De chico siempre iba a veranear con mis abuelos a Punta del Este, Uruguay. Para ellos lo mejor era ir a pescar al muelle y yo los acompañaba con gusto. En el verano en el que tenía ocho años, nos tocó un día nublado en el que no estaba para ir a la playa, pero insistí hasta que accedieron. Nos subimos al auto y fuimos a conocer "Punta del Chileno", balneario que estaba un poco más alejado del centro turístico. Recuerdo que había unas olas increíbles y extremadamente altas. Llegamos y comenzamos el ritual de siempre: mi abuelo clavó el pie de la caña en la arena y mi abuela se encargó de colocar la sombrilla para protegernos del viento. El mar estaba revuelto y traía todo tipo de cosas a la orilla. Entre velas y flores que habían llegado arrastradas por la marea, encontré un pequeño plato de cerámica con el dibujo de un niño y lo guardé. Salvo por una familia que había llegado un rato después, éramos los únicos en el lugar. El cielo se abrió y con mi abuela nos acercamos a la orilla a mojarnos los pies. Allí sentimos una fuerza que nos hizo caer a los dos. Al principio nos resultó extraño, pero luego le restamos importancia. Algunos minutos más tarde, escuchamos los gritos desgarradores de los integrantes de la otra familia y fuimos a ver qué era lo que ocurría: un hombre mayor salía del mar con el cadáver de un bebé a cuestas. Al día siguiente, por el diario nos enteramos que un viejito había intentado sacarse una foto con su nieto de ocho meses de espaldas al mar y una ola se lo arrebató de las manos. El detalle más escalofriante era que el niño se llamaba igual que yo. Al volver a Capital, mi abuela se acercó a un templo de la religión Umbanda (originada en Brasil a comienzos del siglo XX y que combina elementos del espiritismo y del ocultismo) para contarle a la encargada del lugar la experiencia que habíamos tenido. Ella le explicó que el plato que habíamos tomado era un tributo para Iemanjá, la diosa del mar, y que nos habíamos robado sin saberlo una ofrenda de vida: un trueque en el que se ofrece la vida de alguien para salvar a otro. Al parecer, cuando agarré ese objeto me entrometí en el ritual, y como el mar no había podido llevarme en un primer intento, se llevó al otro nene que estaba en la misma playa. Muchos años después me fui de vacaciones a Mar del Tuyú. Una mañana, mientras caminaba con un amigo por la costa, vi una escultura color turquesa que llamó mi atención. Cuando me acerqué lo suficiente reconocí la imagen de Iemanjá de haberla buscado en Internet. En esa época los celulares no eran lo que son ahora y las cámaras digitales eran la posta así que le saqué una foto a la estatua que —inexplicablemente— salió invertida. Lo tomé como una advertencia, un mensaje de la diosa para recordarme que todavía estoy en deuda con ella.
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vivencias paranormales
Horroren este libro contaremos vivencias y algunos relatos paranormales de distintas personas de distintos países incluyendo vivencias personales espero y sea de su agrado y apoyen este pequeño proyecto