Cena Familiar

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Era una tranquila noche en la mansión Wayne. Al menos, eso era lo que parecía desde el exterior. Sin embargo, en el interior, la escena en la cocina era un completo caos. La estufa estaba encendida con ollas burbujeantes, la licuadora zumbaba ruidosamente, y los gritos de cuatro jóvenes discutiendo entre sí resonaban en las paredes. El aire estaba cargado con un aroma desagradable a comida quemada, que no auguraba nada bueno.

¡Damian, te dije que estuvieras pendiente del pastel! —exclamó Tim con frustración, su voz llena de enojo mientras reprendía al más joven del grupo—te pedí un maldito favor, solo uno—.

¡Y yo te dije, imbécil de mierda, que estaba ocupado picando la verdura! —respondió Damian, con su tono agresivo característico. Mientras se preparaba para atacar al adolescente.

Damian, controla tu vocabulario. Y Tim, tú estabas a cargo del pastel —intervino Richard, intentando mediar y calmar la situación. Aunque su actitud era de paciencia, el cansancio y la frustración eran evidentes—. Jason, apaga la estufa. No tiene sentido continuar, el pastel ya está arruinado —ordenó Richard.

Jason, con una expresión de derrota en su rostro, apagó la estufa sin protestar, sintiendo que todo estaba completamente perdido. El pastel estaba tan quemado que parecía más un bloque de carbón que una deliciosa obra de repostería.

Esto es un desastre total —murmuró Jason con frustración, tomando una cuchara de madera para probar el guiso de pollo. Al primer bocado, lo escupió inmediatamente—. ¿Quién preparó esta porquería? —preguntó con desdén mientras se dirigía al fregadero para enjuagarse la boca.

Richard, con el ceño fruncido, tomó la cuchara para probar el guiso también. Sus labios se torcieron en una mueca de desagrado por lo que dijo Jason sobre su guiso.

Vamos, Jason, no seas dramático. Mi guiso sabe delicioso —dijo Richard con un intento de confianza en sí mismo. Pero tras probarlo, él también escupió el guiso y se fue rápidamente a lavar la boca.

¿Ves? Sabe horrible —dijo Jason con una sonrisa burlona, disfrutando un poco del giro irónico de los eventos.

Jason, controla tu lenguaje —reprendió Richard—. Bueno, descartemos el pastel y el guiso. ¿Y el jugo, Jason? —preguntó con un tono de resignación.

A comparación del desastre culinario que han hecho ustedes, el jugo estuvo en buenas manos —presumió Jason, justo antes de que alguien escupiera el jugo que había hecho.

¿Cómo puedes ser tan idiota y echarle sal al jugo, cabeza hueca? —dijo el más joven, con una mezcla de asco y desaprobación mientras miraba con disgusto al creador del "maravilloso" jugo.

El mejor de todos, ¿no? Qué maravilla —dijo Richard con un tono sarcástico, su paciencia ya al límite. Su mirada abarcaba el deplorable estado de la comida, donde lo único que parecía salvable era la ensalada rusa.

Jason frunció el ceño y murmuró insultos en voz baja. El caos en la cocina era total: el pastel de Tim se había quemado, el guiso de Richard era incomible, el jugo de fresa estaba salado, y la única cosa que estaba bien era la ensalada de Damian. Los jóvenes sabían que tenían que comenzar a limpiar para evitar problemas con Alfred.

¿Y ahora qué? —dijo Tim con un tono agotado—. ¿Pedimos a domicilio? —sugirió.

Sí —dijeron los tres al unísono—.

La Familia WayneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora