Hablemos

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Durante mucho tiempo se la pasó preguntándose si había hecho lo correcto al no denunciar a Iñaki por la violencia en su contra. Veinticinco meses después tuvo la respuesta: no, no fue lo correcto.

Si tan solo lo hubiera denunciado, posiblemente seguiría embarazada, se recriminaba, aunque sabía perfectamente que no tenía caso hacerlo pues lo hecho, hecho está. La vida le estaba presentando la oportunidad de corregir su error, así que lo haría.

- ¿Qué tú haces aquí? – pregunta en cuanto la ve cruzar la puerta.

- ¿En verdad lo preguntas? – cierra la puerta tras sí – Pensé que eras más listo.

Por su mente pasó la imagen del momento en el que por fin podría ver a Iñaki rendido ante ella; la realidad supera la ficción. Ese día despertó con la gran noticia de que habían detenido al abogado cuando intentaba salir del país. Al parecer, el español no tenía idea de que podían enlazarlo con el accidente de Marcia, según él, no había testigos.

- ¿Vienes a burlarte?

- No – recorre la silla para sentarse frente a él – Vine a recordarte de la petición que te hice hace... ¿dos años? – enarca una ceja viéndolo fijamente a los ojos – Misma que te repetí hace cuatro meses. Te dije que te mantuvieras lejos de mí, sino lo ibas a lamentar, ¿y qué hiciste?

- ¿Me estás amenazando de nuevo, colega? Si sabes dónde estamos, ¿no?

- No te estoy amenazando, te estoy preguntando. Olvídalo – se pone de pie – No tiene caso hablar contigo. Solo te informo que no solo tendrás que rendir cuentas por mi "accidente", sino también por la violencia física que me hiciste pasar.

- ¡Eso fue hace años! – refuta.

- En verdad, no sé cómo eres abogado. ¿No conoces el cambio de ley? – se burla – La ley defiende a la mujer, así hayan pasado treinta años de su abuso, el atacante será sometido al debido proceso hasta que se demuestre su inocencia o no...

- ¡Eres una...! – se levanta.

- Si sabes dónde estamos, ¿no?

Por más rabia que tuviera en su interior, sabía que no podía hacer más. No era igual que él y no se iba a rebajar para pagarle con la misma moneda. Su castigo sería pasar un buen tiempo en prisión y ella podría respirar con tranquilidad.

Ahora, quien no pensaba igual, era Esteban. Sentía la necesidad de cobrarle a Iñaki, cada lágrima que Marcia derramó, cada golpe que recibió, cada cicatriz que ahora adornan su cuerpo; cobrarle la vida de su bebé; golpearlo hasta hartarse.

Era una rabia inmensa que le inundaba el pecho, que no lo dejaba ver más allá de la venganza, del deseo de deshacer todo aquello que lastimó a la ojiverde.

Se mantuvo sentado en la sala de espera del ministerio, mientras la observaba ir de un lado a otro entre los cubículos del establecimiento, acompañada de su abogado. Le fastidiaba no tener una mejor forma de ayudarla y, sobre todo, le molestaba no poder desahogar su coraje. Aunque, vio una oportunidad cuando el español salió escoltado por un policía para ser trasladado al reclusorio.

No lo pensó dos veces, es más, ni siquiera pensó. Se levantó y comenzó a caminar en dirección del abogado y en menos de un parpadeo, ya había estampado el puño en su cara.

Nunca se había visto en la necesidad de recurrir a la violencia física, él era fiel creyente de que el dialogo encabezaba la lista de formas para arreglar las diferencias, pero ¿cómo iba a dialogar con una persona que se valía de su fuerza física para doblegar a una mujer?

No puedo tenerle consideración a alguien tan mierda como él, pensó.

- ¡Esteban! – eleva la voz, Marcia.

Amor eternoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora