Capítulo ll

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Otro día, Arthit llegó a casa desde la escuela y encontró a su madre llorando en la sala. Cuando su madre se dio cuenta de su presencia, se levantó y agarró a Arthit del brazo, sus dedos apretando con fuerza. Su rostro estaba desencajado por la ira y el dolor acumulado.

— ¡Todo es por ti!—, le gritó su madre, los ojos inyectados en rabia. — Si no fueras un error, tu padre no nos habría abandonado. ¡Y ahora me quedé con la custodia de ti, un estorbo que no quiero!—.

Arthit trató de explicar que no era su culpa, pero su madre no lo escuchó. Las palabras se desvanecieron en el aire, impotentes ante la tormenta que rugía dentro de ella. Comenzó a golpearlo, una y otra vez; en la cabeza, su estómago, jalándole el cabello castaño, rasguñándolo sin piedad. Cada golpe era una acusación.

Los nudillos de su madre se estrellaban contra su piel, dejando marcas moradas y sangrantes. Arthit intentaba protegerse, pero sus brazos eran demasiado débiles para resistir la furia de su progenitora. El dolor, cada golpe era una puñalada en su alma, una herida que no cicatrizaría jamás.

Arthit le preguntó a su madre, con una vocecita débil, — Mami, ¿No necesitas de Arthit?— . Su madre lo miró con odio, sus ojos reflejando la amargura de años de sufrimiento. — ¡Para nada!—, respondió con desprecio.

Finalmente, cayó desmayado al piso, su cuerpo frágil y maltrecho. La habitación giraba a su alrededor, y el mundo se desvanecía en sombras mientras su madre continuaba golpeándolo, incluso después de que él perdiera la conciencia..

El sol se había ocultado tras las colinas, dejando una estela de sombras en la pequeña habitación donde Arthit yacía inconsciente. Su madre, con los ojos enrojecidos y la voz cargada de veneno, había proferido palabras que cortaron más profundo que cualquier cuchillo.

— Espero que se haya muerto—, susurró, como si su maldición pudiera atravesar las paredes y alcanzar al niño que yacía en el suelo.

Después de su cruel despedida, la madre recogió sus pertenencias con manos temblorosas y abandonó la casa. El aire quedó impregnado de su odio, como un veneno invisible que se filtraba en cada rincón. Arthit, aún inconsciente, no sabía que su mundo había cambiado para siempre.

Pasaron horas, quizás días, antes de que la oscuridad que lo envolvía comenzara a ceder. Un pequeño golpecito en la mejilla lo sacó de su letargo. Arthit parpadeó, confundido, y miró al hombre que estaba frente a él. Su rostro era áspero, marcado por la vida en las calles. — ¿Q-quién..?—, preguntó Arthit con voz débil.

Antes de que el hombre pudiera responder, una mujer apareció en la puerta de la cocina. Sus ojos se abrieron con sorpresa al ver a Arthit. — Pensé que estabas muerto—, murmuró. Su cabello oscuro caía en cascada sobre los hombros, y su mirada era cautelosa pero compasiva.

El hombre, que se presentó como Victor, explicó que estaban buscando a la madre de Arthit. — Nos debe mucho dinero—, dijo con desdén. — Pero parece que ella se escapó—. Victor parecía más interesado en saldar cuentas que en el destino del niño.

La mujer, Sophia, se acercó a Arthit y le ofreció un vaso de agua. — Pobre niño—, susurró. — No te preocupes, nosotros te ayudaremos—. Arthit bebió el agua con gratitud, sintiendo cómo la vida regresaba a su cuerpo maltrecho.

Sophia y Victor eran buscadores de deudas, personas para nada confiables. Habían seguido a la madre de Arthit durante semanas, pero ahora ella se había esfumado. Victor se encogió de hombros cuando Arthit preguntó qué pasaría con él. — No es nuestro problema—, dijo con frialdad.

Sophia, sin embargo, tenía una mirada más compasiva. — Podemos llevarte con nosotros—, propuso. — Te ayudaremos a encontrar un lugar seguro donde vivir—. Arthit asintió, sintiendo un nudo en la garganta. Por primera vez en su vida, alguien se preocupaba por él. Aunque fueran cazadores de deudas, en ese momento, eran sus salvadores.

Creación de un Nuevo SerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora