, gracias, gracias! —Contestó el pelinegro entregando al pequeño niño castaño a su amigo. —Pórtate bien, Patricio. —dijo con cara seria al niño. —Sin hacer berrinches hoy.

Dio un pequeño beso a la frente del niño para tomar sus cosas del sofá de la pequeña sala de estar. —Gracias, de verdad.

—No hay de qué, pero vete que se hace tarde.

Sergio dio una última sonrisa a ambos y salió. No era un lujo que podía darse poder llegar tarde a su trabajo. No llevaba ni seis meses en ese país y aún no podía acostumbrarse. Las noches en vela eran algo rutinario con Patricio que aún no lograba conciliar el sueño sin su madre. Había sido un acto desesperado irse tan lejos de México, si, pero era la única forma de mantener a Pato con él y darle una mejor vida.

No podía darse el lujo de usar el carro de Carlos. Él lo necesitaba para llevar a Patricio a la guardería e ir a su trabajo. Si bien Carlos tampoco era holandés, llevaba ya años viviendo ahí. Fue un alivio que Sergio lo conociera el día que llegaron a ese país. Les dio asilo en su departamento y por su calidez, Pato no tardó en adaptarse a él como si fuera uno más de la familia. Sergio estaba tan agradecido.

—Llegas tarde, mexicano... Otra vez.

El tipo de facciones toscas del puerto ni siquiera levantó la mirada para ver a Sergio. Con dificultades había encontrado un trabajo, y el único que lo había aceptado era ese donde día a día había sido explotado laboralmente cargando cajas y costales en un almacén.

—Perdón, señor Bottas, es que mi hijo Patricio ayer no durmió bien y...

—A mi no me importa. Tienes que descargar dos camiones que tienen cajas de patatas, así que rápido. Tienes que terminar antes del almuerzo ¿oíste?

Sergio asintió, pero el tipo del bigote de morsa ni siquiera lo miró. Solo anotó algo en la libreta. Sergio había tenido suerte, mucha suerte, pues cuando llegó, no podía comunicarse con nadie. Fue una suerte que ese tipo hablara inglés y no le molestara hablar con él en ese idioma. No era alguien precisamente amable, pero sí alguien que aguantaba sus retrasos.

El día empezaba como siempre. Un grupo de hombres y él eran los encargados de bajar cajas y guardarlas en bodegas. No era algo complicado, pero sí algo tardío y un tanto cansado.

Goedemorgen lieverd Donde viven las historias. Descúbrelo ahora