Hoy había sido, lo que se suele llamar, una jornada de mierda. Había partido de futbol lo que significaba el doble de gente, el doble de borracha y el doble de violenta. Eso solía ir unido con muebles rotos, al menos un par de peleas entre hinchas de cada equipo y comida y bebida esparcida por el suelo porque, aparentemente, para conseguir tu carnet de hincha se te tiene que olvidar como comer como un ser humano funcional. Para terminar de rematar la faena, los días de partido, al tener tanto lío, terminábamos cerrando el local más tarde de lo normal, y, como consecuencia del desorden, nosotros nos quedábamos tiempo extra arreglando el estropicio. Por suerte, hoy me había tocado atender la barra con Kentin, probablemente el único golpe de suerte que había tenido en todo el día.
Ken es un encanto, y el compañero con el que mejor me llevo del trabajo. Además, siempre hace los turnos más fáciles porque no existe un alma en el mundo que no le adore. Las chicas babean por el porque, es imposible negarse, está buenísimo. ¿Quién podría resistirse a un metro ochenta de pelo castaño y pura fibra? Tiene una sonrisa encantadora, ojos amables y le encanta prestarle atención a las chicas a las que atiende. Además, Ken creció en un colegio militar y se está preparando para entrar al ejército: ningún hombre o mujer puede resistirse a ese uniforme. Los señores siempre le preguntan sobre sus planes de futuro y les cuentan sus propias batallitas en la mili, los jóvenes le preguntan su rutina en el gym y las chicas... bueno, ellas le piden el Instagram y baten sus pestañas cuando el pasa con la bandeja a su lado. Es el chico de oro del "Witness Club", el bar en el que trabajamos, y el jefe le tiene en un pedestal. Sería mentira si negase que a mi también me llamó la atención la primera vez que le conocí. ¿Cómo no hacerlo? Me encantan los hombres serviciales y a él le encanta demostrar lo mucho que puede facilitarle la vida a los demás, especialmente a las mujeres de su edad (o incluso mayores). Aunque el tema militar me hizo perder el interés casi de forma instantánea. No soy muy fan de los cuerpos policiales y menos del ejército. Me gustaría negarlo pero, ese tipo de gente suele pertenecer toda a una misma rama política e ideología violenta que a mi, me parece problemática. Es, probablemente uno de los factores más anti-morbo que pueda tener un hombre, así que, una vez superada esa etapa que "que bueno está mi compañero" nos pudimos permitir ser simplemente amigos. A Ken le encanta coquetear, porque es, sospecho, la única forma que sabe de relacionarse, así que muchas veces le sigo el juego, pero creo que los dos sabemos que no tenemos ningún interés real en ser nada más que eso: compañeros de trabajo.
Por fin se han ido todos los clientes y hemos cerrado las puertas, el resto de nuestros compañeros se han ido a casa y, como no, nos toca a nosotros cerrar la caja y terminar de recoger el estropicio que han montado los hinchas. Debo de tener una cara horrible, porque Kentin me ha preguntado varias veces a lo largo del día si necesitaba un descanso o algo de azúcar. La verdad es que anoche me costó mucho dormirme, es la primera vez que estoy sola en un piso, y cada ruidito se convierte en un estruendo cuando estás hipervigilante. Nunca me había considerado una persona miedosa hasta ayer, cuando me encontré como una paranóinca comprobando mil veces si la puerta estaba cerrada y las ventanas aseguradas. Ahora que no hay nadie más en casa, los pasillos oscuros y los crujidos de las paredes y los muebles de madera de vuelven diez veces más amenazadores. Eso, sumado con las horas que lloré la pérdida de mi amiga, me dejaron con un total de dos horas de sueño y una moral destrozada. Estoy limpiando la barra mientras Ken coloca las sillas sobre la mesa cuando se gira a mirarme.
-Puedes irte ya si quieres, solo tengo que contar la caja y terminar de barrer, puedo hacerlo solo.- ¿No había dicho que es un encanto? Me giro a mirarle, debo de tener unas ojeras hasta el suelo y el pelo hecho un nido.
-¿De verdad? Vamos más rápido si lo hacemos los dos. No quiero dejarte con el marrón.- Le contesto sin dejar de pasar el trapo mojado por la barra. Hoy estaba especialmente pringosa y he tenido que enjabonarla hasta dos veces. Él me sonríe con simpatía.