Me froté los ojos y miré al techo de madera de la pequeña cocina del restaurante. La campana que anunciaba la entrada de clientes sonaba y sonaba, sacándome de mi mente inquieta. Pensaba en mi hermana, Lucy. Seguro ella estaba durmiendo a esta hora. Era pasada la medianoche y yo seguía trabajando. Suspiré y me levanté de mi silla, sabiendo que pronto vendrían a buscarme. Mi descanso estaba por terminar.
—¡Ethan! Tus veinte ya terminaron, vé y cubre la caja —Miriam, la gerente, toca la puerta.
—¡Voy! —respondí, tratando de sonar más enérgico de lo que me sentía.
Me levanté de la silla y me dirigí a la caja registradora. Miriam era estricta, pero justa. Una pequeña mujer regordeta de no más de un metro cincuenta de altura y con su pelo entre rulos que le daban 10 centimetros más que necesitaba. Ella tenía un aire de madre que me hacía recordar a mi abuela y a algún personaje de serie maternal. Ella sabía que necesitaba cada centavo de este trabajo y me daba tantos turnos como podía. Siempre con su delantal floreado gastado me decía: "Apúrate que te espero". A veces sentía que debía más agradecimiento del que podía expresar.
El restaurante estaba agitado. Era plena temporada de verano y lo normal era que a esta hora todo estuviera en pleno movimiento. Las mesas estaban llenas, las paneras se iban quedando sin pan y mis compañeros recorrían en lugar tomando pedidos.
Me acerqué a la caja, sonriendo a un par de clientes habituales.
—Buenas noches, Ethan —me saludó uno de ellos, un taxista de ojos dorados que siempre venía a tomar café después de su turno. Era un viejo verde
—Buenas noches, Tomas. ¿Lo de siempre? —le pregunté, ya preparando su taza.
—Sí, ¿está Yésica para atenderme? —Pregunta mientras estoy de espalda. Pero puedo imaginar sus ojos dorados brillar.
—Está de descanso, pronto saldrá —respondo.
En realidad, Yésica sabía el horario de Tomas y siempre tomaba su descanso en esos momentos. Luego de tres incidentes indecorosos ya no se acercaba a él.
—Mándale mis saludos, ¿sí? —dice finalmente.
Me doy nuevamente la vuelta y le entrego su taza de cafe puro sin leche ni azucar. Sólo café negro.
—Claro.
—Gracias. ¿Cómo está tu hermana? —preguntó, aparentando interés.
—Luchando —respondí, esperaba que entendiera que no quería hablar de eso.
Mis pensamientos volvieron a Lucy una y otra vez. Su salud había empeorado últimamente, y cada día era una guerra para mantenernos a flote. La situación parecía desesperada, y aunque intentaba no pensar demasiado en ello, era imposible evitarlo por completo.
Tomás se fue, y el flujo constante de clientes mantuvo mis manos ocupadas pero mi mente inquieta. Cada vez que una familia entraba al restaurante, no podía evitar pensar en la nuestra. Cómo habíamos sido felices antes de que todo se derrumbara. Mamá había sido el pilar de nuestra pequeña familia, y su ausencia había dejado un vacío que nunca podríamos llenar. Y papá... bueno, su partida solo añadió sal a la herida.
Cuando el reloj marcó las dos de la madrugada, mi turno finalmente terminó. Me despedí de Miriam y de los pocos empleados que quedaban, y me dirigí a casa. El camino de regreso siempre era un momento de reflexión. Las calles vacías y el aire fresco de la noche me ayudaban a despejar la mente, aunque los problemas nunca estaban demasiado lejos.
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Pacto de Sangre
Teen FictionEn un mundo donde los seres humanos y las criaturas sobrenaturales coexisten en una frágil tregua, Ethan, un joven humano que lucha por mantener a su familia, recibe una oferta que no puede rechazar: un contrato de un año para casarse con Aiden, un...