Capítulo 1: Una tarde sin auto

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"Solo nos separamos para reencontrarnos"

John Gay

Preparó el mate a conciencia. Nada de azúcar. Unas gotas de limón dentro del termo y el edulcorante en la mochila. Agarró dos paquetes de galletitas; unos bizcochos Don Satur y unas palmeritas con azúcar; sabía que eran sus favoritas. Una botellita de agua congelada y un paquete de cigarrillos. Se acercó a la parada para tomar el colectivo que la llevaría hasta Capital Federal donde se encontraría con Cecilia para luego dirigirse a los bosques de Palermo y pasar la tarde de aquel domingo primaveral. Maldijo por enésima vez tener el auto en el taller. Hizo una nota mental; llamar a Horacio para reclamarle. Ya debería tener su Fiat uno listo en el garaje de su casa.

En el camino, le escribió y le dejó saber en cuánto tiempo llegaría al punto de encuentro. Iba ansiosa porque hacía meses que no se veían. Su amiga llevaba una vida muy distinta a la que solían compartir cuando trabajaban juntas en un taller de costura. Ella, por su parte, también había renunciado y había decidido cambiar su vida. Con casi 32 años, había comenzado la carrera de profesora de historia en el Instituto Joaquín V. González. De eso, habían pasado dos años ya.

Sacó un libro de la mochila y se dirigió al final para ver la bibliografía y qué autores habían participado de la investigación. Con el dedo iba bajando a través de los nombres y de los títulos de sus obras. Como le habían enseñado, aquella parte era tan importante como el mismo material. En eso estaba cuando alguien le tocó el hombro con suavidad. Levantó la vista y se sorprendió de verlo. Estaba cambiado: llevaba la barba un poco crecida y el pelo más largo que la última vez que se habían visto, días después del casamiento de su mamá, dos años atrás.

—Seba...

—¿Cómo estás? —se agachó y le dio un beso en la mejilla.

—¡Bien! ¿Y vos?

—Bien.

Ninguno de los dos pudo o quiso seguir preguntando. El silencio era tan desagradable que asqueaba y, a medida que pasaban los minutos, todo se volvía más y más incómodo. ¿De qué hablan los ex? ¿Sobre qué preguntan?

—¿Tu mamá? ¿Sigue en San Martín de los Andes? —fue ella quien rompió el hielo. Al fin y al cabo, era la más madura. ¿O no?

—Sí. Aunque ahora está acá en Buenos Aires.

—¡Qué bueno!

—Sí.

De nuevo al silencio. Sandra pensó que quizás debería tomar el libro y continuar con la lectura. Aunque sabría que no podría. No solo porque la concentración sería imposible sino porque no deseaba cortar aquella conversación extraña con él. Quería seguir viéndolo, hablándole. Le hubiese gustado preguntarle por su intimidad. Si tenía novia, si se había enamorado, si ya la había olvidado.

—Voy a ver a tu prima.

—Ah, ¿sí? ¿Dónde se encuentran?

—Vamos a tomar mate a los bosques de Palermo.

—Qué bueno. Mandale saludos.

Estaba cortante; sabía muy bien por qué. Se notaba que no deseaba alargar los temas y Sandra estaba cansada de ser quien nombrara personas para conversar. Regresó a su libro y el viaje continuó sin ninguna otra palabra. No se dio cuenta de que él se había sentado en el asiento de adelante. Se había colocado los auriculares y ella se preguntaba qué música estaría escuchando. Podía adivinar que se trataba de Queen o Foo Figthers, sus bandas favoritas. Cerró el libro y se dedicó a observar su cuello. Por momentos, él miraba hacía afuera y ella podía delinear su perfil. Aunque, sin faltar a la verdad, era capaz de hasta dibujarlo con los ojos cerrados porque conocía a la perfección y de memoria cada rasgo. Guardó el libro. Definitivamente, mirarlo a él era más interesante que la historia, que el material de estudio, que todo. Se echó hacía atrás y contempló la espalda del hombre por el que aún latía su corazón.

La última canciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora