Red and Yellow

Capítulo I

Narra Alex:

Salgo del partido completamente sudado y agotado después de la aplastante victoria que nos hemos ganado tras los largos y exigentes entrenos. Al ser el capitán del equipo de baloncesto más conocido del país, no puedo relajarme ni bajar el ritmo, lo que supone un cansancio tanto físico como mental. Cojo mi botella de agua de la bolsa de entrenamiento roja y la vacío con tan solo un par de tragos.

En los vestuarios, el equipo celebra mientras se prepara para darse una ducha fría y así dejar de apestar para la fiesta que sigue del partido en nuestro honor. Yo me uno a ellos y agradezco las gotas de agua fresquita sobre mi piel que acaban con el calorazo que llevo encima.

Los de mi universidad repiten el mismo proceso cada vez que jugamos: nos animan mientras machacamos al contrincante, nos llenan de buenos comentarios que son un subidón para nuestro ego una vez ganamos y montan las mejores fiestas universitarias después. Esto se ha convertido ya en mi ciclo vital de cada semana.

Termino de secarme con mi toalla, también roja, para vestirme con la ropa que tengo reservada para la celebración de más tarde. Creo que esta vez Daniel se ha ofrecido voluntario para prestarnos su casa durante la larga noche que nos espera, aunque no entiendo el por qué. Quiero decir, siempre acaba todo lleno de mierda y con muebles, botellas, jarrones e incluso lámparas rotas. No me explico cómo puede seguir habiendo gente que se presente voluntaria para lidiar después con la bronca de sus padres y la limpieza a fondo que tendrán que hacer al día siguiente.

Me embadurno en desodorante, me pongo un poco de la colonia que mi hermana me regaló por mi cumpleaños y salgo del estadio rodeando las gradas. Entro en mi coche evitando las miradas depravadas y perversas que las chicas de mi universidad me dedican. Creo que en realidad no son conscientes de que noto perfectamente como me comen con la mirada y el repaso que me dan continuamente. A veces me da miedo lo que puedan llegar a hacerme.

Tras asegurarme de que ninguna va a lanzarse encima de mi preciado coche, arranco y salgo de allí tan rápido como puedo sin llegar a cometer alguna ilegalidad en la carretera. No queremos gastarnos los ahorros en una inesperada —o tal vez no tanto— multa por saltarme los límites de velocidad. Maldigo al inteligente que inventase los radares.

Enciendo la radio y una melodiosa canción de Green Day empieza a sonar por todo el vehículo. Adoro este grupo, menos mal que aún hay cadenas con buen gusto musical. Me pongo mis gafas de sol para proteger mis ojos claros de la luz del sol, que no queremos quedarnos ciegos y atropellar a alguien. Aparco en frente de la casa, o más bien de la mansión de Daniel, y entro dentro donde la mayoría del equipo me espera.

Aún está anocheciendo, hoy el partido ha acabado mucho más temprano de lo normal. Nosotros solemos llegar pronto para jugar unos videojuegos y prácticamente arrasar con la cocina. Ya bien entrada la noche, la gente aparece a montones y el lugar se empieza a llenar rápidamente terminando con la tranquilidad que reinaba en la casa hace unas horas.

Observo a la multitud mientras bebo una cerveza que en realidad sabe a pis de gato y mi atención se desvía hacia una chica bonita que baila con los que supongo que serán su grupo de amigos a unos pasos de mí. Bueno, bonita es poco para describirla: es alta y con curvas pronunciadas, el pelo rubio y ondulado cae sobre su espalda en una coleta alta, sus ojos color chocolate brillan con diversión y sus labios apetitosos están curvados en una sonrisa encantadora.

Espabila, que se te cae la baba.

Me obligo a reaccionar y sin pensármelo dos veces, voy a por ella. Intento parecer casual, como si no llevase cinco minutos mirándola de lejos embobado, y parece que funciona por la expresión de curiosidad que me dedica ella al fijarse en mí. Intento buscar una escusa para hablarle y la encuentro al reconocer a un miembro del equipo conversando con el grupo en el que se encuentra la chica.