George RR Martin
-Canción de Hielo y Fuego-
Dos cuentos de Poniente
El Caballero Errante
La Espada Leal
También en versión original
The Hedge Knight
The Sworn Sword
2 El Caballero Errante
Índice
El Caballero Errante............ 1
La Espada Leal................. 45
The Hedge Knight................ 95
The Sworn Sword................ 153
~ A Song of Ice and Fire ~
El Caballeroaballero Errarra nte
Un Cuento de los Siete Reinos
GEORGE R. R. MARTIN
D
unk no tuvo dificultad en cavar la fosa, porque las lluvias primaverales habían ablandado la tierra. Eligió la ladera occidental de una colina, por respeto a la afición del anciano a las puestas de sol. “Ya ha pasado otro día -comentaba en vida, suspirando-. A saber qué nos deparará el de mañana, ¿eh, Dunk?”
Pues bien, uno les había deparado lluvias que los habían calado hasta los huesos, el siguiente viento racheado y húmedo, y el tercero frío. Amanecido el cuarto, el viejo ya no tenía fuerzas para montar. Ahora estaba muerto. Pocos días atrás, a lomos de su caballo, cantaba todavía la canción aquella sobre ir a Gulltown a ver a una hermosa joven, sólo que cambiando Gulltown por Vado Ceniza. ―A Vado Ceniza camino, a ver a mi zagala, de cabellos de lino‖, recordó Dunk, cavando con tristeza.
Cuando consideró que el agujero ya era bastante hondo, cogió en brazos el cadáver del anciano y lo llevó al borde. Había sido un hombre bajo y delgado, y ahora que ya no llevaba cota de mallas, yelmo ni cincho para la espada pesaba lo que un saco de hojas secas. Dunk poseía una estatura descomunal para su edad; a sus dieciséis o diecisiete años (nadie sabía de cierto cuántos) su cuerpo larguirucho y poco grácil frisaba los dos metros, y aún tenía que fornirse. EI viejo había dedicado muchos elogios a su fortaleza. Siempre había sido pródigo en ellos. No tenía nada más que dar.
Dunk lo depositó en la fosa y aguardó un poco a cubrirla. El aire volvía a oler a lluvia. Se imponía rellenarla antes de que cayeran las primeras gotas, pero no era fácil cubrir de tierra aquel rostro viejo y cansado. Debería haber un sacristán, pensó Dunk, para dedicarle unas oraciones; pero sólo me tiene a mí. El viejo le había comunicado toda su ciencia sobre espadas, escudos y lanzas, pero no había sido buen profesor de palabras.
-Os dejaría vuestra espada, pero se oxidaría –dijo al fin, como quien pide perdón-. Yo creo que os darán otra los dioses. Ojalá no hubieras muerto, ser -Enmudeció unos instantes, por ignorancia de lo que quedaba por decir. No sabía ninguna oración entera. EI viejo no había sido hombre de oraciones-. Erais un caballero cabal, y jamás me golpeasteis sin yo merecerlo –logró decir al cabo-, salvo aquella vez en Estanque de la Dama. Ya os dije que el pastel de la viuda se lo había comido el mozo de la posada, no yo. En fin, ya no importa. Id con los dioses, ser. Echó tierra con el pie. Después llenó la fosa metódicamente, sin mirar lo que yacía al fondo. Ha tenido una vida larga, pensó. Seguro que le faltaba poco para cumplir sesenta años. ¿Cuántos podían presumir de lo mismo? Al menos había visto otra primavera.
Dio de comer a los caballos con el crepúsculo en ciernes. Había tres: el jamelgo de Dunk, el palafrén del anciano y Trueno, su caballo de batalla, un semental zaino reservado para torneos y guerras.