—Antonella, ¿sucede algo? —escuchó la voz de Vicenzo y se tapó la boca asustada. Había hablado demasiado alto.
—Nada —dijo después de unos segundos, intentando que su corazón se calmara.
—¿Estás segura de que estás bien? —preguntó él—. Voy a abrir la puerta.
—¡No abras la puerta! —Ella se lanzó de manera impulsiva y con su cuerpo delgado y esbelto, intentó evitar que Vicenzo entrara y la encontrara desnuda.
La toalla cayó al piso y se quedó con la espalda pegada a la puerta y los brazos extendidos intentando alcanzar la toalla.
—Antonella, ¿qué está pasando? ¡Estás bien! Comienzo a preocuparme. No me gusta preocuparme por cosas que no valen la pena.
—¡Pues lárgate! ¡Déjame en paz! Ya que no valgo la pena, vete y déjame tranquila.
—No tergiverses mis palabras. —le dijo él, completamente molesto.
—¿Qué es lo que quieres? Me has tratado como a una basura. Aléjate de la estúpida puerta.
—¿Qué es lo que necesitas?
—De ti solo quiero una cosa.
—Déjame adivinar... ¿Qué te quite el deseo de hacer el amor conmigo, cara mía?
—Maldito arrogante.
—Tus bragas te delataron. Tus besos dijeron la verdad. ¿Vas a negar ahora que quieres que te posea? ¿Dirás que no quieres que me hunda en ti y te haga sentir mujer como te aseguro que Scott no lo ha hecho ni lo hará jamás?
—Vete al infierno. —le dijo con las lágrimas bajando por sus mejillas. —No necesito nada de ti. No te deseo. Tu jodido ego es el que te tiene engañado pensando y viendo cosas que no son.
—Si tan segura estás de eso, de lo que sientes por mí, de ese odio que profesas hacia mi persona, abre la puerta, esposa mía, ábrela y deja que te vea a los ojos.
Demonios, ella estuvo tentada a hacerlo.
Pero no cedió.
—Déjame en paz.
—Abre la puerta o la abriré yo a la fuerza. —Le ordenó. —Venga, dime por qué me pediste ayuda.
—¡Jamás te llame! —chilló ella.
—¿No encontraste cómo poner el agua caliente? —se mofó él. —¿Quieres que te dé un baño de esponjas? ¿Necesitas ayuda enjabonándote la espalda?
—¿Tan tonta crees que soy? —¿Crees que soy tan tonta e inservible que no puedo poner el agua caliente o el agua fría en la ducha? —precisamente había tardado más porque no encontraba el botón, pero no iba a reconocerlo. No ante él. —Así me ves, ¿verdad? Es cierto lo que dice mi hermana. Jamás debí casarme contigo, fui una inocente y una estúpida al creer que tú y yo podríamos funcionar juntos.
Se desahogó y sintió las lágrimas tocar sus mejillas, se las quitó de un manotazo y abrazó su cuerpo desnudo.
—Nella —escuchó el cuerpo de Vicenzo al recostarse en la puerta—. Abre la puerta. Estás diciendo cosas que no sientes. Tú sabes muy bien que me deseas.
—¡Estoy harta de ti, Vicenzo! —No le importó que su voz se rompiera; necesitaba desahogarse. Había viajado hasta esa estúpida ciudad intentando conseguir su libertad. —¡Necesito que firmes los papeles del divorcio! —Quiero irme ahora mismo de aquí —le dijo con la voz entrecortada y la respiración acelerada. Un dolor en el pecho comenzó a molestarla, el mismo dolor que había sentido durante todo ese año, esa ansiedad que hacía que se comiera las uñas día tras día y que se estrujara las manos, en un accionar constante. —Me estás volviendo loca, necesito recuperar mi vida, necesito escapar de ti.
—Nella, no vas a escapar de mí. Eres mi esposa. No tienes por qué...
—¡Que te vayas! —le gritó y cerró los ojos, apretando como si intentara desaparecerse de ese baño y aparecerse en una España. Tomando un café con Scott.
Su novio. Scott. Ese era el único que debía importarle.
Él era el único hombre que podía desear.
—Voy a entrar —él abrió la puerta sin que ella pudiera detenerlo, y se hizo un lado cubriéndose sus partes íntimas lo más que pudo con sus manos.
—¡Vicenzo! —gritó—, ¡sal de aquí! ¡Fuera de aquí! ¡Estoy desnuda! ¿No me ves?
—Sí... —Él arrastró la afirmación y una sonrisa lobuna se dibujó en su rostro. —Lo estoy viendo, y déjame decirte, cara mía, que me gusta lo que veo.
—Eres un jodido cerdo. —farfulló. —No tienes decencia. Ni delicadeza.
—Increíblemente así te gusto.
—Tan mañoso y desconsiderado. Sal de aquí ahora mismo.
—Claro. Saldré ahora mismo. —Ella se hizo a un lado y miró hacia el otro lado para escapar de sus ojos burlones. —Te espero en la cama. Imagino que esa parte del apartamento aún no la has olvidado, Nella.
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EL ITALIANO VENGATIVO
RomanceAntonella Luigi está casada, legalmente casada con un hombre que conoció un año y algunos meses atrás. Ella descubrió la razón de su matrimonio: una herencia por cobrar. Vicenzo Luigi, tuvo una condición para que pudiera cobrar su herencia: casarse...