Capítulo dos: cuando llegó la primavera

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La primavera finalmente llegó y en un destello se llevo todo lo que el invierno trajo, apenas amaneció toda la nieve del bosque era ahora agua de los ríos, pero esa sensación de frescura propia del frío perduraba en el viento.

Habían pasado semanas desde que las fiestas de año nuevo cesaron y Rubí seguía borracha, con su camisa mal atada que por más que intentara una y otra vez su borracho cuerpo no atinaba ni un botón correctamente y sus botas rayadas a causa de los pastizales que la venía arañando por días desde que se subió en su cabello y dejo que la arrastrara en su lomo, sin rumbo y sin control, solo con una botella de licor barato atada a su pierna.

Despertó sobria, increíblemente sobria, cunado intento darle un sorbo a su botella para calmar las migrañas de la resaca se dio cuenta que ya no le quedaba ni una gota más.

La vida no había tratado con suavidad a Rubí desde que dejo el nido en un pueblo de el que intentaba olvidar cada recuerdo, ahora estaba centrada en obtener algo de respeto y dinero, pero fuera a donde fuese solo se sentía como un payaso para todos, resignada a conformarse termino donde estaba ahora, ahogada en una terrible resaca.

Se sentó correctamente, su meta más clara en ese mismo instante se volvió encontrar un río donde ahogar su resaca propiamente, cuando encontró un caballo a un par de metros acercándose a ella, cansado y hambriento, lo vio como una oportunidad de conseguir algo de dinero a cambio como si eso fuera a mágicamente aclarar su cabeza. Al acercarse vio que arrastraba algo amarrado de una cuerda. Era una mujer, o eso parecía debajo de toda la sangre que la empapaba.

Verla acelero todo su cuerpo en un miedo que la hacía recordar memorias de pueblos que preferiría olvidar, hubiera preferido montar su caballo y fingir que no la vio, pero no quería cargar la culpa de que le hizo a alguien lo que le hicieron antes a ella, ¿Cuál era el punto de recorrer tantos rumbos si no aprendió nada en el camino?

L a desamarro con un mal pulso a causa de los nervios que la hacían temblar intensamente y recostó su cabeza en su pecho, su corazón latía y su cuerpo estaba caliente. Esta viva, podía irse sin resentimientos. Pero no podía irse sin culpa.

Podía escuchar agua circular no muy lejos así que con un brazo tomo el desgastado cuerpo de la rubia y con el otro se llevo los dos caballos atados con ayuda de aquella cuerda, cuando finalmente llegó ato a los caballos a un árbol y llevo el pálido cuerpo a la lavarlo a el río.

El desnudo y dejo su ropa secando en una roca, la mujer tenía la espalda completa destrozada, llena de rasguños sin gentileza de la tierra por la que fue arrastrada. incluso tenía incrustadas varías ramas y tuvieron la misma suerte sus brazos y piernas. Rubí cuido de su cuerpo a pesar de que su mal pulso y miedo persistían como espasmos.

Lavo sus heridas, desheredo sus traslucidas hebras, limpio la tierra de su piel y con ropa de invierno que de momento no necesitaría más rasgo vendas para la piel más abierta. Tanto tiempo mirando su cuerpo la empujo a memorizar sus facciones, era como una muñeca de porcelana, tan blanca que se enrojecía con el toque del viento, en cada rincón de su cuerpo se le marcaban tanto sus huesos, de las clavículas hasta los dedos de los pies y en los cuencos enormes en sus ojos que escondían un color que desconocía sin un marco robusto de sus cejas o pestañas puesto a lo rubias que eran estas.

El día comenzó a desvanecerse con prisa y el atardecer ya las amenazaba así que decidió que lo mejor sería pasar la noche allí mismo y quizá al día siguiente podría hablar con la muchacha.

La dejo tendida en una roca y fue a explorar un poco la zona en busca de alimento para los caballos y leña para hacer una fogata. Tras horas de su ausencia la rubia despertó, todo su cuerpo le dolía y por más que la incertidumbre la hacía creer que lo más lógica era escapar de donde sea que estuviera su cuerpo no tenía fuerzas para levantarse, toda su espalda le dolía y sus heridas le ardían.

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⏰ Última actualización: Aug 03 ⏰

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