El Engaño

164 98 37
                                    

     Confiaba en él ciegamente. Llevábamos más de una década de relación y conocía sus gustos. Podía anticiparme a sus pensamientos, percibir lo que le causaba regocijo o tristeza. Sabía el significado de cada gesto, la intensidad de sus emociones. Me acoplé a cada una de sus salidas de negocios, a sus inconformidades pues lo creía íntegro. Me adapté  a sus cambios de personalidad, a su peculiar manera de corregir lo que él llamaba mis errores. Pensé que tenía una conducta intachable y que, aquel matrimonio, era mi mayor logro. Lo respetaba, admiraba y amaba. Por eso, cuando recibí el primer anónimo, no reaccioné en contra de mi esposo y pensé que alguien envidiaba la solidez de mi relación y no enseñé la nota por encontrarla falsa y vulgar. Olvidé el incidente y continué el curso estable de mi vida, hasta que llegó, a mis manos, la segunda misiva. Era una nota pormenorizada, donde se hablaba de horarios y acciones realizadas por mi pareja, de la existencia de una segunda familia y otros detalles, sin embargo aquellos horarios llamaron mi atención, por coincidir con las salidas de negocios que, a diario, lo ausentaban, por horas, del hogar. Le enseñé la nota, la leyó, se mostró impasible y solo emitió un comentario para cuestionar mi conducta.
     -Pierdes el tiempo haciéndole caso a los desocupados que ven las debilidades de las personas y mandan papeles sin fundamento para confundir.

     Me avergonzaron aquellas palabras y abandoné, rápidamente la idea de la infidelidad, por encontrarlo incapaz de ello. Llegué a darle la razón, pensando en la posibilidad de que alguien conocido, como autor de las notas, tratara de confundirme y, nuevamente, volvió la rutina diaria a consumirme, haciéndome olvidar el incidente.

     El nuevo anónimo me dejó consternada, pues venía acompañado de una foto pequeña, donde Luis abrazaba a un niño de unos tres años. Sus ropas eran informales y su rostro estaba iluminado por la felicidad. Al dorso venía apuntada una dirección para despertar mi curiosidad y motivarme a verificar la veracidad de la información.

       No dije nada y movida por la incertidumbre esperé a una de las salidas de negocios para aparecerme en el lugar señalado, sorprenderlo y evitar, si había delito,  que fabricara la disculpa perfecta.

    La dirección correspondía a un lugar alejado del pueblo, por lo que tardé un poco en llegar, pero desde que descendí del auto vislumbré a mi esposo corriendo detrás del pequeño de la foto y riendo como un colegial, después una joven de cabellos rojizos se incorporó al juego, agarrando al pequeño por la cintura para neutralizarlo. Aquel cuadro familiar me dejó confundida. Pensaba conocer al hombre con el que llevaba más de una década y que me había convencido de su integridad, pero estaba equivocada.

     Caminé hacia la casa y solo cuando me separaban pocos metros de ellos depararon en mí. Lo vi palidecer y reaccionar con la seriedad de siempre pero ya no podía engañarme.
     -¿Es tu hijo?  – le pregunté.
     -Sí – respondió con voz ronca.
     -¡Qué estúpida fui! – exclamé - me engañaste por años.

     Hizo un gesto en señal de disculpa, pero no dejé que hablara, no quería explicaciones, todo era evidente.
     -Tú estás enfermo, tienes doble personalidad – comenté enojada.

     Y él solo atinó a decir:
     -Aquí soy yo, Ana, contigo era diferente.

    Sentí desprecio por aquel hombre que no podía asumir las consecuencias de sus actos, que culpaba a otros de sus errores. Me quedé mirándolo unos minutos y haciendo un gesto de rechazo me marché.

     Les di la espalda a ellos, a la relación de tantos años, a esa actitud servil que me había caracterizado, a la traición, al conformismo, que me había convertido en una mujer aburrida y resignada a su suerte, al sufrimiento y a la soledad.

     Comprendí que los seres humanos se fortalecen o anulan de forma progresiva y con cada decisión que tomamos, que debemos valorarnos y apreciarnos porque si nos amilanamos y abrazamos el servilismo nos convertimos en marionetas del destino.

     Recuperé mi amor propio, elevé mi autoestima y solo entonces me sentí realizada y plenamente feliz. Luis quedó en mi vida como un punto doloroso de mi pasado.

Poder FemeninoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora