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En mi defensa, estábamos en un callejón muy oscuro. Poneos en mi lugar, era prácticamente de noche, la única luz que se filtraba eran unos destellos naranjas que persistían en el cielo. Además, aunque eso llevaba días siendo así, las calles eran muy silenciosas y al mínimo ruido se activaban todas mis alarmas.

Hice el ademán de acercar mi brazo al chico que estaba frente a mi, viendo el arañazo que él mismo cubría con su mano. La vista del chico se elevó y yo retiré el gesto inmediatamente. Una marca rojiza atravesaba su ojo izquierdo y parte de su mejilla.

Clavó sus ojos en mí y en ese mismo momento quise encogerme y esconderme. Su mirada era verdosa, pero tan oscura como un pozo. No había sentimiento y aquello era absolutamente tenebroso, incluso para mí, que había trabajado con villanos.

Ninguno de los dos apartamos la mirada, como si temiéramos el próximo movimiento del otro. Analicé cada detalle de él en un intento de reconocerlo, y lo hice. Sus rasgos los había visto en otro lugar, cabello verdoso y ojos de igual color, pocas personas tenían estas características. Aún así, no lograba recordar dónde lo había visto.

—Lo siento. —Las palabras salieron en un hilo de voz.

El chico negó con la cabeza, restándole importancia con el gesto.

—Ya lo has dicho. —El tono era cansado—. Tranquila, no es nada.

Lo miré con preocupación, aún siendo incapaz de actuar para ayudarlo. Se quitó la mochila que llevaba en la espalda y buscó algo en ella.

—Te va a quedar una cicatriz bastante fea... —miré el arañazo en su rostro y fruncí las cejas.

—No tienes porqué preocuparte, de verdad.

De la mochila sacó una gasa y un bote con un contenido que supuse que era antiséptico. Se limpió la herida bajo mi antena mirada.

Al terminar volvió a mirarme, esta vez frunció el ceño, dejando de lado aquella expresión neutral que había mantenido todo el tiempo.

—¿Esperas a alguien?

—No, ¿porqué lo dices?

Curiosamente, o no tanto, me puse nerviosa.

Estaba volviendo a casa atajando por callejones que, antes de que destrozaran la ciudad, no me atrevería a cruzar. Ahora no debía haber nadie vagando por las calles y podía atravesarlas con tranquilidad.

Claramente no me esperaba que un chico aterrizara a medio metro de mí en plena oscuridad. Así que tuve que reaccionar.

Mientras guardaba el bote y tiraba la gasa, lo analicé en un segundo intento de tratar de descubrir quién era y porque algo en él me sonaba tanto. Parecía un héroe, aunque un tanto demacrado. Su traje estaba desgarrado y sucio. Además no debía tener más de dieciocho años, tal vez de mi edad. ¿Vigilante, tal vez? ¿Trabajaba para la comisión de héroes? ¿Para el gobierno?

Mis pensamientos pesimistas iban a peor.

Si era así, me iba a detener. Había hecho muchas cosas a lo largo de mi vida por las que podrían arrestarme, sobre todo esas últimas semanas.

—¿Vas a detenerme? —pregunté sin más, mientras el miedo me empezaba a consumir.

Los ojos verdes de aquel chico se clavaron en mí una vez más, confuso.

—¿Debería? —respondió desubicado. Negué con la cabeza muy despacio, insegura.

—¿No? —carraspeé—. Para nada —dije más segura.

Se colocó la mochila sobre sus hombros a la vez que me revisaba de arriba abajo, de repente me sentí desnuda e incómoda. Finalmente suspiró y se puso la capucha de su traje, ocultando su rostro bajo una máscara con orejitas.

La cicatriz de la noche - Izuku MidoriyaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora