capitulo 1

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### Capítulo 1: Bocanada de Desesperación

Martín Pérez se sentó en su escritorio con la espalda encorvada, la mirada perdida en un mar de papeles arrugados y notas dispersas. La oficina, que durante tanto tiempo había sido su santuario, ahora se sentía como una prisión. Las luces fluorescentes parpadeaban débilmente, proyectando una luz fría y dura que acentuaba la desolación del espacio. Los rumores de la actividad exterior parecían lejanos, un eco distante de un mundo al que Martín ya no podía acceder con la misma vitalidad de antes.

El reloj en la pared marcaba las seis de la tarde, pero Martín no estaba listo para irse. A pesar de que la jornada laboral estaba llegando a su fin, la pila de trabajo que lo rodeaba parecía interminable. Se pasó una mano por el rostro, tratando de disipar la sensación de cansancio que lo envolvía. La conversación con su jefe esa mañana aún resonaba en su mente, como un eco persistente de reproches y exigencias.

“Necesitas hacer más, Martín. Esto no es suficiente”, había dicho su jefe con una frialdad implacable. Las palabras, cargadas de un peso que no podía ignorar, habían perforado su ya debilitada confianza en sí mismo. “Si no puedes mejorar estos números, tendremos que reconsiderar tu posición aquí”.

La amenaza había sido sutil, pero clara. Martín sabía que sus números no eran los mejores, pero había esperado que sus esfuerzos y dedicación fueran suficientes para mantener su posición. Sin embargo, ahora sentía que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. La oficina, que antes había sido su refugio y símbolo de éxito, ahora se sentía como un recordatorio constante de su fracaso inminente.

Con un suspiro profundo, Martín se levantó de su silla. El sonido de su cuerpo al despegarse de la silla parecía un grito silencioso de liberación y derrota al mismo tiempo. Caminó hacia la ventana, que ofrecía una vista panorámica de la ciudad, iluminada por las luces de la tarde que comenzaban a encenderse. La vista le parecía indiferente, como si el mundo continuara su curso sin prestarle atención.

Sus pensamientos volvieron a su vida personal. La reciente ruptura con Laura, su novia de cinco años, había dejado una herida abierta que no lograba sanar. Los recuerdos de su relación, de los momentos felices y los problemas que llevaron a su separación, eran como fragmentos de cristal que se clavaban en su mente. Laura había sido una constante en su vida, y su partida había dejado un vacío doloroso.

La sensación de fracaso era omnipresente. No solo en su vida profesional, sino también en su vida personal. Cada aspecto de su existencia parecía estar en crisis, y Martín no sabía cómo arreglarlo. La perspectiva de perder su trabajo solo intensificaba la desesperación que sentía. La presión era abrumadora, y cada pequeño contratiempo parecía amplificar sus dudas y temores.

Martín se acercó a su escritorio y miró el reloj de nuevo. La oficina estaba casi vacía ahora. La mayoría de los empleados ya se habían ido, y el silencio que se había apoderado del lugar solo acentuaba su soledad. Recolectó algunos papeles y los guardó en un cajón con movimientos automáticos, como si llevar a cabo esta tarea trivial pudiera ayudar a calmar su mente.

Se detuvo un momento para mirar el retrato familiar que tenía en su escritorio. Era una foto de él con Laura en un picnic, sonrientes y felices. La imagen le parecía ahora una cruel ironía, una representación de una vida que había cambiado irreversiblemente. Martín tocó el marco de la foto con suavidad, sintiendo una punzada de dolor. ¿Cómo había llegado a este punto? ¿Qué había fallado?

Con un último vistazo a su escritorio, Martín apagó las luces y salió de la oficina. El aire fresco de la tarde lo recibió al salir del edificio. Caminó hacia la estación de metro, cada paso pareciendo un esfuerzo monumental. La ciudad estaba en movimiento, llena de vida y energía, pero Martín se sentía desconectado, como un espectador en su propia existencia.

Se subió al metro, encontrando un asiento junto a la ventana. A medida que el tren avanzaba, observó las luces de la ciudad deslizándose por el cristal. Los anuncios brillantes y los edificios altos se mezclaban en un borroso mosaico de colores. Martín se hundió en su asiento, sintiendo el cansancio físico y emocional.

El trayecto hasta su apartamento se sintió interminable. Martín intentó distraerse con un libro que llevaba en su maletín, pero las palabras parecían danzar sin sentido ante sus ojos. La lectura no era suficiente para escapar de sus pensamientos. Cada página le recordaba su incapacidad para encontrar paz o distracción.

Cuando finalmente llegó a su apartamento, un pequeño espacio en el quinto piso de un edificio antiguo, sintió un alivio momentáneo. El familiar sonido del ascensor y la vista del pasillo le ofrecían una pequeña sensación de normalidad. Cerró la puerta detrás de él y se apoyó contra ella, permitiendo que el silencio de su hogar lo envolviera.

Martín se dirigió a la cocina, sintiendo la necesidad de hacer algo, cualquier cosa, para llenar el vacío que lo consumía. Abrió la nevera, inspeccionando su contenido con poco entusiasmo. Las opciones eran limitadas: algunas sobras de pizza, una botella de leche a medio terminar y unas manzanas que ya no parecían tan frescas. Finalmente, tomó una manzana y la mordió con desgano.

Mientras masticaba, sus pensamientos volvieron a Laura. La ruptura había sido reciente, y la herida aún estaba fresca. Se preguntaba si alguna vez podría encontrar el equilibrio en su vida después de perderla. Laura había sido su confidente, su apoyo, y ahora todo parecía desmoronarse sin ella. La manzana no tenía sabor, y Martín sintió que no podía encontrar satisfacción en nada.

Decidió que lo mejor era no quedarse en la cocina, así que terminó de comer la manzana y la arrojó a la basura. Se dirigió al salón, donde se dejó caer en el sofá, buscando algún tipo de consuelo en su familiaridad. Miró alrededor de la habitación, notando cómo el desorden se había acumulado: revistas apiladas, ropa que había dejado de lado, y una manta arrugada sobre la mesa.

Encendió la televisión sin realmente esperar encontrar algo que lo entretuviera. Los canales pasaban uno tras otro sin captar su atención, hasta que se detuvo en un programa de noticias. Las imágenes de eventos internacionales y noticias locales parecían distantes e irrelevantes, pero Martín no podía dejar de mirar. La sensación de desconexión era abrumadora.

Mientras observaba, sus pensamientos volvieron a la conversación con su jefe. La crítica constructiva se había convertido en una presión abrumadora. Cada fallo, cada error, parecía amplificado en su mente. Sentía que no había manera de escapar de la constante evaluación y el juicio, ni siquiera en su tiempo libre.

Miró el reloj en la pared y vio que ya era bastante tarde. A pesar de su cansancio, no podía evitar el insomnio que lo acompañaba. Se levantó del sofá y se dirigió a su escritorio, buscando algo que pudiera distraerlo. La pila de papeles y documentos seguía allí, y con un suspiro resignado, comenzó a revisarlos.

Encontró algunos informes y presentaciones que había dejado de lado. Mientras los leía, se dio cuenta de que el trabajo no era lo que lo estaba agobiando. Era el sentimiento de que había perdido el control sobre su vida, que sus decisiones y acciones habían llevado a un callejón sin salida. El trabajo solo era un reflejo de una crisis más profunda.

Decidió que no podía quedarse en casa toda la noche. Necesitaba despejar su mente y salir de su burbuja de desdicha. Tomó su chaqueta y salió de su apartamento, decidiendo caminar sin rumbo fijo por las calles de la ciudad. La noche estaba fresca, y el aire le parecía un alivio en comparación con el ambiente sofocante de su hogar.

Caminó sin dirección concreta, observando cómo la ciudad se transformaba bajo la luz de los faroles. Las calles estaban relativamente tranquilas, con solo algunos transeúntes nocturnos y vehículos pasando de vez en cuando. Martín disfrutó de la calma momentánea, encontrando una ligera paz en el ritmo lento de la noche.

Se encontró en una pequeña plaza que no había notado antes. Era un rincón tranquilo de la ciudad, con bancos y árboles que ofrecían sombra y refugio. Se sentó en un banco vacío, observando la luna que brillaba en el cielo despejado. La serenidad del lugar era un contraste agudo con la turbulencia interna que sentía.

Mientras se sentaba en la plaza, Martín permitió que sus pensamientos fluyeran libremente. Recordó los momentos felices de su vida, las veces en las que se había sentido satisfecho y realizado. La nostalgia era agridulce, y aunque estos recuerdos le proporcionaban una sensación de calidez, también acentuaban la distancia que sentía con su pasado.

El sonido lejano de música en vivo lo atrajo, y Martín se levantó del banco para investigar. Siguió el sonido hasta un pequeño bar cercano, donde una banda local tocaba en un escenario improvisado. La música era suave y melódica, y el ambiente del lugar era acogedor. Martín se acercó al bar, buscando una distracción que le permitiera desconectar de sus problemas.

Se sentó en una esquina del bar, pidiendo una bebida para relajarse. Observó a la gente alrededor, notando cómo disfrutaban de la música y de la compañía. Por un momento, se permitió perderse en la atmósfera del lugar, tratando de dejar de lado las preocupaciones que lo habían estado atormentando.

La banda tocaba canciones de amor y desamor, y Martín encontró una resonancia inesperada en las letras. La música parecía capturar su estado emocional, reflejando su dolor y su anhelo. Mientras escuchaba, se permitió sentir una conexión con los músicos y con la gente alrededor. La experiencia era un recordatorio de que, a pesar de sus luchas, aún había belleza y emoción en el mundo.

La noche avanzó, y Martín sintió que su mente comenzaba a despejarse. Aunque no había resuelto sus problemas, el simple acto de salir y experimentar algo diferente le ofreció un pequeño alivio. Sabía que al día siguiente tendría que enfrentar la realidad de nuevo, pero por ahora, se permitía disfrutar de la tranquilidad que el momento le ofrecía.

Después de un tiempo, Martín decidió que era hora de regresar a casa. La noche había sido una bocanada de aire fresco, pero el mundo real lo esperaba. Salió del bar y caminó de regreso a su apartamento, sintiendo que, aunque no había encontrado respuestas, al menos había dado un paso hacia adelante.

La tranquilidad de la noche lo acompañó en su camino de regreso. Al llegar a su edificio, se sintió un poco más en paz consigo mismo. Subió al quinto piso y entró en su apartamento, listo para enfrentar el nuevo día con una mente ligeramente más despejada.

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