PRÓLOGO

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—Déjenme pasar, voy a perder mi vuelo, por favor.

—Díganos su nombre y sus datos.

—Ya se los he dicho antes. —rogaba Iris—Por favor necesito irme, faltan 10 minutos para que despegue mi avión.

—No se moverá de aquí hasta que no nos den la orden, señorita. —la insistencia del guardia le hirvió la sangre a la joven, quien estaba dispuesta a quejarse a gritos si hacía falta. 

—Exijo hablar con el jefe inmediatamente, o con quien quiera que os ordene las cosas. —los nervios le empezaban a pasar factura, elevando cada vez más el tono— Les he dado mi pasaporte como ustedes me pidieron, les he dicho mis datos. ¿Qué más hace falta para que me dejen tomar mi vuelo en paz? 

—No ser una criminal —gritó una voz a lo lejos. Esa entrada digna de telenovela confundió a Iris.

—Yo no soy ninguna criminal —afirmó la chica harta de la situación— Quiero hablar ya con el encargado, ¡ahora mismo!— ese grito infantil y poco serio hizo que la conversación se volviese un tanto burlesca por parte de los guardias. 

—Yo soy el encargado —respondió orgulloso el señor que antes la había acusado de delincuente— Usted vende droga, una señora nos avisó que quiso venderle a su hijo de 13 años una bolsa de marihuana frente a ella. Quiero que me enseñe su DNI, por favor.— La sonrisa cómica que adornaba el rostro del hombre sacaba a la joven de sus casillas, quien no dejaba de mirar la hora a cada minuto. 

—También revisaremos sus cosas nosotros mismos. Vamos, llévenla a la sala de espera.— Ese tono prepotente puso de los nervios a la joven, que estaba intentando calmarse para no demorar más el asunto y poder tomar su vuelo. 

—Que sepan que esa señora se confunde de persona, yo no vendo ni consumo drogas —contestó ella molesta. Ahora tenía que esperar a que revisasen sus cosas, y solo le quedaban 5 minutos. La confusión de esa mujer le haría perder tiempo y dinero. 

—Bien, venga por aquí, por favor —dijo el señor agarrándola del brazo. 

—Puedo caminar sola, no necesito que nadie me agarre ni me lleve del brazo como a una reclusa. —Contestó indignada. Aunque desde fuera podía parecer que el comportamiento del encargado era el correcto, ella sentía el aire de superioridad que el hombre pretendía desprender. 

—Camine y déjese de tonterías, no tengo tiempo para gilipolleces. 

—Hábleme con respeto, no voy a consentir estos tratos.— la paciencia de Iris decaía a cada palabra que ese señor soltaba por la boca. 

—Cállese de una vez y podrá coger su vuelo. —soltando el brazo de la muchacha, el encargado arrastró la maleta hacia una esquina y junto a dos guardias comenzó a revisar las pertenencias de la joven.

—No —negó esta furiosa— mi vuelo está saliendo o apunto de salir.

—Bueno, hay más vuelos— rio, tirando con indiferencia las pertenencias de la chica. 

Después de unos quince minutos, Iris vio cómo el encargado se acercaba lentamente, arrastrando con muy poco cuidado su maleta. 

—Aquí tiene sus cosas Srta. Iris, aparentemente no tiene nada sospechoso. Sentimos haberla tenido aquí esperando — La joven no solo podía notar la burla en su tono, sino también la indiferencia y falsedad que desprendían sus disculpas. 

Ella, indignada y furiosa, cogió su maleta y se alejó de ellos, dirigiéndose a las pantallas que mostraban los vuelos siguientes. Para su suerte, había otro vuelo a Washington en unas cuatro horas.

A sabiendas de que el billete en recepción le costaría mucho más caro, decidió pagarlo, dejando su tarjeta al límite. Por suerte todavía quedaba algo en ella, además de que la chica contaba con algo de efectivo encima. 

