Cuarto solo

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-Los reflejos de luz, grises y apagados, entraban por la ventana empapelada y húmeda del cuartucho donde estaba postrado Julián Magallanes, residente del penúltimo cuarto del pasillo del tercer piso de la residencia Miralles. Era una casona de cuatro pisos que ahora se venía a menos, pero que aún conservaba su fachada de casa alemana de época con sus columnas y tirantes a la vista.

Julián, afligido, estaba sentado en su catre desde donde un filón de luz opaco le iluminaba tenuemente su mejilla derecha en la oscuridad diurna de la habitación. Sus pies descalzos se encontraban sumergidos en agua que de las paredes caía como gusanos transparentes que excavaban cada poro de aquellos muros ahuecados y sucios, cubiertos por un empapelado roñoso que a gajos ahora se deshacía. El olor a moho y humedad inundaba la habitación, y un vaho frío constante se disipaba de a ratos en un vapor ínfimamente perceptible a la luz.

Julián hacía horas que estaba sentado en la misma postura, desde antes que amaneciera; quizá, aún más. Desde la noche anterior no había pegado un ojo, y desde la anterior a esa ni siquiera se había acostado; y recordar más atrás aún le costaba.

Intentó quitar los periódicos que estaban pegados a la ventana para que entrara algo más de luz a la habitación, los desgarró con sus uñas rotas y sucias, pero al rascarlos el vidrio se manchaba con tinta y papel húmedo, y se hacía una mezcla de color gris; más intentaba quitar, menos luz entraba. Dejó de persistir cuando se dio cuenta que las comisuras de sus uñas se estaban enrojeciendo, y el frío húmedo le entumecía las manos de dedos finos y articulaciones anchas.

Una corriente de agua constante se deslizaba por los recovecos de cada pared del cuarto. Julián los podía ver, los podía sentir; los padecía cuando cerraba los ojos intentando no mirarlos. Evitar escucharlos era casi imposible.

La habitación apenas estaba amueblada con una cama, un escritorio, si se podía decir escritorio a una mesita de luz con las patas largar y el cajón inutilizable, y un armario donde Magallanes colgaba su gamulán gris parchado y algo raído, junto a sus jeans gastados y rotos por las rodillas; sus borcegos de punta de acero flotaban en el remolino de agua que se condensaba allí en el suelo, surcando como barco sin timón, de pared a pared en aquel lugar.

Desde hacía tiempo, en un horario que le era incierto, el vecino comenzaba a gritar y golpear desde la última habitación del pasillo. Jamás había conocido a ese hombre. Una vez comenzaba, no paraba. Golpes secos, gritos esporádicos y susurros penetraban en el cuarto donde parecía que la miseria que lo aprehendía al otro, era separaba por una fina capa de papel que sangraba y se escurría en la intimidad de Julián hasta penetrar en los recovecos más profundos de su cuerpo.

Para Julian Magallanes no había calma, tranquilidad, sosiego. Una extraña culpa de ansiedad lo inducía a un reposo en el que ni siquiera descansaba, tan sólo apretaba los ojos esperando dormirse. Pero ese anhelado descanso nunca llegaba.

Se cubría de la punta de los pies hasta la coronilla de su frente, metiendo bajo la sábana su cabeza rapada. El acolchado estaba completamente mojado y pesaba demasiado como para acomodarse como él quería. Además, ya no tenía fuerzas y comenzaba a sentir escalofríos por la viciada humedad del cuarto.

Miraba al techo, viendo su nariz puntiaguda con sus ojos grises, sintiendo lento el paso del tiempo. Palpaba la humedad con cada parte de su cuerpo. La humedad estaba en la colcha, en el colchón, en su almohada y ahora su ropa; nada podía hacer para calentarse.

La habitación tornábase fría cada vez más. El remanso en el suelo condensaba la humedad convirtiéndola en una sudestada helada. Y así, Julián mientras cerraba los ojos, veía como el aliento se le escapa de la boca. Sentía como la ropa se le pegaba al cuerpo, como la sábana presionaba su pecho, apretaba sus costillas, aplastaba sus manos y comprimía sus pies; sentía que las gotas escurrían por su oreja cubiertas por el acolchado negro.

Temblando, y con pequeños espasmos que lo hacían saltar de a momentos, se quedó esperando algo que no llegaba. La noche.

En el angosto cabezal del catre, comenzó el sonido constante de unas uñas que golpeaban la fina baranda de acero, como un "tak,tak,tak" ininterrumpido de algo que no se sabía bien qué era, pero que lo acechaba y lo miraba con persistencia, aguardando que abriera los ojos.

El espectro de luz azulado que traspasaba cansinamente la ventana, anunciaba la llegada, quizá, de la noche; quizá, de las voces que no callaban y susurraban al costado de la cama, de los sonidos irreconocibles que golpeaban y escapaban a la distancia de una habitación remota pero cercana; el salpicar del agua que arrastraba el piso, los ojos acechantes de una sombra que aguardaba; de paredes que se contraían y dilataban en una agitada respiración, y que hacía parecer que se derretían. El agua en el suelo comenzaba a ebullir, pequeños geiseres emergían en algunas partes, debajo de la cama, frente al armario, junto al escritorio donde hicieron caer la silla.

Julián apretaba aún más los ojos, una respiración agitada sacudía su pecho. Sabía que no iba a poder dormir, hacía consciente su miedo y lo aguantaba como podía. La presión, el no poder moverse, el frío y el agua que poco a poco lo reclamaban. No iba a mirar al techo, no vería la luz que entraba por la ventana, ni el agua como caldera, y menos aún los ojos de aquella figura negra, que, encorvada como un buitre sobre su catre, y expectante, esperaba su mirar.

El cantar de los pájaros llegó con la mañana. La habitación completamente iluminada se mostraba como era. Un cuartucho pequeño, con suelo de madera y unas paredes que faltaban pintar.

Se sentó en la cama, observó que el empapelado se había caído, miró un poco por la ventana, dejó que los rayos matutinos del sol recompusieran su lívido, alumbraran su pelambre rojizo y le acariciara el rostro. Estiró un poco los brazos, se sentó en el catre, apoyó los pies en el suelo y comenzó a frotar su cabeza con ambas manos. Alguien lo llamó en la puerta por su nombre. Se vistió y salió.

Horacio G. Oliveira.

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⏰ Última actualización: Jul 25, 2024 ⏰

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