¡Parte 4!

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Estaba en una reunión con mi hijo, Estados Unidos, disfrutando del té que me había preparado. El aroma del Earl Grey llenaba la sala, creando una atmósfera cálida y familiar. Estados Unidos hablaba animadamente sobre sus recientes aventuras y logros, pero mis pensamientos estaban en otro lugar, en alguien más.

-Y Canadá me dijo que no, ¡quiero que le hables, esto es una falta de respeto!- dijo, levantándose de su asiento para sentarse a mi lado. Pude ver la frustración en sus ojos, pero mi mente seguía vagando.

-Perdón, no te escuché- me levanté para prepararme otra taza de té, tratando de disimular mi distracción. Cada aroma, cada sonido parecía recordarme la distancia entre Chile y yo.

-Has estado distraído, ¿pasa algo?- preguntó, con preocupación en su voz. Se acercó más, buscando alguna señal en mi expresión.

-No- respondí, mirando por la ventana. Estaba oscureciendo y las sombras comenzaban a alargarse en el jardín. El crepúsculo envolvía el paisaje en un manto de melancolía.

-Se está haciendo tarde, tengo que irme- dije, intentando mantener la compostura. Mi corazón no podía dejar de pensar en el encuentro con Chile, tan lejano y tan cercano en mis pensamientos.

Dejé el té sobre la mesa y tomé mi abrigo. Estados Unidos solo me miraba, visiblemente confundido.

-Alright, goodbye father...- dijo, con un tono de resignación en su voz. Me acerqué a Estados Unidos, revolviéndole el pelo y abrazándolo con fuerza. Sentí un nudo en mi garganta, pero traté de mantener la compostura.

-Adiós, cuídate mucho, te quiero- le dije, sintiendo su hombro húmedo contra el mío. No pude evitar reír mientras sus lágrimas caían. La conexión emocional con mi hijo era un consuelo, aunque mi mente seguía volando hacia Chile.

-Y-ya basta, es normal *hip* llorar- dijo entre sollozos, tratando de mantener la dignidad.

-Jajaja, después de todo sigues siendo el mismo niño llorón de antes- respondí, intentando consolarlo. Sabía que mis palabras eran un pobre intento de ocultar mi propia vulnerabilidad.

Después de eso, tuve que salir de la casa y subir al carruaje. El aire frío de la noche me golpeó, despejando un poco mis pensamientos. Me acomodé en el asiento y observé cómo la casa de Estados Unidos se desvanecía en la distancia. La noche me envolvía en su manto estrellado, y mi mente volvía una y otra vez a Chile. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Estaría pensando en mí como yo en él?

El carruaje avanzaba por los caminos sinuosos, y los baches de la carretera parecían reflejar la agitación en mi corazón. No pude evitar recordar los momentos compartidos con Chile. Su risa, su mirada, la forma en que su presencia llenaba cualquier habitación. La nostalgia me envolvía, y un sentimiento de añoranza se apoderaba de mí. Sabía que mañana emprendería el viaje a Chile, pero cada minuto sin él se sentía eterno.

El carruaje se detuvo finalmente frente a mi residencia. Bajé y me dirigí hacia la entrada, los guardias me saludaron respetuosamente mientras abrían las grandes puertas. El interior de la mansión estaba en silencio, apenas iluminado por unas pocas lámparas. Subí las escaleras lentamente, cada paso resonando en el vacío de la noche.

Entré en mi habitación y dejé caer mi abrigo sobre una silla. Me acerqué a la ventana y miré el cielo estrellado. Las mismas estrellas que brillaban sobre Estados Unidos también lo hacían sobre Chile. Esta conexión, aunque distante, me daba un extraño consuelo.

Me dejé caer en la cama, cerrando los ojos y permitiendo que los recuerdos y las emociones me envolvieran. El día había sido agotador, pero el pensamiento de ver a Chile pronto me daba fuerzas. Mañana, todo sería diferente.

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