Las luces de la ciudad titilaban como estrellas caídas, y el Bosforo serpenteaba como un dragón durmiente entre dos mundos. Murat, con la mirada perdida en las aguas oscuras desde su balcón, no podía sacudir el presentimiento de que algo terrible estaba a punto de ocurrir. No había una razón lógica para su inquietud, pero su corazón latía con un ritmo frenético, como si anticipara un desastre inminente.
Murat vivía una vida dividida. Casado con una mujer a la que nunca había amado profundamente, sus días transcurrían en una rutina cómoda pero vacía. Solo una persona lograba romper la monotonía de su existencia: Mara. Conoció a Mara en una conferencia sobre arte y cultura hace tres años, y desde entonces, su vida cambió para siempre. Ella era su alma gemela, su confidente, la llama que iluminaba su oscuridad. Sin embargo, el destino se empeñaba en mantenerlos separados.
Su hijo, Ali, de tan solo ocho años, era la única razón por la que Murat seguía en su matrimonio sin amor. La inocencia y alegría de Ali eran su único refugio en medio de una tormenta emocional constante. Pero esa noche, Ali no estaba a salvo en su hogar. Había sido secuestrado mientras jugaba en el parque, y Murat, desesperado, había movilizado a todas las fuerzas disponibles para encontrarlo. La llamada llegó justo cuando el reloj marcaba la medianoche.
—¿Murat? —La voz temblorosa de Mara atravesó el teléfono como un cuchillo.
—¿Mara? ¿Qué sucede? —respondió él, sintiendo que su corazón se aceleraba aún más.
—Han secuestrado a Ali. —El silencio que siguió a sus palabras fue ensordecedor.
Murat sintió que el suelo se desmoronaba bajo sus pies. El pánico lo invadió, pero intentó mantener la calma. Mara estaba involucrada, y eso significaba que ella haría todo lo posible por salvarlo. Sabía que no debería haberla llamado, pero la desesperación no conoce de límites ni de reglas.
—Voy a ir tras ellos, Murat. —La determinación en la voz de Mara era inquebrantable.
—No, Mara. Es demasiado peligroso. —Su súplica fue inútil. Mara ya había tomado una decisión.
Horas más tarde, Mara seguía las pistas dejadas por los secuestradores, un grupo despiadado conocido por sus métodos brutales. Sus contactos en los bajos fondos de Estambul le habían proporcionado información crucial. Sabía que cada minuto contaba y que la vida de Ali pendía de un hilo. La determinación de Mara era alimentada por su amor por Murat y el cariño que sentía por el pequeño Ali.
Finalmente, llegó a un almacén abandonado en las afueras de la ciudad. La atmósfera era opresiva, el aire estaba cargado de peligro. Mara se deslizó en silencio por la entrada trasera, su corazón latiendo con fuerza. A medida que avanzaba, escuchó las voces de los secuestradores discutiendo. Se movió con sigilo, acercándose lo suficiente para ver a Ali, atado a una silla, con los ojos llenos de miedo.
—Tranquilo, Ali. Estoy aquí —susurró Mara, acercándose lentamente.
Pero el destino, cruel y caprichoso, tenía otros planes. Uno de los secuestradores la vio y levantó su arma. El disparo resonó en el almacén como un trueno. Mara sintió el impacto en su costado y cayó al suelo, luchando por mantener la conciencia. El dolor era insoportable, pero no se permitió desfallecer. Tenía que salvar a Ali.
Con un último esfuerzo, se arrastró hacia el niño, cortando las cuerdas que lo mantenían prisionero. Ali la miró con lágrimas en los ojos, y Mara, con una sonrisa débil, le susurró:
—Corre, Ali. Corre hacia la salida. No mires atrás.
Ali obedeció, corriendo tan rápido como sus pequeñas piernas se lo permitieron. Mara, entretanto, se desplomó en el suelo, su visión oscureciéndose. El sonido de sirenas en la distancia fue lo último que escuchó antes de perder el conocimiento.
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Susurros de un destino roto
RomanceEn el silente abismo de la eternidad, donde los ecos del tiempo se entrelazan con la neblina del olvido, surgió una historia que desafía la comprensión de los mortales. Un relato de amor y traición, de obsesión y desolación, entre dos almas predesti...