Es incongruente, pensé para mis adentros, mientras se dibujaba en mis labios una leve mueca en tono de burla, que a conciencia y por respeto deshice, reconociéndome el lugar donde me hallaba, al tiempo miraba con malicia y desconcierto a mi compañera de homilía, en busca de su reacción. Cosa que no sucedió... Ignore por un momento el foco de mis prejuicios y trate de concentrarme en lo que decía el padre, aunque podía más mi fijación en lo que a mi parecer consideraba extraordinario, de hecho, lo reduje a alguien que estaba en el lugar equivocado.
¿Pero quién era yo para hacer juicios de valor o decidir a priori, quien o quien no; ¿puede estar en un recinto, donde se congrega el credo? Reconozco que no había mala fe de mi parte, ante esa postura quizá egoísta y pese a ello, me consideraba de criterio amplio, sin asomo de sectarismo; de hecho era respetuosa frente a la coherencia o lógica de las cosas, La verdad tenía tanto en que pensar que opté por apartar el influjo de mi mente y correrme un poco para poder ver al cura en el púlpito, ya que su estatura y contextura eclipsó mi visual.
La misa transcurría en el orden habitual y aunque me esforcé, no dejaba de mirar al hombre que minutos antes, se había ubicado dos sillas delante de nosotros y detrás de dos mujeres ancianas o, al menos eso se notaba por sus cabellos blancos de canas. Su presencia allí, definitivamente había concentrado mi atención, así lo evitara. Solo que ahora trataba de conciliar mis reservas haciendo a un lado el peso de las obviedades y obedeciendo a que cada quien decide donde estar, aunque a criterio de otros; pareciera no encajar.
Pecado debe ser prejuzgar, concluí, pero ¿qué hace un hippie en misa?, me preguntaba, mientras detallé el atuendo del hombre e insistiendo en encontrar, algo de apoyo o complicidad en mi compañera y la codeé, señalándole al sujeto con un movimiento de cabeza, pero renuente e inmersa en la liturgia, me hizo un gesto agrio de desaprobación con la mirada y continuó inmutable. Detallé con reparo el traje de lino abono, holgado muy común entre ellos, llevaba una manta envuelta en el cuello y un morral de lado. Por las bancas de adelante de donde estaba, no alcanzaba a divisar con claridad sus pies, y concluí que tenía sandalias; así sonará a cliché, el cabello estaba algo enmarañado, cogido con alguna horquilla, atrás en una semi cola; lo que terminó por confirmar con certeza, qué tipo de personaje era.
Me sustraje de mis propios asuntos y especular un poco sobre su oficio: Lo imaginé vendiendo collares, pulseras y aretes en un puesto callejero e improvisado, haciendo música en una plaza, junto a otros iguales, e incluso consumiendo alucinógenos, que a criterio es lo habitual en ellos. A conciencia no tenía nada en su contra, ni me incomodaba en absoluto su presencia, la rebeldía o actitud transgresora, alternativa y en contravía de los estándares establecido en nuestras sociedades, solo que verlo escuchando misa, suscitaba en mí, emociones encontradas, era inusual o al menos, no habitual, a mi obtusa consideración. Al tiempo y muy conveniente, había dejado de lado mis guerras internas, que en ráfaga me avasallaron, devolviéndome a la ominosa realidad. Estaba atravesando una crisis existencial muy compleja, de álgidas vicisitudes a nivel personal, tenía problemas emocionales, de salud y a criterio propio, concluí que era mejor concentrarme en ellos antes que, en descalificar estereotipos, señalar posturas prejuiciosas o criticar identidades externas.
La vida me había orillado hasta las antípodas de mis fortalezas, era una carga insostenible en la medida que todos mis esfuerzos no daban sustento, ni tregua su nocivo avance, exponiéndome a la negativa genesis que venía abriéndose ante mí incredulidad. Las batallas eran diarias desde el despertar, hasta que lograba conciliar el sueño; esa suerte de arbitrariedades impuestas por el destino e infringidas contra mi pobre humanidad, ya daba trazas de aberrante ensañamiento.
Había recurrido a cuanto estuvo en mis manos pero en desdeñosa conclusión, tenía que aceptar irremediablemente que, estaba inmerso en un problema mayúsculo y con reservado pronóstico a futuro cercano, al punto de declararme preso de la impotencia, a la deriva del absurdo devenir, sin más fuerzas ni alternativas a la vista, contando solo con el instinto de conservación físico y mental, aún prevaleciente como último bastión, sustentando mi lastimera situación; antes que desfallecer.

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Pero qué hace un hippie en misa
ParanormalEn el inverosímil contexto de la absurda realidad, versus la posibilidades enmarcadas en lo sobrenatural, encuentran converjencia el bien como salbavidas, ante la inimencia casi irremediable del mal, sobreponiendose la fe traducida en milagros. Lo...