𝑹𝒆𝒇𝒖𝒈𝒊𝒐 𝒆𝒏 𝑵𝒂𝒕𝒍𝒂𝒏 || 𝙲𝚒𝚝𝚕𝚊𝚕𝚒 𝚡 𝙰𝚎𝚝𝚑𝚎𝚛 ♡⃝

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En la tierra de Natlan, donde el sol brillaba con fuerza y ​​los vientos transportaban susurros de cuentos antiguos, vivía una chica llamada Citlali. Era un faro de calidez y consuelo, aunque tímida e introvertida. Su gentil presencia a menudo se sentía más de lo que se veía, y tenía la costumbre de aparecer y desaparecer en silencio, para sorpresa de quienes la rodeaban. Sin embargo, este rasgo peculiar a menudo provocaba reacciones de sobresalto en la pequeña compañera de Aether, Paimon, que chillaba de sorpresa cada vez que Citlali parecía materializarse de la nada.

Aether, el Viajero de cabellos dorados, había estado viajando por Natlan, atraído por los misterios y desafíos que presentaba. Había conocido a Citlali durante una de sus exploraciones, encontrándola en un claro sereno, la luz del sol filtrándose a través del dosel para iluminar sus delicados rasgos. A partir de ese momento, se formó un vínculo entre ellos. Citlali, con su naturaleza de voz suave y comportamiento gentil, encontró un ancla en la presencia tranquila y tranquilizadora de Aether.

Cada vez que Aether y sus compañeros se detenían para descansar, Citlali inevitablemente gravitaba hacia él. Su lugar favorito era a su lado, a menudo envolviendo sus brazos alrededor de su cintura o apoyando su cabeza contra su pecho. El calor de Aether irradiaba como el reconfortante sol de su tierra natal, adormeciéndola en un estado de serena satisfacción. El suave ritmo de los latidos de su corazón era una canción de cuna que le traía paz en medio del caos de sus aventuras.

Aether, siempre su amigo cariñoso, solía cepillar el cabello largo y rosado de Citlali, deslizando sus dedos por los sedosos mechones con delicada precisión. Citlali adoraba esos momentos, la sensación del toque de Aether le enviaba escalofríos de placer por la espalda. Era en esos momentos tranquilos e íntimos cuando se sentía más segura y querida, su timidez habitual se derretía bajo su tierno cuidado.

Una tarde soleada, mientras descansaban junto a un arroyo burbujeante, Citlali se acurrucó junto a Aether, rodeándolo con sus brazos. Paimon revoloteaba cerca, masticando algunas bayas que había encontrado. La escena pacífica se vio interrumpida de repente por el sonido de pasos que se acercaban. Era Lumine, la hermana de Aether, junto con algunos otros amigos que habían hecho a lo largo de su viaje.

Atrapada en el acto, el rostro de Citlali se puso de un profundo tono carmesí. Instintivamente, enterró su rostro más profundamente en el pecho de Aether, tratando de ocultar su vergüenza. Paimon, siempre el observador descarado, no pudo evitar reírse.

"¡Parece que a alguien le encanta acurrucarse!" bromeó Paimon, haciendo que Citlali se sonrojara aún más.

Lumine sonrió cálidamente al ver eso. "No te avergüences, Citlali. Es dulce lo unidos que son ustedes dos".

Citlali levantó la vista, con el rostro aún sonrojado pero una tímida sonrisa formándose en sus labios. Aether la apretó suavemente, como una silenciosa garantía de que todo estaba perfectamente bien. "Citlali, no tienes que esconderte", dijo suavemente. "Aquí todos somos amigos".

Con el tiempo, Citlali se sintió más cómoda con el grupo. Su timidez todavía la hacía encerrarse en sí misma de vez en cuando, pero el apoyo inquebrantable de Aether y la amabilidad de sus amigos la ayudaron a florecer. Comenzó a participar más en sus conversaciones, y su voz suave agregó una perspectiva única y preciada a sus discusiones.

El vínculo entre Aether y Citlali se hizo más profundo con cada día que pasaba. Se volvieron inseparables y su conexión era un testimonio del poder de la bondad y la comprensión. Citlali encontró una familia en Aether y sus compañeros, y su corazón, que alguna vez fue introvertido, ahora irradiaba la calidez y el amor que siempre había anhelado.

En el corazón de Natlan, bajo el sol abrasador y en medio de la belleza salvaje de la tierra, Citlali descubrió que la verdadera fuerza no residía solo en la destreza física, sino en las conexiones que forjaba con quienes la cuidaban. Y en el abrazo de Aether, encontró el coraje para ser ella misma, para amar y ser amada, y para brillar tan intensamente como las estrellas que le dieron nombre.

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