Una vez comprado el billete, dejado el equipaje a disposición del aeropuerto y pasado el escáner, Iris decidió pasear un poco. Con tantas tiendas y con la variedad que estas presentaban, las cuatro horas se pasaron volando, así que antes de ir a la puerta de embarque compró una chocolatina en una máquina expendedora y se la comió. Tras esto, caminó con rapidez hacia la puerta de entrada y tras entregar sus documentos, se dirigió al avión, sintiéndose tranquila por fin. 

Aún faltaban unos minutos para que el avión despegara, así que sacó su portátil y empezó a ver una película que tenía descargada. Al momento, se sentó una señora mayor en el asiento de al lado. Por su forma de vestir, su manera de caminar y sus arrugas, Iris pensó que tenía entre 70 y 80 años.

—Buenas días— saludó la mujer con una espontánea y genuina sonrisa.

—Buenos días —respondió Iris desganada. No le apetecía tener compañía durante el vuelo. Ella prefería estar sola y poder relajarse mejor, ya que con gente a su lado se sentía algo cohibida. 

Antes de que la anciana pudiera decir algo, se escuchó una voz a través de los altavoces del avión, señalando que se apagasen los teléfonos móviles. Tras eso, una azafata comenzó a explicar cómo los pasajeros debían ponerse el cinturón y cómo se tiene que actuar si se produce un accidente. 

Una vez terminadas todas las explicaciones, el avión despegó e Iris se acomodó en su asiento para continuar con la película. 

Durante el vuelo, la anciana, que alguna que otra vez ojeaba a su derecha, volvía la mirada a su libro, horrorizada por las sangrientas escenas que aparecían en dicha película. En realidad, a Iris no le gustaba esa película simplemente por ser un thriller con terror psicológico, sino por la complejidad de sus escenas y las grandiosas actuaciones que el filme presentaba. 

Llegó la hora del aterrizaje, así que Iris guardó su portátil en su mochila tras haberse pasado la mayor parte del viaje viendo películas y leyendo algo. Una vez finalizado el vuelo, la joven cogió su equipaje de mano y salió del avión. Al bajar soltó un largo suspiro, sintió nuevamente el aire fresco y un olor distinto a la espantosa colonia de la señora de al lado. Su perfume olía como a vainilla mezclada con laurel, una mezcla horriblemente impactante en los orificios nasales de Iris, que estaba acostumbrada al olor del incienso, cera derretida y madera barnizada.

Salió lo más rápido que pudo del aeropuerto y, para no gastar lo poco que le quedaba, decidió que no cogería ningún transporte, sino que caminaría en busca de un hotel o una posada.  Aunque parecía estar un poco desorientada por las frías calles de Washington, todavía le quedaba el recuerdo de dónde se encontraban los lugares a los que ella tendría que ir,
como un supermercado o una farmacia por si se enfermaba. Iris sabía perfectamente que no tenía un lugar donde hospedarse, pero aun así, decidió viajar. Tampoco tenía ahorrado el suficiente dinero como para alquilar un departamento, ni la experiencia necesaria para encontrar rápidamente un trabajo.

—Perdón, ¿podría decirme dónde hay periódicos, por favor? —Preguntó dulcemente a un señor que pasaba a su lado.

—Sí, como no. La tercera calle a la derecha, después de seguir todo recto, hay un pequeño puesto donde venden revistas, me imagino que allí deben tener periódicos— Sonrió amablemente el hombre mientras señalaba las direcciones por las que Iris tendría que
ir. 

—Perfecto, muchas gracias —agradeció ella alejándose. 

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El hambre estaba desesperando al chico, quien se despertó de mala gana y se dirigió desvelado al frigorífico. No era normal encontrar mucha comida en su nevera, pero tampoco era normal no encontrar casi nada. Ver en el frigo que solo quedaban un par de botellas de agua, un cartón de leche y tres manzanas hundió el ánimo del joven, que hambriento fue a abrir la despensa. En ella no encontró mucho más que un trozo de pan, una lata de tomate triturado y algún que otro fruto seco desparramado por ahí. 

Era desastroso el aspecto que tenían esas nueces, y como tampoco se le apetecía nada de lo que tenía en casa, optó por ponerse una sudadera encima del pijama y salir a la calle en busca de algún supermercado que abriese las 24 horas. 

No me subestimesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora