➸ O1

258 25 4
                                    

El campo de batalla parecía una pesadilla hecha realidad: árboles calcinados, cráteres gigantescos y el suelo convertido en puro barro. Lo peor era la lluvia. Caía con esa constancia irritante, como si se estuviera riendo de todo el desastre que habían montado. Qué irónico, ¿no? Todo empezó con dos amigos soñando con la paz, y ahora lo único que quedaba eran ruinas y silencio roto por las gotas.

Madara Uchiha estaba en medio de ese caos, pero su cabeza… un vacío absoluto. Ni los gritos, ni las explosiones lograban romperlo. Y allí enfrente, Hashirama Senju, con esa maldita cara suya, mezcla de tristeza y esperanza, como si todavía pensara que podían resolverlo todo a base de discursos y apretones de manos.

—Madara, esto no es lo que quieres —dijo Hashirama, con esa voz firme que intentaba tapar el dolor que lo delataba.

Madara soltó un gruñido, el chakra azul rodeándolo mientras el Susanoo empezaba a tomar forma. Sus ojos ardían de furia, pero había algo más ahí, algo que lo carcomía por dentro. Izuna.

—¿Qué carajo sabes tú de lo que quiero? —le espetó, con veneno en cada palabra, como si fueran golpes directos al estómago. Porque, claro, Hashirama y su eterno optimismo no entendían ni un poco. Nunca lo había hecho. No entendía lo que era perder a un hermano por un ideal que parecía desmoronarse a cada paso.

La tierra tembló cuando chocaron otra vez. Hashirama, con esos movimientos suyos tan elegantes, controlando el Mokuton como si fuera parte de él, mientras Madara desataba toda la furia del Susanoo. Ambos sabían que estaban al límite, pero mientras Hashirama luchaba por proteger algo, Madara solo quería destruirlo todo. Arrasarlo. Como lo que sentía dentro de sí.

Cada vez que golpeaba, pensaba en Izuna. En su hermano, que había creído en él hasta el final. Y cada vez que lanzaba otra técnica, el vacío en su pecho se hacía más grande. No luchaba por el futuro; luchaba por un pasado que ya no existía.

—Madara —insistió Hashirama, con un suspiro agotado—, aún podemos encontrar una solución. Esto no tiene que ser así.

—¡Siempre la misma mierda! —Madara casi escupió las palabras. El Susanoo arremetió con una estocada, y Hashirama levantó una barrera de madera justo a tiempo. El impacto levantó una nube de polvo, pero la mirada de Madara no se movió ni un centímetro—. ¡No entiendes nada! Esa paz que buscas es una maldita ilusión. ¡Una broma de mal gusto!

Los ojos de Hashirama seguían llenos de esa compasión absurda.

¿Cómo demonios sigue creyendo en mí? —pensó Madara, y por un segundo, su concentración vaciló.

Ese fue el momento en que todo se fue al carajo.

Los dos lanzaron sus ataques más poderosos, y el choque fue brutal. El cielo se iluminó con una mezcla de luz cegadora y oscuridad aplastante. Y luego, silencio. El tipo de silencio que queda cuando ya no hay nada más que destruir.

Madara cayó de rodillas, respirando con dificultad.

—¿Es esto el final? —pensó, sintiendo cómo el peso de sus decisiones lo aplastaba. Izuna estaba muerto. Todo lo que había perseguido se desvanecía entre sus dedos como humo. Esta vez, el vacío dolía.

Frente a él, Hashirama seguía en pie, igual de jodido físicamente, pero con esos ojos brillando con determinación. Siempre estaba dispuesto a dar otra oportunidad, incluso cuando Madara ya no la quería.

Rojo Escarlata ➸ Madara ; TobiramaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora