Como todas las mañanas, Cirice se prepara para abrir la tienda de flores a las 9 en punto: se pone su mandil, cuenta el cambio en la caja registradora, quita las flores marchitas de las cubetas, hace las arreglos encargados para el día y, finalmente, abre la cortina de metal.
Como todas las mañanas desde hace seis meses, el mismo cliente llega primero que nadie. Es un hombre alto, bien parecido, probablemente en sus 30. Su cabello es negro como la noche y sus ojos son de un penetrante tono esmeralda. Su piel es casi tan pálida como el marfil. A veces llega con un gran saco color gris, a veces viene de traje, como si fuera una ocasión especial, pero casi siempre llega con una bata se doctor. Hoy no es la excepción.
-¡Buenos días, señor!-, Cirice le saluda cálidamente desde detrás del mostrador al tiempo que alisa su mandil.
-Buenos días-, el hombre se acerca al mostrador con su aire de misterio. Cirice lo encuentra bastante intimidante y eso sólo lo hace más atractivo para ella.
-¿Lo mismo de siempre, señor?-, Cirice le pregunta, sabiendo que el hombre ha pedido un ramo de jazmines todos los días durante los últimos seis meses.
El misterioso cliente se ríe con gracia. -Por favor, qué bien me conoces-. Le sonríe a la chica y se recarga en el mostrador para observarla hacer su trabajo con cierto dejo de interés en su mirada.
Cirice asiente y se da la vuelta para comenzar a preparar el ramo. Escoge los jazmines más bonitos y aromáticos. Delicadamente los acomoda sobre un papel blanco, agrega algunas florecillas de nube y ramitas con hojas verdes y, antes de envolverlo, pregunta al cliente: -¿Qué color de lazo le gustaría hoy, señor?
-Sorpréndeme, escoge el color que tú quieras-, el hombre le contesta con una sonrisa pícara.
-Azul celeste será-, Cirice sonríe. Termina el ramo y se lo acerca al hombre de bata delicadamente. -Listo, señor. Son 20 dólares, por favor.
Los ojos del cliente brillan por un momento al ver la acertada elección de color de Cirice. Toma el bouquet con suavidad y lo admira por un momento. -Azul celeste, vaya. Tienes buen ojo, va perfectamente con los jazmines-, se dirige a Cirice con un tono juguetón. Saca su cartera y un billete de 20 dólares. -Aquí tienes.
Al momento de darle el dinero, sus dedos rozan apaciblemente los de Cirice, causando una pequeña sonrisa en él.
-Gracias, tenga buen día-, Cirice sonríe con amabilidad y pone el dinero en la caja registradora.
-Espera, creo que nunca he preguntado tu nombre-, el cliente se recarga de nuevo en el mostrador, dejando a un lado el ramo, y mira a Cirice con fascinación.
-Cirice, señor-, la florista le sonríe al doctor. -Cirice Vanwyn.
-Qué bello nombre, Cirice-, el cliente siente la palabra en su lengua, casi saboreándola. -Te queda perfecto.
-Gracias, señor-, Cirice asiente y duda un momento antes de preguntar pero finalmente lo hace. -¿Su nombre cuál es?
-Zayne Mercier-. Zayne estira su mano para estrechar la de Cirice.
Cirice toma la mano del hombre suavemente y la estrecha con firmeza. El nombre le suena de algún lado, hasta lo siente familiar, pero no logra recordar de dónde. -Mucho gusto, señor Mercier.
Zayne conserva la mano de Cirice en la suya por más tiempo del necesario y finalmente la deja ir. Sus ojos se mantienen fijos en los de la chica.
-El gusto es mío, no es tan común que una florista sepa exactamente lo que quiero-, le dice en un tono bajo y suave.
-No es tan común que un mismo cliente venga todos los días y pida lo mismo durante seis meses-, Cirice ríe por lo bajo. -He puesto atención-, le sonríe, orgullosa de sus habilidades de observación.