En el Abismo sin retornó

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En una ciudad ahogada por la oscuridad, Valeria y Miranda eran las reinas del terror. Valeria, una mujer de negocios despiadada, utilizaba su encanto para manipular y arruinar a quienes se interponían en su camino. Su hija, Miranda, había heredado no solo su belleza, sino también su sed de poder, convirtiéndose en un monstruo encantador.

Una noche, Valeria organizó un banquete en su mansión, donde los colaboradores que habían osado desafiarla serían invitados a un “juego” de secretos. La cena, decorada con velas parpadeantes, pronto se transformó en un escenario macabro. Valeria y Miranda, sentadas en la cabecera, se deleitaban al ver a sus víctimas sumergirse en el miedo.

Entre los invitados, un hombre llamado Alejandro se destacó. Su mirada intensa y carismática capturó la atención de Miranda. Aunque su corazón latía con la emoción del peligro, también sentía una atracción prohibida. Alejandro había sido un aliado leal, pero conocía los oscuros secretos de Valeria y no podía soportar más su tiranía.

Yo, Lorelai, fui un empleado leal de Valeria durante años. Sabía de su crueldad, pero nunca me atreví a desafiarla hasta que la locura de su poder me dejó sin alma, sin esperanza, sin nada más que perder.

A medida que la noche avanzaba, Valeria propuso el juego: cada uno debía revelar un secreto o enfrentar una consecuencia aterradora. Las confesiones fluyeron, llenas de traumas y traiciones. Miranda, encantada por el caos, propuso algo aún más retorcido: un laberinto en los sótanos, donde sus invitados enfrentarían sus miedos más profundos.

Los gritos resonaron en el aire helado mientras los participantes corrían, aterrados. Valeria y Miranda, riendo a carcajadas, observaron desde la seguridad de su sala. Sin embargo, Alejandro, decidido a acabar con el juego, se adentró en la oscuridad del laberinto, enfrentando sus propios demonios.

Fue allí donde su camino se cruzó con el de Miranda. Ambos, atrapados en el horror, encontraron consuelo en su conexión. A medida que se enfrentaban a sus peores miedos, un romance prohibido brotó entre sus susurros. Los ecos de su atracción se mezclaron con los gritos del terror, y en medio de la locura, se prometieron escapar juntos.

Pero Valeria, percibiendo la traición en el aire, decidió actuar. Con astucia, manipuló el laberinto, creando trampas que atraparon a Alejandro. Mientras él luchaba por liberarse, Valeria se deleitaba en el caos, disfrutando de la desesperación de su hija.

En ese momento, mi alma, ya vacía y sin nada que perder, se llenó de una ira oscura. Decidí enfrentarme a Miranda, la hija que había heredado toda la maldad de su madre. La atrapé en un rincón del laberinto, y en un arrebato de furia y desesperación, la arrojé al suelo.

Miranda, sorprendida, intentó luchar, pero mi fuerza, alimentada por años de sufrimiento, fue imparable. La miré a los ojos, esos ojos que reflejaban tanto la crueldad de su madre como su propio miedo. Con cada golpe, sentí una mezcla de liberación y tristeza. Sabía que lo que hacía era una condena para ambos.

Miranda gritó, pidiendo clemencia, sus súplicas resonaron en la oscuridad. En ese momento, vi algo en sus ojos, un destello de humanidad, un vestigio de amor hacia su madre. Aunque había sido una tirana, aún era capaz de sentir. Pero no me detuve. La rabia y el dolor eran demasiado profundos.

Finalmente, Miranda cayó, su cuerpo inmóvil, pero su mirada seguía viva, una mezcla de miedo, dolor y arrepentimiento. La dejé allí, en el frío y oscuro laberinto, sabiendo que Valeria jamás la encontraría a tiempo.

Cuando Valeria llegó y vio a su hija, la desesperación la consumió. Gritó, lloró, pero ya era demasiado tarde. La maldad que habían sembrado las había alcanzado, y ahora, Valeria tendría que vivir con la culpa de haber creado un monstruo y perder lo único que realmente le importaba.

Alejandro y yo, heridos pero libres, dejamos la mansión atrás, un símbolo de la oscuridad que habíamos superado. Sabíamos que el camino hacia la redención sería largo y doloroso, pero al menos, estábamos libres de la sombra de Valeria y Miranda. La historia de su maldad se convertiría en una advertencia, un eco en la oscuridad que recordaría a todos que incluso los corazones más oscuros pueden encontrar la luz, aunque sea a un alto precio.

Pero para mí, Lorelai, el verdadero clímax llegó cuando vi la mirada de Valeria al descubrir a su hija, Miranda, muerta. Fue en ese momento cuando sentí una extraña satisfacción, un retorcido placer al ver su desesperación. Había gozado al asesinar a Miranda, cada golpe había sido un respiro de vida para mi alma vacía.

La desesperación en los ojos de Valeria fue un aliento de vida para mí, un respiro de felicidad. Saber que había causado tanto dolor a alguien tan cruel me llenó de una extraña paz. Y aunque sabía que lo que había hecho era monstruoso, también comprendí que mi alma se reivindicaría al acabar con cada una de esas almas sombrías como la de Valeria y Miranda.

Así comenzó mi nueva misión: liberar al mundo de las almas que no tenían sentido en esta vida, las almas sombrías y corruptas que, como Valeria y Miranda, solo traían sufrimiento. Había encontrado un propósito en la oscuridad, y aunque mi camino sería sangriento y lleno de horror, sabía que cada vida que tomara sería un paso hacia mi redención.

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El Abismo de la Maldad Donde viven las historias. Descúbrelo ahora