Después de la repentina huida de Zayne, el día de Cirice transcurrió relativamente tranquilo, con clientes yendo y viniendo.
A la noche, justo antes de cerrar, un hombre, alto y desgarbado apareció en la puerta de la floristería.
-Bienvenido, señor-, Cirice lo saluda amablemente, notando que el hombre parece preocupado por algo. -Me temo que estamos a punto de cerrar.
El hombre observa con atención las cubetas de flores, paseándose con parsimonia de un lado a otro. -No me tardaré mucho-, voltea a ver a Cirice con el rostro descompuesto. -Olvidé mi aniversario y mi esposa me matará si no le llevo algo.
Cirice le sonríe con empatía y se acerca a él con paso tranquilo. -A veces pasa, señor. ¿Qué colores le gustan a su esposa?
-Helena ama el rojo-, contesta el hombre con un dejo de melancolía en su voz. Inmediatamente, Cirice comienza a escoger algunas rosas, lirios, gerberas y tulipanes rojos. Los lleva detrás del mostrador y prepara el ramo para el hombre.
-¿Cuántos años de casados cumplen?-, pregunta Cirice, tratando de romper el incómodo silencio.
-Veintisiete-, responde el hombre en un suspiro.
-Vaya, una vida-, la florista voltea a verlo y le sonríe. Rápidamente termina el ramo y lo ata con un gran lazo rojo. -Aquí está.
La chica le entrega delicadamente el ramo al hombre, aún con una sonrisa en el rostro. El hombre lo toma y ríe por lo bajo con amargura. -Son perfectas, las flores, ¿no es cierto? Cuando uno necesita disculparse pero no sabe cómo hacerlo.
-Estoy de acuerdo, señor-, Cirice suspira y asiente.
Sin que Cirice le diga el precio, el hombre saca un billete de 100 dólares de su cartera y se lo entrega a la muchacha. -Toma, quédate con el cambio-. El hombre se da la vuelta, camina con su usual parsminonia, cruza la puerta y desaparece en la negrura de la noche.
Cirice, sorprendida de tan cuantiosa propina, lo observa con atención, aún con el billete en la mano, y sólo alcanza a darle las gracias antes de que el hombre salga.
-Bueno, eso también fue raro-, murmura la chica para sí misma y sacude ligeramente su cabeza, como deshaciéndose de la extraña sensación que le dejó el último cliente.
Cirice cuenta las ganancias del día, las anota en una libreta y toma las propinas dejadas en el botecito del mostrador para guardarlas en su bolsillo.
De repente, el sonido de notificaciones de su teléfono rompe su ensimismamiento. Cierra la caja registradora y toma su teléfono. Es Anneliese, su mejor amiga.
"Necesito verte. Fue un día espantoso. Vamos x tragos, yo invito", reza el texto. Cirice suspira agotada. Se siente increíblemente cansada pero sabe que no puede dejar a Anneliese sola, ya que tiende a no saber comportarse cuando está afligida y bebe.
"Vale. 10 minutos. Joe's Pub", Cirice le contesta a au amiga. Termina de recoger sus cosas, se dirige a la entrada, apaga las luces y sale del establecimiento. El frío nocturno de una noche otoñal la envuelve de inmediato. La florista se apresura a cerrar con llave la puerta de cristal, baja la cortina de metal y pone los candados. Se levanta y se dirige al Joe's Pub que está a dos cuadras de la floristería.
Al llegar al bar, las luces de neón del letrero de afuera la reciben, invitándola a pasar. "Aquí vamos", piensa Cirice y entra, inmediatamente buscando a Anneliese entre las mesas, hasta que finalmente la encuentra en una cabina del fondo, justo en la esquina.
-Ciri, gracias por venir-, le dice Anneliese cuando la ve sentarse enfrente de ella. -Perdón que te avisara tan tarde, ya sabes como es la vida de una maestra de kinder.
Cirice le sonríe y asiente. -No hay problema, cuéntame qué pasa.
Anneliese comienza a contarle sobre su estresante trabajo y cómo tiene que lidiar con su horrenda jefa, con los niños traviesos y con los tercos padres de familia. Cirice la escucha respetuosamente, sólo desviando su atención por un momento para pedirle al mesero un gin and tonic.
-Sumado a eso-, Anneliese suspira y mira a Cirice con ojos llorosos. -No sé qué pasa con Charlie, ha estado muy distante últimamente.
-¿A qué te refieres con "distante"?
-Pues eso, que a veces se va con sus amigos y no regresa a casa hasta el siguiente día, o ya no me cuenta las cosas que hace.
-¿Has tratado de confrontarlo?-, Cirice le pregunta amablemente y toma un trago de su gin and tonic.
-Sí, sí, pero evita hablar realmente del tema diciéndome que todo está bien.
La florista suspira y toma la mano de su amiga sobre la mesa. -¿Por qué no le dices que mientras no hablen de las cosas y solucionen la situación, te regresarás a casa de tus padres?
La cara de Anneliese se ilumina de inmediato y aprieta la mano de Cirice firmemente. -Qué gran idea, amiga. Ay, de verdad yo no sé qué haría sin ti.
Cirice le sonríe y toma otro trago de su bebida. -Vas a ver que todo va a salir bien-, le asegura en tono tranquilizador.
Anneliese asiente, suelta la mano de Cirice y toma de su cerveza.
-¿Y a ti cómo te va, Ciri? ¿Qué tal la florería?
Cirice suspira y recuerda las dos extrañas situaciones que experimentó el día de hoy. Se las cuenta a Anneliese con lujo de detalle, primero lo de Zayne y luego lo del último cliente.
-Vaya que tuviste un día interesante, amiga-, Anneliese ríe. -Especialmente lo del doctor que ha ido por seis meses sólo para comprar jazmines todos los días, y más extraño aún que apenas preguntara por tu nombre-, hay un dejo de intriga y provocación en la voz de la chica. -¿No será que le gustas, Ciri?
Cirice se ríe con el corazón, sorprendida por la pregunta de su amiga. -Nah, no creo, el hombre está totalmente fuera de mi liga. Es un cardiólogo renombrado, el doctor más famoso del Hospital General de Linkon City, seguro gana millones-, la muchacha suspira y pone su cara en su mejilla. -Yo sólo soy una simple florista qué está feliz porque hoy hizo 75 dólares en propinas.
Anneliese ríe, notando en los ojos de su amiga un brillo que hacía tiempo que no veía. -No lo sé, Ciri, tal vez este sea el comienzo de una gran historia de amor.
-Ay, cállate-, le contesta Cirice con tono sarcástico y sonríe. Cuando finalmente las risas se acaban, se toma lo último que queda en su vaso y mira a Anneliese con ligera tristeza. -Tengo que irme, Annie, ya es tarde.
-Sí, no te preocupes, yo pago-, Anneliese le sonríe y le manda un beso con la mano. -Gracias por todo, Ciri.
-Gracias a ti.
Cirice toma sus cosas, se levanta y se dirige a la salida con paso firme. Ya en la solitaria calle, la figura de Zayne inunda su cabeza.
-¿Yo, gustarle? Eso suena ridículo-, murmura la chica para sí misma y toma rumbo hacia su casa.
