Capitulo 12: Llamarle

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—¿Antonella, sucede algo? —escuchó la voz de Vicenzo y se tapó la boca asustada. Había hablado demasiado alto.

—Nada— dijo después de unos segundos, intentando que su corazón se calmara.

—¿Estás segura que estás bien? —preguntó él —voy a abrir la puerta.

—¡No abras la puerta! —Ella se lanzó de manera impulsiva y con su cuerpo delgado y esbelto, intentó evitar que Vicenzo entrara y la encontrara desnuda.

La toalla cayó al piso y se quedó con la espalda pegada a la puerta y los brazos extendidos intentando alcanzar la toalla.

—Antonella, ¿que está pasando? ¿estas bien! comienzo a preocuparme. No me gusta preocuparme por cosas que no valen la pena.

–¡Pues lárgate! ¡déjame en paz! ya que no valgo la pena, vete y déjame tranquila.

—No tergiverses mis palabras. —le dijo el completamente molesto.

—¿Qué es lo que quieres? Me has tratado como a una basura. Aléjate de la estúpida puerta.

—¿Qué es lo que necesitas?

—De ti solo quiero una cosa.

—Déjame adivinar... ¿Qué te quite el deseo de hacer el amor conmigo, cara mia?

—maldito arrogante.

—Tus bragas te delataron. Tus besos dijeron la verdad. ¿vas a negar ahora que quieres que te posea? ¿Dirás que no quieres que me hunda en ti y te haga sentir mujer como te aseguro que Scott no lo ha hecho ni lo hará jamás?

—Vete al infierno. — le dijo con las lágrimas bajando por sus mejillas. — no necesito nada de ti. No te deseo. Tu jodido ego es el que te tiene engañado pensando y viendo cosas que no son.

—Si tan segura estas de eso, de lo que sientes por mi, de ese odio que profesas hacia mi persona, abre la puerta esposa mía, ábrela y deja que te vea a los ojos.

Demonios, ella estuvo tentada a hacerlo.

Pero no cedió.

—Déjame en paz.

—Abre la puerta o la abriré yo a la fuerza. — le ordenó. — venga, dime porque me pediste ayuda.

—¡Jamás te llame! — chilló ella.

—¿No encontraste como poner el agua caliente? — Se mofó el. —¿quieres que te de un baño de esponjas? ¿Necesitas ayuda enjabonándote la espalda?

—¿Tan tonta crees que soy? ¿Crees que soy tan tonta e inservible que no puede poner el agua caliente o el agua fría en la ducha? —precisamente había tardado más porque no encontraba el botón, pero no iba a reconocerlo. No ante él. —¿así me ves, verdad? Es cierto lo que dice mi hermana. Jamás debí casarme contigo, fui un inocente y una estúpida al creer que tú y yo podríamos funcionar juntos.

Se desahogó y sintió las lágrimas tocar sus mejillas, se las quitó de un manotazo y abrazo su cuerpo desnudo.

—Nella— escuchó el cuerpo de Vicenzo al recostarse en la puerta —Abre la puerta. Estas diciendo cosas que no sientes. Tu sabes muy bien que me deseas.

—¡Estoy harta de ti, Vicenzo! —no le importó que su voz se rompiera, necesitaba desahogarse. Había viajado hasta esa estúpida ciudad intentando conseguir su libertad. — Necesito que firmes los papeles del divorcio! Quiero irme ahora mismo de aquí —le dijo con la voz entrecortada y la respiración acelerada. Un dolor en el pecho comenzó a molestarla, el mismo dolor que había sentido durante todo ese año, esa ansiedad que hacía que se comiera a las uñas día tras día y que se estrujara las manos, en un accionar constante. —me estás volviendo loca, necesito recuperar mi vida, Necesito escapar de ti.

—Nella, no vas a escapar de mi. Eres mí esposa. No tienes porqué...

—¡Que te vayas! —le gritó y cerró los ojos, apretando como si intentara desaparecerse de ese baño y aparecerse en una España. Tomando un café con Scott.

Su novio. Scott. Ese era el único que debía de importarle.

El era el único hombre que podía desear.

—Voy a entrar— él abrió la puerta sin que ella pudiera detenerlo, y se hizo un lado cubriéndose sus partes íntimas lo más que pudo con sus manos.

—¡Vicenzo! —gritó sal de aquí! ¡Fuera de aquí! ¡estoy desnuda! ¿no me ves?

—Sí.. —él arrastró la afirmación y una sonrisa lobuna se dibujó en su rostro. —lo estoy viendo, y déjame decirte, cara mía, que me gusta lo que veo.

—Eres un jodido cerdo. —farfulló. —no tienes decencia. Ni delicadeza.

—Increíblemente así te gusto.

—Tan mañoso y desconsiderado. Sal de aquí ahora mismo.

—Claro. Saldré ahora mismo. — ella se hizo a un lado y miró hacia el otro lado para escapar de sus ojos burlones. —Te espero en la cama. Imagino que esa parte del apartamento aun no la has olvidado, Nella.

EL ITALIANO VENGATIVO (EN EDICION)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora