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—Esta es la última caja

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—Esta es la última caja. Gracias por ayudarme—

Sonrió amablemente.

    —No hay problema, llámame si necesitas algo. ¿Seguro que estarás bien?—

Soarinng abrazó fuertemente a su compañero, quién recientemente había sufrido de una perdida.

«¿Qué se supone que hace un viudo luego de perder a su marido?»

Llorar. Extrañar. Maldecir al cielo por quitarle a su ángel guardián. Sentir que su vida no será lo mismo, porque su esencia se quedó entre los brazos de la persona que ahora se encontraba bajo tierra, en un angosto y oscuro ataúd. Abrazar con todas sus fuerzas una foto del ser perdido, como si eso fuera a regresarlo a la vida. Culparse. Y vaya que lo hacía, se preguntaba una y mil veces qué pudo hacer para cambiar su cruel destino. Exprimir hasta la última gota de energía, ahogando sus penas en el alcohol, sin obtener resultados algunos.

Pero así como las flores crecen, el espíritu lo hace. Así como después de una intensa lluvia, el sol se abre paso entre las nubes, la voluntad de controlar las cadenas de su vida, invade el cuerpo de un recién dolido. Después de la nostalgia, llega la superación. El corazón se cierra, y las heridas duelen; pero cicatrizan. La aceptación sobre la situación que marcó un hueco en medio de un momento perfecto, logra darle descanso a la conciencia.
   
La muerte se enamoró perdidamente de un hombre cuyo trato con la vida había caducado. Pero este ángel oscuro no conocía el compromiso en el que su persona asignada había jurado lealtad, prometiendo amor en la vida y la muerte. Algo contradictorio, ya que, el alma del joven parecía danzar y disfrutar de los fríos dedos de la muerte. Dejándo atrás su promesa, dejando atrás lágrimas agrias y sollozos pesados que solo conseguían desgastar a quien juró nunca lastimar.

Las noches no eran lo mismo, estába claro, pero el muchacho de ojos violetas se hizo una promesa. Debía salir adelante; es lo que su esposo hubiera querido. Muchas lágrimas rodaron por sus mejillas, era momento de secarlas y con ello, formar un nuevo capítulo en su vida. Es por eso que tomó la difícil decisión de guardar en el ático cualquier cosa que le recordara a su marido fallecido. Fotos, obsequios, ropa. Objetos tan simples como un cepillo de dientes, o más significativos como su anillo de bodas debían permanecer alejados.

Cuándo la soledad se adueñaba no solo de su casa- que ahora parecía ser más grande gracias al espacio que obtuvo al vender, regalar o guardar objetos que antes formaban parte de su vida diaria- si no también de su mente y cuerpo, descolgaba su ropa más cómoda y sencilla para dirigirse al bar más cercano. Conocía gente e intercambian números, sin embargo, todas las citas terminaba por cancelarlas a último minuto, excusándose de una enfermedad o calamidad doméstica. En las noches reprendia su forma de actuar. Estába consciente de su error. Si continuaba así, nunca lograría escapar de su mundo apagado, gris, solitario. Escondiéndose en la amarga oscuridad de la noche.

    —Si, tal vez haga una remodelación en la sala o empiece quitando el viejo espejo del baño, aún no sé muy bien que hacer.— comentó Duxo a su celular

Sleeping with a ghost. (Duxino)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora