➸ O1

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«El destino siempre tiene algo deparado, incluso para el más escéptico.»

—o—

Desde la cima de una formación rocosa, Madara observaba la aldea en construcción.

Seis meses.

Seis meses desde que había cedido a la tregua con Hashirama, desde que su mano, que tanto había empuñado la espada contra los Senju, se había visto obligada a estrechar la suya. Seis meses de una paz que le sabía a derrota, a una farsa que no terminaba de encajar en su pecho.

No era solo la pérdida de Izuna. No era solo la humillación de tener que compartir un sueño en el que nunca había creído. Era el hecho de que su clan—su propia sangre—había empezado a mirarlo con recelo. Cansados de las guerras, de enterrar a sus hijos, de ver cómo el legado Uchiha se desangraba en un campo de batalla que nunca parecía tener fin.

Al principio, las dudas. Luego, los murmullos. Finalmente, la traición disfrazada de esperanza. Su gente se había vuelto hacia Hashirama, hacia el hombre que siempre le sonreía con ese aire de estúpida convicción, como si no comprendiera que la paz era una ilusión pasajera.

Madara cerró los ojos por un momento, dejando que el viento alzara los mechones oscuros que caían sobre su rostro. El sonido de la madera siendo clavada, las voces de los obreros, el murmullo de una aldea en gestación… nada de eso le resultaba reconfortante.

Y entonces, un ruido distinto.

Un golpe seco.

Un quejido.

—¡Maldita sea, arbustos de mierda!

Madara abrió los ojos lentamente. Desde su posición, apenas tuvo que girar el rostro para encontrar el origen del escándalo.

De entre la maleza, forcejeando con ramas y hojas como si librara una batalla a muerte, una cabeza roja emergió con una expresión de pura exasperación.

No debía tener más de once o doce años. Su cabello, de un rojo chillón que gritaba Uzumaki a kilómetros, estaba corto y completamente revuelto. Sus grandes ojos ámbar, brillantes y enmarcados por pestañas rizadas, le daban un aire de fiereza inesperada para alguien de su edad. El ceño fruncido y la manera en que murmuraba más maldiciones y groserías soeces le conferían una actitud tan irreverente que el Uchiha no supo si sentirse molesto o entretenido.

Finalmente, la chiquilla alzó la mirada y lo vio. Se quedó en silencio por apenas un segundo antes de arquear una ceja.

—¿Y tú quién eres?

Madara la miró de pies a cabeza.

—No deberías hablarle así a un desconocido, niña.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

Él la recorrió con la mirada, indiferente a la severidad de su tono.

—Suficiente.

La chiquilla chasqueó la lengua y terminó de apartar las ramas que se habían enganchado en su ropa.

—¿Te divierte ver a la gente en situaciones incómodas?

—Si la gente se mete en problemas sola, no veo por qué no.

La pelirroja le sostuvo la mirada, claramente contrariada. No le gustaba que la observaran en un momento de vulnerabilidad, aunque fuese algo tan insignificante como un tropiezo.

—Un hombre ocioso es peor que uno necio.

Madara alzó una ceja.

—¿Acaso estás llamándome inútil?

𝗥𝗼𝗷𝗼 𝗘𝘀𝗰𝗮𝗿𝗹𝗮𝘁𝗮 〞 完了。 (   𝙈𝙖𝙙𝙖𝙧𝙖 ; 𝙏𝙤𝙗𝙞𝙧𝙖𝙢𝙖.  )Donde viven las historias. Descúbrelo ahora