Prólogo.

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En mi mente todo fue tan confuso que cuando al fin supe la verdad, y pensé que ya todo se aclararía. Ahora todo, todo, se volvió más oscuro y confuso.

Pero sí hubo algo que quedó muy claro desde el momento en que todo esto comenzó. Es que todo el miedo y los malos presentimientos, esas cosas que pensé insignificantes, no lo eran. En realidad nunca lo fueron. Todo el miedo que sentía constantemente, tenía un origen.

Y lo entendí en ese preciso instante. Todo pasó muy rápido frente a mis ojos, fue inaudito, extraño, pero... ¿Justo?.

Si, fue justo.

Porque extrañamente, todos los recuerdos, las vivencias, las señales, no fueron suficientes para anticipar, deshacer o reestructurar algo que ya se estaba formando dentro de un núcleo de mentiras y verdades camufladas.

Sus ojos llenos de ira, asco, todo sentimiento de repudio existente, se notaban por la manera en que su pecho bajaba y subía de manera agresiva. Lo que no aguardaba allí y al contrario, en mi abundaba, era miedo.

No tenía miedo.

Sus nudillos se volvieron blancos por la manera que apretaba su mano en un puño, su mirada clavada como dos afilados cuchillos tratando de atravesar al objetivo de su odio, su cabello caía como una cascada llena de majestuosidad. Era obvio que sentía muchas cosas, y entre ellas no había miedo.

Esto era lo que todos evitaban. O lo que nadie sabía. Y podía sentir lo mismo que yo, sabía que yo la iba a detener, pero antes de que yo pronunciara alguna palabra, se me adelantó:

—No supieron cuidarla—Pronunció con la voz mas ronca y firme que yo había escuchado en una mujer —Especialmente tú —Apuntó sin mirar al hombre a mi lado que estaba igual o más estupefacto que yo, por la presencia de la mujer frente a nosotros que se burlaba de la gravedad flotando en el aire, donde se sentía la pesadez del momento.

Mi respiración era errática, aún no podía creer todo lo que estaba sucediendo, y en parte, yo ya sabía que esto sucedería. Todo mi cuerpo estaba completamente tieso, como si me hubiesen congelado en el lugar en donde estaba parada. No podía moverme.

En el instante en que su mano regresó a su costado y se hizo puño, rocas de diversos tamaños empezaron a levantarse en el aire, al igual que el viento se desbocaba en todas partes, la vibración del suelo hacia que todo temblará, y el cielo se oscureció de una manera aterradora.

Instintivamente, muchos empezaron a gritar por el terror, pero ella ni siquiera parpadeó cuando sus labios volvieron a separarse para decir:

—Ahora la cuidaré yo

Espeto con toda la tranquilidad mezclada con la ira que pudo reunir, dando un cierre o un inicio —dependiendo de quien lo viera— a lo que jamás se anticipó y que desató una catástrofe, que quizá, ya había comenzado pero que no nos percatamos del nivel de peligro hasta ese momento.

Y pensar que a través de sus ojos, no había ni verdedades, ni mentiras.

Grietas. Libro 1 (Trilogía Terrawowa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora