Capítulo 1

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A pedido de mi amiga Ana. Te quiero mucho.

Me he estado plantando y replanteando acerca de escribir estas palabras, pues no es fácil contar una historia gris. Las manos me dolerán y tardaré mucho en terminarlo pero sé que mis palabras, en un futuro, inspirarán a otras personas. O eso espero. En verdad no lo sé. Me encuentro a la luz de una araña de cristal iluminando mi casa pero mis manos arden como si hubiera escrito toda la noche, ellas tiemblan de emoción por dar a conocer mi historia de una vez por todas. Empecemos... 

Desperté a las seis de la madrugada tras el cantar del maldito gallo que se había instalado en el árbol de enfrente meces atrás, despertándome cada mañana con sus chillidos ensordecedores. Me quejé aún entre las sábanas de mi catre y me quedé allá sentada, sin saber que hacer con mi vida. Me froté los ojos y me lancé desde la cama sin pensar siquiera en las escaleras que me dividían del helado piso de madera. Me encaminé al baño  dando grandes zancadas aún sin estar del todo despierta y encendí la canilla para mojarme la cara con la nula intención de despejar mi cabeza. 

Me reflejé en el espejo y pude ver como las gotas de agua helada resbalaban por mi mentón para caer en el lavabo. Pensé en secarme la cara pero después recordé que debía lavarme los dientes antes de salir a ganarme el desayuno. Bostecé. Sinceramente no quería hacer nada ese día, pero si no lo hacía... pasarían cosas terribles, como morirme de hambre. 

Me coloqué el ajustado pantalón color beige, una remera lisa con diminutos tirantes y una chaqueta de piel sintética que usaba para cazar. Me coloqué las botas y salí por la cocina hacia el enorme patio, bueno... patio era como me gustaba decirle, me dejó en lo que sería mi "entrada" antes de el frondoso y oscuro bosque. Hacia muchos años ya que vivía allá.

 Mi madre había querido obligarme a casarme con el hijo de un rey en cuanto cumpliera mis diecisiete pero yo me negué rotundamente haciendo que se desatara su furia y que yo tuviera que huir de la ciudad donde mis padres vivían en dirección al bosque, donde nadie me encontraría. Una noche helada, mientra huía de mi madre, encontré una diminuta casa en el bosque completamente hecha de roble, me adentré en ella pensando que no había nadie. Estaba equivocada, un dulce anciano vivía allí desde hacía años y me había recibido con los brazos abiertos. 

Me había enseñado todo lo que sabía  y me había hecho apreciar los diminutos momentos de la vida para hacerlos grandes y placenteros. Desde mi enorme casa en la ciudad me había traído muchas cosas que eran consideradas inservibles pero en realidad traje más cosas útiles que inútiles. 


Volviendo al relato... me dirigí hacia el corral donde estaban las gallinas y guardé un par de sus huevos dentro de la canasta que habíamos construido con el viejo "gruñón" (así le decía, nunca supe su verdadero nombre) hecha con ramas y hojas. Luego me dirigí a la zona de la granja donde estaban las vacas y me dirigí a una muy despacio. Otra cosa que me había enseñado el viejo gruñón era el respeto hacia los seres que nos alimentaban. Extendí mi mano y acallé al animal cuando este se sobresaltó, recogí un poco de pasto y se lo dí de comer a modo de esperanza de que me dejara ordeñarla.

No hubo problemas, la vaca se quedó quieta durante el ordeñe y yo pude completar todo para mi desayuno, no conseguiría mucho más tan temprano a la mañana. Me dirigí a la choza, que ya era más mi hogar que la casa en donde había vivido toda mi vida, y comencé a hacerme el desayuno. Las personas piensan que los que vivíamos en los bosques eramos inadaptados y sucios pero yo nunca renuncié a las necesidades básicas. Tenía una ducha con agua tibia y un enorme termo-tanque, me dirigía a un diminuto pueblo muy seguido para pagar las cosas que tenía pero yo me encargaba de mi comida ya que no tenía dinero más del que le robaba a la reina el 20 de cada mes cuando ella debía pasar por los terrosos caminos de por aquí. 

Como decía, tomé mi desayuno sentada al aire libre mientras leía por enésima vez un libro que me había dado el viejo gruñón antes de morir, era un libro de aventuras y romance, pero estaba forrado y nunca sentí la necesidad de sacarle aquello que cubría su tapa. 



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