Just a dream (2)

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(Unas horas después).

Regina, sumida en un sueño profundo, se hallaba en la penumbra de su habitación. El sol, como un intruso curioso, se filtraba a través de las cortinas, pintando de tonos dorados los rincones olvidados. En su mente, los sueños danzaban, tejían historias y desafiaban la realidad. ¿Qué secretos ocultaba aquel rincón oscuro? ¿Qué anhelos y misterios se desplegaban en el lienzo de su mente? Solo el sol y las sombras lo sabían, mientras Regina continuaba su viaje onírico, ajena al mundo exterior.

—Regina —llama exaltada su madre.

Regina, conmocionada, se ve volviendo a la realidad, a su realidad. Siente la nostalgia de aquel lugar en donde todos sus demonios se ven alejados y la felicidad brilla tanto como el sol. Sus nubes grises se ven opacadas por su destellante sonrisa, pero ella tiene en claro que aquella fantasía nunca será parte de su desilusionada realidad.

—Ya bajo, madre —cabizbaja responde.

Se levanta de la cama con sus piernas flexionadas. Le cuesta enderezarse, ya que sus rodillas están muy maltratadas. Se intenta incorporar por completo; su rostro no muestra ni una pizca de dolor mientras sus piernas maltratadas goteaban aquel líquido carmesí.

Aun sin sentir dolor, sus extremidades se ven flaquear al intentar bajar al primer piso. Hace un gran esfuerzo por no tropezar y caer despavorida. Al llegar al último escalón, se ve desplomándose en el pie de las escaleras. Su padre, que estaba al final de esta, la mira desde arriba con desaprobación.

—¿Por qué no te has limpiado eso? —reprocha con hostilidad.

—Lo siento —Regina intenta enderezarse.

—Siempre lo sientes —el hombre se encamina a la sala de comedor sin siquiera darle una última mirada.

—¡Regi! —su madre preocupada, sale apresurada del comedor con un delantal atado a la cintura. Se inclina hacia ella, elevando su mentón—. ¿Te encuentras bien, hija?

—¡Laure! —exclamó el señor Fhilip.

—Ya voy, déjame... —se vio siendo interrumpida por un fuerte sonido.

—¡Te estoy llamando! ¿Que acaso no escuchas?—

Laure no sabía qué hacer, estaba inmóvil mirando a su hija en el piso con sus rodillas maltratadas y su mirada vacía.

Regina toma con delicadeza las palmas de su madre y le sonríe para intentar reconfortarla.

—Está bien, madre, ve —le susurró Regina con sinceridad.

—Per... —tartamudeó.

Regina le sonríe con comprensión.

—Estaré bien, te lo prometo.

—Está bien —Laure se levanta dando media vuelta y, antes de cruzar el umbral de la puerta de la cocina, su mirada cayó en su hija menor—. Anna, ayuda a tu hermana, por favor —le susurra y atravesó rápidamente la puerta.

—¿Regi, qué sucedió? —dice la menor al ver a su hermana sin poder mover sus extremidades.

—Te lo explico luego, ayúdame por favor.

—Está bien —se acercó a Regina—. Sujétate de mi brazo —le ofreció con delicadeza, no quería causar más dolor a su hermana.

 Sujétate de mi brazo —le ofreció con delicadeza, no quería causar más dolor a su hermana

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...

(En el comedor).

—Al fin llegaste —dice el señor Fhilip al ver a su esposa entrar al comedor.

Laure se queda inmóvil.

—¿Qué esperas? ¿Quieres que te traiga la comida?—

Al no recibir ningún tipo de respuesta ni ver indicios de movimiento, el señor Fhilip alza su mirada hacia su mujer y la ve aturdida, mirando un punto fijo en la pared.

—¡Mujer, ve por la comida! No me hagas enojar más. —Hace un ruido estruendoso al chocar sus palmas contra la larga mesa de roble.

Laure, exaltada, se encamina apresurada y temblorosa hacia la cocina. Sus pasos se ven interrumpidos por un tropiezo. Se levanta lentamente e investiga el culpable de su caída.

Se siente confundida al ver una pala con restos de tierra debajo del mesón de la cocina. Sin darle mucha importancia, se acerca a las charolas con el almuerzo y se dirige al comedor.

—Perdón por la demora —se inclina ante su esposo, quien la mira con indiferencia.

—¿Tus hijas no van a venir a comer? —le lanza una mirada filosa.

—Ellas ya vienen —responde con nerviosismo.

—Llamalas de inmediato. Ya es hora de comer. ¿Acaso no les das modales a esas niñas? —Se levanta de la mesa y se dirige al pie de las escaleras—. ¡Annette, Regina! —grita.

—Amor, Anna está curando las heridas de Regina. Ellas bajarán en un momento. ¿Por qué no mejo... —sus palabras son interrumpidas por un fuerte azote en su mejilla.

Laure llevar su palma izquierda contra su mejilla enrojecida de dolor.

—Si tú no supiste darles modales a esas niñas, lo haré yo —exclama él mientras sube las escaleras enfurecido. Quitándose el cinturón, entra en la habitación de Regina. Laure intenta detenerlo, pero él cierra la puerta con fuerza en su cara.

—George, George, abre la puerta. Si quieres lastimar a alguien, que sea a mí —las lágrimas son imposibles de retener—. Por favor, por favor —suplicaba desesperada—. Desquítate conmigo; yo fui la culpable, yo no les di buenos modales. Por favor, George —sus rodillas se debilitan mientras sigue intentando abrir la puerta; sus ojos lagrimeantes inundan su rostro con cascadas de dolor.

Golpe tras golpe va a parar en aquella puerta, de la que solo salen llantos y súplicas de dos pequeños seres que no merecían esa vida llena de infortunios.



















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¿Sabían que los gatos tienen aproximadamente 230 huesos en su cuerpo, lo que les permite ser extremadamente flexibles y ágiles?

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