EPILOGO

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El pecado nació en los corazones menos pronunciados, el deseo carnal y el fruto prohibido que siempre se retrato en escritos antiguos, sin embargo, la historia es dudosa e incompleta.

Soy la voz silenciada por Dios, soy el oculto condenado, exiliado y llevado a la rebelión, no por la oscuridad que sumergió la luz de mi alma al más allá, solo por aquellos ojos verdes y cuerpo mortal, que deshizo mi voluntad de hierro y se apoderó de mis pensamientos, la auténtica maldad, creada de forma irónica por el mismo Dios que me condena a la amargura.

Tantos Miles de años, fines del mundo presenciados de forma natural, la inmortalidad y jamás, llegaré a alcanzarte, la maldición es encarnada y obligada a añorarte.

Ya no lo soporto más, entre las cadenas que me atan ante el fuego infernal, los llantos sin cesar, sin poder sangrar más, escribo todo lo que jamás llegara a ti, mi fiel y gran amor.

Daniel, te llevaré impreso en mi alma hasta que el universo decida levantarse y esfumarse junto con Dios y mis últimos alientos, sean viendo tus ojos nuevamente, tocando la brisa tus suaves labios, y tú piel dersa y suave, se funda entre las llamas del Inframundo, al cuál decides abrazar por mi, tu verdugo y Cordero en cada muerte, en la que me acompañas, al igual que tú, yo también te he condenado al dolor y desgarro de tu espíritu, jamas podré pedirte perdón, la esperanza se agota y la neblina de mis ilusiones se llevan conmigo la imagen de tu sonrisa tímida y coqueta junto al mar que se va, sin poder presenciarla en la realidad.

Mis venas, mis órganos y mi piel te pertenecen Daniel, mi pecado y manzana.

Mi último adiós.

Te amare, hoy y más allá del final de los tiempo, Semyazza

Así como en el cielo, Estaré en el infiernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora