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Sin pensarlo, se lanzó al agua helada, pues era invierno y había recorrido el país un frente frío como hacía mucho no se sentía. Sintió que el corazón se le detenía, no sentía ya las piernas ni los brazos, y no sabía si debía salir o quedarse ahí, sintiendo, o mejor dicho, no sintiendo nada... nada.

Once días después, la esquela invitaba a acompañar a la familia al funeral que se llevaría a cabo ahí, donde tantas noches había llorado hasta que el sueño le vencía. Las aves cantaron al unísono, como si lamentaran su existencia, que hizo que todos se vieran las caras, tratando de entender lo que acababa de suceder. Nadie se atrevía a mirar hacia atrás. Se tomaron de las manos y rezaron con tanta devoción, que no supo nadie decir cuánto tiempo se habían quedado así. El ataúd brillaba más, por las gotas de una lluvia que nadie vio caer.

Un relato a la vezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora