Nocturnos: Para mi Princesa Vampiresa

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Mi Lady, te escribo esta carta luego de haber encontrado tu ataúd abierto y una estaca clavada en tu corazón. Salpicado de tu sangre oscura y profana, acongojado y sin limpiarme, escribo en papel viejo para dejarlo (una vez terminado) entre tus manos; y así podrás llevar a tu descanso eterno el amor que siento por ti y por nuestros recuerdos juntos.

Recuerdo tu pelo rojo en las sombras noctámbulas, tu piel grisácea y ojos verdosos, tu dulce boca babeando sangre del cuello de tantos transeúntes. Tu ternura. Tus dudas y tus miedos. Tu apego a mí. Tu emoción por la niebla y por las aves. Tus colmillos de tonalidad plateada que competían con el brillo lunar. Tu camisón blanco y mi sobretodo negro. Mis brazos tomándote. Tu cintura. Tu sonrisa y tus uñas rosas, como tu flor preferida.

Nuestras gatas estarán tristes, Mariluna te extrañará, sus maullidos de dolor atravesarán la noche y mi alma. Mis brillantes ojos derramarán lágrimas constantemente y las calles habrán perdido a su mejor cazadora. Tantas palabras y risas de los paseantes, y yo parado en una esquina... esperándote, deseándote y adorándote, pero sin moverme, sin comer. ¿Cuánto podrá soportar una criatura de las tinieblas la sed infernal que carcome nuestra garganta?

No tenías voz, nunca la tuviste. En ninguna de tus vidas. Pero sabías comunicarte, sabías darte a entender. Tu mirada y tus dedos comunicaban tus pensamientos. Tus gestos. Las muecas de tus labios. Y tus dulces ojos. Tus ojos sonrientes al bailar bajo la luna, tus ojos sonrientes, al jugar a las escondidas, tus ojos sonrientes al devorar a tus víctimas.

Hoy en el crepúsculo te esperé en nuestro edificio, una hora o dos. Estaba con Agatha, la gata mayor, pero no llegaste. Volé hasta tu cementerio y bajé a tu cripta. Aquí encontré esta escena, entre el blanco mármol, bajo los verdes jardines en los que jugueteábamos. Aquí encontré la desesperación, la agonía y el vacío que me abruman mientras te escribo. El miedo, el terror y espanto se apoderan mis pensamientos y cuerpo. Al verte sin vida, al ver tu cuerpo masacrado solo pude gritar, quitarte la estaca y buscar al culpable de todo esto...

Arriba, entre los arbustos, donde nuestros cuerpos solían entrelazarse y donde nuestras mordidas y jadeos se volvían más fuertes, allí encontré a la asesina. Tenía el olor de tu sangre. Estaba empapada en ella. Asustada, acorralada, tembló al ver mis ojos carmesíes brillando a través de mis lentes negros. Ahogó el grito. Le enseñé mis colmillos... pero...

Pero era una niña, una pequeña, que mató a un monstruo. Porque, querida, no puedo negarlo, eso somos: monstruos. Te recuerdo jugando con la cabeza de su hermano, te recuerdo agazapada como un jaguar, devorando las entrañas de su padre, y recuerdo cuando me convidaste sangre del cuello de su madre y de sus otras hermanas.

Tu hambre insaciable, tu ternura desmesurada, mi corazón abatido. La noche me encontró con tu pequeña asesina, pero no pude vengarte. Le di unas palmadas en la cabeza y bajé por las escaleras, rumbo a tu ataúd. Acaricié tus cabellos y te abracé por última vez, al menos en esta tierra. Dormí entre tus fríos e inertes brazos, si es que los nuestros pueden dormir, y soñé...

Soñé con tu sonrisa, con tus acercamientos a mi cuerpo, con tus saltos gatunos de techo en techo. Te vi hablar con las palomas y cuervos, te vi mirar fascinada a los caracoles entre las hojas de la lavanda y te vi rodeada de rosas con espinas.

Al despertar, ensangrentado, tomé este papel y escribí. Bañé la tinta en lágrimas sin darme cuenta, como cuando me escribías mensajitos bajo el rocío nocturno. De nuestro jardín tomé veinte rosas, las conté, y las dejé a tu alrededor. Acomodé tu cuerpo y en tus suaves manos dejaré esta carta, en tu frente un tierno de beso de esperanza y en tus labios un beso de profundo y eterno amor.

No esperes por mí, vive en el más allá. Yo pensaré el día en el que volvamos a encontrarnos.

¿Qué haré mientras tanto? Vagar en las sombras sediento, acercándome más a la muerte, lentamente, muy lentamente. Sin embargo, sé que pronto volveremos a vernos. 

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