1. Alessia

7 1 0
                                    

En algún momento del pasado

Cuando nací, mi madre decidió llamarme Alessia. Su parto había sido duro, dentro de la mansión que pertenece a la organización que ella odia. Aun así, decidió elegir un nombre con significado. La protectora. Pensaba que dentro de un mundo de tanta crueldad, una hija que unía dos viejos enemigos sería una bendición como lo fue el niño Jesús para el mundo.

Niccolò empuja ligeramente el plato de ensalada hacia mí, e inclino la cabeza hacia la derecha, observando cuan rojos habían salido los tomates de la última cosecha.

—¿Sabes cuál es el significado de tu nombre? —le pregunto en inglés, sabiendo que nadie en esta mesa entiende el idioma.

Italianos puros, que odian la “mierda Americana” y si no fuera por mi abuelo nunca hubieran salido de la cálida Sicilia.

—Si te dejo que me lo cuentes, ¿comerás?

No. No comería aunque todos los que estuvieran sentados en esta mesa muriesen si no lo haría. Incluida mi madre, que está en el otro extremo y mira ausente al vacío, sin darse cuenta de que mi padre aún lleva el labial de su amante en el cuello. Testa di cazzo.

—Sí —miento tan fácilmente que me sorprende incluso a mí.

—Adelante entonces —inclina la cabeza de la misma forma en la que yo lo hice hace pocos segundos.

—Vincitore del popolo. Carismático, pero poderoso, hombre de los hombres, en tu caso, de la Cosa Nostra.

—Interesante.

Apruebo con la cabeza y sé que Niccolò está a punto de obligarme a comer de nuevo, pero varias sirvientas entran en la sala y empiezan a recoger cualquier rastro de comida de la mesa. Gané. Aprueba con la cabeza al darse cuenta de que todo había sido un plan y la esquina de su labio derecho se levanta.

Las sirvientas colocan un Santo en el centro de la mesa, luego ponen una calavera encima. Una daga es asentada con delicadeza a la izquierda del cráneo, solo falta la pistola y la vela.

—Muy astuta, prima mía.

Muevo mi mirada de la mesa a Niccolò, que parece no darse cuenta de que su comentario acaba de irritarme hasta la médula. La astucia es el santuario de la incapacidad.

—No soy astuta, soy observadora.

Alguien interrumpe de nuevo en la sala, haciendo que Niccolò vuelva a perder su chance de contestarme, pero esta vez no es parte de un plan. Observo a Salvatore Costello mientras se mueve por la habitación con su consigliere pisándole los talones. Los ojos de ambos son tan rojos como los tomates de la ensalada. Quizás por la cocaína que se metieron, o por la maldad, que les pudre el interior mientras se abre paso para salir.

—Espero que hayan disfrutado de su cena, mi querida familia. Como sabéis hoy estamos aquí para llevar a cabo el rito de iniciación.

Su lengua se traba varias veces y arrastra las “s” recordándome a las serpientes. Un hombre entra en la sala, está vestido como un Made Men, tiene la postura de uno, y por la esquina levantada de su labio superior, sé que siente la confianza de uno. No me permito mirarlo más allá, es una estupidez llamar la atención.

—Es un gióvane d’onore, pero dado que le invité personalmente a formar parte de esta familia, tomará el rol de Don.

De repente la sala se inunda de rabia no expresada, mientras todos los demás dones se remueven en sus sillas. Parecen niños pequeños enfadados porque les quitaron los juguetes, jodidamente patético. Niccolò se remueve también en su asiento y empujo la punta de mi tacón contra su zapato, llamando su atención. Cuando siento sus ojos sobre mí, entrecierro los párpados durante menos de un segundo, una pequeña señal. No muestres jodida debilidad.

—Dada la ocasión, y al hecho de que hoy me siento especialmente generoso hoy las mujeres se pueden quedar.

Siento la desconfianza subiendo por mi columna vertebral en cuanto las palabras se deslizan por su lengua. Algo va mal, algo está terriblemente mal.

—Pero tengo una sorpresa más, hermanos míos.

Salvatore pasea su mirada sobre la sala y cuando sus ojos me enfocan, me cuesta no hacer una mueca de desprecio.

—Esta vez, Alessia pronunciará el código.

Tenso los muslos con la ansiedad corriendo por mis venas como lava. Una mujer nunca pronuncia el código, jamás. Mi mal presentimiento no hace más que crecer y bullir a fuego bajo en mi interior mientras mi cabeza me repite una y otra vez que algo está yendo muy mal.

Aun así, me levanto y me sitúo a la izquierda de Salvatore, pasando por su espalda y no por delante de su cuerpo sudoroso envuelto en ropa cara. Observo el brillo de la daga de plata que hace contraste con la oscuridad del cráneo, ya oscuro de toda la sangre que se ha derramado sobre él desde hacía décadas.

—Cualquiera que llame a la autoridad contra sus semejantes es un tonto o un cobarde. Cualquiera que no pueda cuidarse sin la protección de la policía es ambos. Es a la vez tan cobarde como para traicionar a un delincuente de cara a la justicia, a pesar de sus delitos en contra de ti mismo, ya que no es capaz de vengar el agravio por la violencia. Es vil y despreciable en un hombre herido el traicionar el nombre de su agresor, puesto que si se recupera, naturalmente, hay que esperar para vengarse por sí mismo.

Las palabras prácticamente se deslizan solas por mi lengua, las había oído miles de veces, después de las primeras cinco ya me las sabía de memoria. Son un refrán de lo que somos, es el significado de todo lo que tengo, es la verdadera ley. Salvatore Costello se acerca al gióvane d’onore con su propio cuchillo en la mano. El hombre le tiende su mano derecha, con la palma hacia arriba y el índice ligeramente levantado. El dedo que aprieta el gatillo. La carne se abre con facilidad y la sangre del nuevo miembro de la cosa Nostra gotea sobre la calavera del primer Capo Di Tutti Capi que la mafia vio.

Inspiro con tranquilidad mientras dejo que mi boca actúe sola. Siempre me ha gustado el rito de iniciación, al menos esta parte de él, la que conseguí ver a escondidas.

—Esta sangre significa que ahora somos una Familia. Tú vives por el arma y el cuchillo y mueres por el arma y el cuchillo.

La sangre se desliza del cráneo al Santo, manchando la imagen y expandiéndose ligeramente sobre la mesa. Salvatore me entrega la vela que ya había encendido en algún momento y la tomo, esquivando completamente su mano. Luego tomo el Santo y lo posiciono encima de la llama. Cuando el borde empieza a encenderse, se lo entrego a la persona que está a mi izquierda, que a su vez se lo pasa a la siguiente persona. La simbología del rito de iniciación fue algo que siempre me había fascinado. El Santo pasa quemando, de mano en mano, si alguien se quema todos los siguientes lo harán también. Si alguien hace un movimiento en falso, hará que toda la Famiglia caiga como piezas de dominó.

—Como queme este santo, así quemará mi alma. Entro vivo y tendré que salir muerto —es la primera vez que escucho la voz del gióvane d’onore, y la detesto.

—¿Juras omertá a la Cosa Nostra?

Sus ojos encuentran los míos y no tengo duda de que son los ojos más crueles con los que conecté en la vida.

—Lo juro.

Y así, pacta el resto de su vida e invita la muerte a entrar. Y todo gracias a mis palabras. Protectora mi culo, que se jodan los significados de los nombres.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Aug 01 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

AlexythimiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora