Me desperté en una playa y no sabía cómo llegué allí. Me sentía confundido, ya que apenas me había quedado dormido en mi casa y despertar en este lugar me dejó paralizado por unos segundos. Frente a mí se extendía un bosque gigantesco, con una gran montaña que se alzaba por encima de las nubes a lo lejos. Sin muchas más opciones, decidí adentrarme en el bosque. Me sentía observado; aún pensaba que esto podría ser un sueño. Caminé sin saber exactamente a dónde ir.
Mi camino se vio interrumpido por un gran río y, sin que pasara mucho tiempo, visualicé diversas carpas al otro lado del río junto a un pequeño grupo de personas. Decidí observarlas sin saber si debía pedirles ayuda, debido a la incertidumbre de no saber cómo había llegado allí. Una chica me miró fijamente y luego desapareció de repente. Me quedé pensando en lo que acababa de suceder y la posibilidad de que todo fuera un sueño parecía cada vez más real. Parecía que las personas allí vivían de manera sencilla, pero por alguna razón decidí alejarme de aquel lugar y regresar a la playa donde había despertado. En ese momento, sentí un leve pinchazo en el cuello y luego no recuerdo nada más.
Desperté en una cueva, amarrado. El sol ya se había escondido y una fogata encendida acompañaba la escena, junto a lo que parecía ser una sopa recién hecha. En ese instante, entró a la cueva un hombre encapuchado, visiblemente agitado. Me comentó que acababa de salvarme la vida, y que las personas que me habían observado en el río me habrían matado si se daban cuenta de que no pertenecía a su tribu solo por mi forma de vestir. Me aconsejó salir de la cueva, bajar de la montaña e ir derecho sin detenerme, alejándome lo más posible de la montaña. También me dejó ropa similar a la que usaban las personas del río, pero de otro color. Antes de soltarme, me miró fijamente durante varios segundos, y al parecer estaba a punto de llorar antes de irse. Luego regresó entre risas y me recordó que comiera la sopa antes de irme y que apagara la fogata.
Sinceramente, no sabía qué pensar en ese momento. De alguna manera, sentía que conocía la voz del encapuchado, que me era familiar. Comí la sopa con mucha desconfianza, ya que tenía hambre, y luego me quedé dormido esperando despertar en mi cama, pero no fue así. Al amanecer, desperté en la misma cueva, con mucho miedo, ya que estaba comenzando a aceptar que no era un sueño lo que vivía. Al salir de la cueva, me di cuenta de que estaba en medio de la gran montaña. El paisaje era hermoso, con un pastizal abundante por todos lados y a mi izquierda, un bosque cercano a la costa a lo lejos, muy parecido al que había visitado antes. Sin muchas ideas en mente, usé las prendas que me había dejado el encapuchado, pero no seguí su consejo de bajar la montaña; en cambio, decidí subirla. Pronto me di cuenta de que era demasiado grande para subirla a pie y decidí seguir su consejo.
Días después, desperté en una choza y no quería levantarme, sino fuera por el hambre que me impulsaba a hacer lo que pensé que no haría hasta la muerte del rey. Mientras buscaba frutos salvajes para saciar el hambre, empecé a acostumbrarme a la vida en el pueblo, aunque, por lo que sé ahora, no es la primera vez que me someto a este proceso. Llevo mucho tiempo con esta gente que me trata como si me conocieran de toda la vida, a su manera, ya que hablan poco, excepto durante las fiestas, que siempre son improvisadas por cualquier motivo. Sin dudas, la fiesta que se vivió hace unos días fue una de las más locas que recuerdo, pero recordar no es lo que debo hacer. Me mienten y siempre lo harán. La sencillez de la vida aquí me hace olvidar rápidamente, y esa es la idea. No puedo confiar en mis recuerdos. No me pertenecen y cambian según le convenga a ella para no ser olvidada, pero ya no caeré más en su trampa. Tengo una tarea más importante que hacer: llegar a ser el dueño de mi aldea. Para ello, debo demostrar que soy digno de ello, debo salir de la burbuja.
Pero aún no comprendo lo que significa ni hacia dónde debo salir. No es mi primera ni última prueba antes de llegar a ser el dueño, o eso me prometieron. Lo que más me ha costado es dejar de hablar. Siempre tengo la necesidad de decir todo lo que pienso, pero desde que llegué aquí, no más. Solo el silencio es lo que necesito escuchar, y cada pregunta que surge no la respondo, sino que sigo preguntando hasta que encaje cada engranaje y así suceda lo que quiero. Debo hacerlo antes de que termine el reinado de este rey que apenas conocí y que morirá pronto. No pude contemplar sus enseñanzas hoy. Cuántos días me perdí, no lo sé, entre fiestas y más fiestas, agotando todas las provisiones recolectadas. Ahora toca recoger todo lo desechado. Hoy trabajé poco porque el alcohol me lo permitió. Haré algo que apresure la muerte del rey. Me dedicaré a dibujar para dejar las señales que necesitaré mañana para comenzar el nuevo reinado. Sin antes ponerme las prendas que sin duda necesitaré, me visto mientras aprecio cómo nuestro rey desaparece. Ahora descansaré sabiendo que mañana volverá y tendré una nueva posibilidad de ser el dueño, esperando ver el nacimiento del nuevo rey.