16/11/23

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ADVERTENCIA: Mención de canibalismo.


Un triste pedazo de tela colgaba desde la entrada de un edificio en ruinas, y con tempera negra se desdibujaba la frase: VIVAN LOS DÍAS INFINITOS. El último pedazo de tierra, el último respiro entre tanta desgracia, el último gran porvenir. Eso era lo que se decía desde distintas partes del mundo, tierras apenas tangibles, acabadas. Esta no parecía ser distinta. Una vez que ingresabas a la ciudad, la tensión te sofocaba, no había más. La gente era esquiva y súper curiosa, sus ojos parecían saltar de sus cuencas y sus cuchicheos no eran más que un mareo en el paso a paso. Sospechaba que no eran comunes los extraños y eso me puso los nervios de punta. Apreté sin querer la mano de Mary, la pequeña que se unió en mi recorrido por las orillas desoladas de la isla; recibiendo un quejido. Me disculpé antes de que alguien lo notara.


              -  Ya no hay nada.

Se escuchó de un hombre. Niños reían a su alrededor. Preferí no voltear a verlo, ella tampoco debía hacerlo, lo había pronunciado con tanta nostalgia y desesperación; así que, con un par de toques en su mano, apuré su paso. Seguimos caminando, a la vez que el silbido de un ave diminuta anaranjada llamaba nuestra atención.


Era un horror, era un miserable error. Katherine nos había advertido, sobre esos ojos saltones y manos nerviosas, bocas ansiosas. Quería llorar. Estaba llorando. La carne que sostenía ese pan viejo y tal vez mohoso, era de..., era de... Mary. La había notado nerviosa, ansiosa por refugiarnos fuera de los pasillos del complejo de edificios, ella conocía un escondite en lo que simulaba un bosque en las afueras, pero el frío era infernal. El oleaje era macabro y podías escuchar rugidos de las criaturas andantes, criaturas que se arrastraban fuera de su ecosistema solo para acabar con lo que quedaba de nosotros, rara vez alguna perecía en ese viaje. Aún recordaba esa piel azul opaca ante los rayos del sol, sus ojos muertos de un beige pálido. Tan muerto como... Aparté la mirada mientras apretaba la hamburguesa con mis manos, era coraje.

Debimos irnos, pero la avioneta ya estaba destruida por esos... monstruos.


La última misericordia de Dios, así la llamaban. Misericordia, ¿para quién? Ahora podía entender porque todos callaban sus habladurías. Katherine tampoco dijo mucho la primera vez, temía por su propia vida y la de su hijo, pero llegado el momento, habló. Resultaba que aparte de las bestias, los niños recién nacidos, y de otras edades, también eran su alimento diario. Pero aquí había algo que resaltar, los niños solo crecían por la cantidad de carne que podían ofrecer. No quería ser juzgada, el amor a su hijo era real. Y yo no quería vomitar lo que ni siquiera había podido devorar, pero le dije que continuara.

              -  Varias mujeres dan a luz el mismo día, todo está planeado para los tiempos de sequía. La hambruna está prohibida. Al igual que el rechazo a sus reglas.

El gran banquete, así lo apodaron. Y sospechaba, que pronto formaría parte de él.


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