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En un cálido día de primavera, el parque infantil estaba lleno de risas y juegos. Los niños corrían de un lado a otro, disfrutando del brillo del sol y la libertad del momento. Entre ellos estaba Hyunjin, un niño curioso y enérgico, siempre en busca de nuevas aventuras. Ese día, decidió que su reto sería subir a lo más alto de un árbol.

Con solo seis años, Hyunjin era un pequeño diablillo, siempre metiéndose en problemas, pero su espíritu travieso no se apagaba a pesar de los regaños.

Los adultos en el parque estaban absortos en sus conversaciones, sin prestar mucha atención a lo que sucedía a su alrededor.

Hyunjin, dando rienda suelta a su imaginación, empezó a trepar el árbol con determinación. A medida que subía, la distancia entre él y el suelo se hacía cada vez más grande. Pero un cálculo erróneo lo llevó a perder el equilibrio; su pie no logró engancharse y cayó al suelo.

Las lágrimas brotaron de sus ojos al instante, aunque mantenía un puchero, intentando no soltar ningún sonido. Miró su rodilla, roja e inflamada, y al intentar tocarla, el ardor lo hizo desistir.

No quería que su mamá lo viera así. Sabía que lo castigarían otra vez por una de sus travesuras. Pero su rodilla dolía tanto que necesitaba que su mamá lo ayudara. Estaba en un dilema: debía decidir entre confesar y ser castigado o soportar el dolor en silencio.

Se hizo bolita junto al árbol, mientras las lágrimas seguían cayendo y su labio inferior temblaba.

De repente, sintió unas pequeñas manos suaves tocando su hombro. Hyunjin, aún tembloroso, levantó lentamente la vista. Sus ojos encontraron una mirada oscura y preocupada que lo observaba con atención. Sin embargo, lo que realmente capturó su atención fueron las pequeñas manchas que adornaban el rostro del niño.

Nunca antes había visto algo así. Las machas en las mejillas del niño parecían pequeñas maravillas en medio de su piel, como si fueran estrellas diminutas recién descubiertas. Hyunjin se quedó fascinado, sus ojos reflejaban una mezcla de asombro y curiosidad.

En su mente, un recuerdo dulce y vívido emergió: un día en el que estaba disfrutando de un helado de chocolate con chispas. Cada pequeña mancha en las mejillas del niño le recordó a esas chispas de chocolate, salpicadas de manera perfecta y encantadora sobre el helado. Imaginó que cada mancha era como una chispa de chocolate, que no solo adornaba el rostro del niño, sino que también lo hacía brillar con una magia sutil.

Capturaban la luz del sol de una manera que las hacía parecer casi mágicas, como si fueran pequeñas joyas escondidas bajo un hechizo especial. En el cálido resplandor del día, las manchas parecían relucir suavemente, como si tuvieran un resplandor propio, y Hyunjin no podía apartar su mirada de esas pequeñas maravillas, sintiendo un asombro profundo.

— ¿Estás bien? — La voz del niño lo sacó de su ensueño. Aún sumido en el dolor, solo pudo asentir con la cabeza; las palabras se habían quedado atrapadas en su garganta.

El niño, con una expresión de sincera preocupación, se inclinó hacia la rodilla magullada de Hyunjin, que estaba enrojecida e inflamada. Un suspiro de alivio escapó de sus labios al ver el estado de la herida. Con una delicadeza inesperada, sacó de su bolsillo un pequeño papel amarillo y lo desplegó con cuidado. Se agachó hasta quedar a la altura de la rodilla de Hyunjin y colocó la curita con una precisión suave. Se removió ligeramente por el roce, pero permaneció en silencio, asimilando el gesto amable.

— Ahora te sentirás mejor. Esta es una curita especial. Mi mamá las compró para mí porque siempre ayudan con las heridas. Estoy seguro de que te va a hacer sentir mucho mejor — dijo el niño, levantándose y preparándose para irse.

Hyunjin, con el corazón latiendo a mil por hora, permaneció en el suelo, abrumado por la generosidad del niño y sin saber cómo reaccionar ante tal amabilidad.

Mientras el niño se alejaba, Hyunjin observaba su figura, tratando de retener en su memoria cada detalle de aquel rostro lleno de pecas. Sin embargo, no pudo evitar perderlo de vista entre la multitud.

El niño llegó junto a su madre, intentando mantener una actitud despreocupada, pero su ligera cojera delataba una travesura reciente. Su madre, con una mirada severa, lo tomó de la mano y comenzó a despedirse de las personas que estaban allí. Hyunjin, con el corazón aún agitado, tomó la mano de su madre y la siguió, echando una última mirada atrás en busca de aquel niño, pero con desilusión, no pudo encontrarlo.

Freckles _ HyunlixDonde viven las historias. Descúbrelo ahora